Las redes sociales, las cenas familiares, una terracita en el barrio o un banco en el parque son lugares fundamentales en los que dar a conocer nuestras opiniones –sin ser todas válidas-. Y quizá a partir de aquí sea buen momento para reconocer que no sabes lo que es un cuñado.
Decía Gramsci que el ‘’sentido común’’ (concepto que aborrecemos en la tele) está construido por diferentes concepciones y tradiciones que se han implantado en la conciencia del pueblo. Es por ello que el ‘’sentido común’’ no es más que el hilo ideológico que atraviesa a una sociedad. Evidentemente, existen muchos de ellos pero no hace falta estrujarse el cerebro para saber que el sentido común dominante es aquel que deriva de la clase dominante. Si, esto último también lo decía Gramsci.
Decía Gramsci que el ‘’sentido común’’ (concepto que aborrecemos en la tele) está construido por diferentes concepciones y tradiciones que se han implantado en la conciencia del pueblo. Es por ello que el ‘’sentido común’’ no es más que el hilo ideológico que atraviesa a una sociedad.
Por lo tanto el sentir mayoritario de la gente no es más que la reproducción sistemática de la ideología que domina en nuestra sociedad. En este caso no es otra que aquella que está encaminada a mantener el sistema económico.
En base a esto podemos decir que entonces el apodo de ‘’cuñado’’ intenta describir lo que tradicionalmente se ha llamado ‘’alienado’’, alguien que ha asumido algunos (o todos) los planteamientos de las clases dominantes por activa o por pasiva.
¿Qué ha cambiado entonces para que ahora señalemos al ‘’cuñado’’? Principalmente el avance del individualismo en sus diferentes versiones: desde el anarco-capitalismo recalcitrante hasta la izquierda más posmoderna. Y es especialmente este último caso el que preocupa, el hecho de que gran parte de la izquierda política haya asumido sin problema etiquetas encaminadas al desprestigio de los sectores de la población en los que más debería incidir. Los obvia y somete al olvido hasta tal punto que las organizaciones y colectivos de la izquierda acaban transformándose en la simple expresión de un grupo de estudiosos de la filosofía dedicados a interpretar el mundo, pero no a transformarlo. La militancia política ha pasado de ser un actividad vital que mediante la acción organizada conseguía modificar la correlación de fuerzas (en cualquiera de los ámbitos) a ser un escaparate para el lucimiento personal.
Entre esta marea de insultos, las clases dominantes -cómodas en su trono y con el viento a favor que les da el ‘’sentido común’’– se hacen (más aún) con el control ideológico. Los barrios obreros, plagados de bares, de parques, de cenas familiares y, por supuesto, con acceso a Internet son los mejores escaparates para sacar a relucir el catálogo de argumentos neoliberales. Mientras nosotros, centrados en nuestros grandes estudios de marxismo, intentamos sobresalir en cada tertulia de ‘’jóvenes preparados’’ sobreponiéndonos a quienes deberían conocer nuestros planteamientos.
La militancia política ha pasado de ser un actividad vital que mediante la acción organizada conseguía modificar la correlación de fuerzas (en cualquiera de los ámbitos) a ser un escaparate para el lucimiento personal.
El avance de ‘’las subjetividades’’ no tiene límites y ha barrido de toda conversación la necesidad de evidencias materiales. Ya no es necesario poner en valor hechos para justificar una posición, basta con la opinión y con la falsa creencia de que todas son respetables. Por ello, aunque el estereotipo de ‘’cuñado’’ es el votante de Ciudadanos, el votante de Unidas Podemos tampoco es ajeno al olvido del método científico. Basta con un café a mitad de mañana para mostrar tal evidencia.
Además, el ‘’cuñadismo’’ tampoco escapa al Patriarcado y por ello hay que poner de relevancia que el fenómeno de altavoz de eternas opiniones y razonamientos no contrastados se da especialmente (sino únicamente) entre los hombres. No hace falta escribir muchos párrafos para entender y asumir que el escenario favorece por absoluto a los hombres, dándoles un plus en la imposición de sus palabras. Se juntan la incontestabilidad de la testosterona con la de la libertad de opinión por encima de todas las cosas.
En cualquier caso, no debemos confundir las expresiones populares realizadas desde el instinto, el odio e incluso la conciencia de clase con el ‘’cuñadismo’’. No se trata de identificar con esta etiqueta todo lo que no conlleve detrás una larga bibliografía o una académica exposición sino lo que realmente suponga un fallo en la orientación que lleva la bilis de nuestra clase social. Se trata de saber reconducir y de transformar la expresión de la rabia por saberse materialmente jodido hacia la conciencia; en lugar de señalar, frivolizar, burlar, tachar e insultar dividiéndonos como clase. Es justamente este tipo de cosas las más potenciadas mediáticamente para instrumentalizar a sujetos que, con origen de clase obrera, acaban sirviendo a los intereses de la Burguesía: desde ‘’el Yoyas’’ hasta Joaquín.
La mejor batalla contra el cuñadismo está en nosotros mismos cediendo nuestros privilegios como hombres, ganando rigor en nuestras afirmaciones y fortaleciendo la cultura popular en las redes sociales, en los bares, en los parques o en las cenas familiares.
Recuerda, sólo la verdad es siempre revolucionaria.