El régimen del 78 conformará un nuevo escenario político que marcará el devenir de la clase obrera en general y el de Comisiones Obreras en particular; y que es necesario analizar dialécticamente para poder comprender la realidad en la que nos movemos.
Son bastante sencillas de encontrar. Están por todas partes. Tan sólo escribe cuatro letras en el buscador de Twitter – CCOO – y encontrarás cientos y cientos de críticas contra el sindicato. Desde el típico estudiante de económicas que viste de jugador de golf y desayuna una taza de neoliberalismo todas las mañanas; hasta la trabajadora que critica una tímida subida salarial en un convenio que ni siquiera prohíbe que la empresa en la que curra externalice su servicio.
Es cierto que Comisiones Obreras tiene motivos de sobra para ser criticada. Un repaso rápido y recordamos el acuerdo con patronal y gobierno que establecía una ínfima subida del SMI; o el acuerdo para la subida de los sueldos públicos condicionada al crecimiento del PIB y no a los precios. Pero no es menos cierto que la crítica hacia el sindicato aislada del contexto social y vacía de perspectiva histórica tiene poco recorrido y nula capacidad transformadora.
Echemos la vista atrás. Desde finales de la década de los cincuenta España se veía sumergida en una industrialización que nacía con el germen de muchos problemas que tenemos hoy en día: un crecimiento intensivo en capital, nula innovación y dificultades para generar empleo. Al calor de este crecimiento, militantes del PCE articularon candidaturas alternativas a las oficiales del sindicato vertical, permitiendo formar comisiones de trabajadoras. Es así como surgen las Comisiones Obreras, que no son más que las comunistas más destacadas de las fábricas constituyendo grupos de acción sindical. Durante la década de los 60, las Comisiones Obreras se estabilizaron en las principales ciudades del país y ya mantenían una coordinación estatal, generando conflictos obreros y huelgas por todo el país que pondría en jaque a la dictadura. En el año 1967, su primer documento definía a CCOO como “un movimiento unitario y plural de carácter sociopolítico que luchaba por mejorar la condición obrera…”, a lo que el régimen franquista respondía con una dura represión hacia las comisiones, destacando el Proceso 1001 por su singularidad. Las Comisiones Obreras, bajo directriz del PCE, centraron durante esta época todos sus esfuerzos en elevar el conflicto de clase en las fábricas y minas con el objetivo de acumular fuerzas para acabar con el régimen, y desde luego avanzaban por el buen camino.
Será en la transición cuando Comisiones Obreras evolucione de movimiento sociopolítico a sindicato. Un sindicato con Marcelino Camacho al frente, y caracterizado por una afiliación no muy alta, pero de carácter ideológica-identitaria. El régimen del 78 conformará un nuevo escenario político que marcará el devenir de la clase obrera en general y el de Comisiones Obreras en particular; y que es necesario analizar dialécticamente para poder comprender la realidad en la que nos movemos.
El régimen del 78 conformará un nuevo escenario político que marcará el devenir de la clase obrera en general y el de Comisiones Obreras en particular; y que es necesario analizar dialécticamente para poder comprender la realidad en la que nos movemos.
El régimen del 78 nace en un contexto internacional de desarrollo económico en el que la terciarización de la economía se empezaba a consolidar por Europa. España buscaba subirse al carro de la “economía de servicios”, pero lo cierto es que su industria estaba todavía en una fase de evolución más atrasada que la de los países europeos. Además, la conflictividad política y la fuerza del movimiento obrero obligaba al nuevo régimen a articular una serie de mecanismos jurídico-políticos que permitieran desactivar el conflicto y alinearse con las economías del continente.
El paradigma de lo anteriormente escrito se encuentra en la Ley de Relaciones Laborales de 1976, precursora del Estatuto de los Trabajadores, que marcaría las nuevas reglas del juego laboral. Una ley que pretendía potenciar la dimensión representativa de los sindicatos, convirtiéndose así en la clave del sistema sindical español, con los objetivos de asumir la interlocución con las empresas, además de la titularidad del derecho de negociación colectiva y de representación institucional. La Ley de libertad sindical, de 1977, establecería dos canales dentro del sindicalismo: el canal asociativo, a través de la afiliación directa; y el canal electivo, de representación delegada, que desincentivaba la afiliación debido a la universalización de la cobertura de la acción sindical.
La implantación de estas leyes, que marcarán el devenir de los sindicatos, se verá magnificada por la disyuntiva política que romperá, precisamente en la “España del consenso”, la unidad obrera. Una ruptura clave para el régimen del 78 en su objetivo de desactivación del conflicto. Una división que versa en torno a dos ideas: atender a las demandas de los trabajadores o asumir la relación entre democracia y racionalidad económica, es decir, la perspectiva técnica de la economía alejada de cualquier planteamiento político. El Estatuto de los Trabajadores, aprobado en 1980, dividirá a la izquierda política y sindical en torno a dos ejes. Por un lado, CCOO y el PCE que rechazaban el estatuto porque conllevaba flexibilización, facilitación del despido y debilitamiento de la acción sindical. Por otro lado, UGT, PSOE y UCD defendían que el estatuto era el nuevo marco laboral para la nueva democracia, recurriendo a la autoridad del parlamento como rechazo a la legitimidad de las movilizaciones.
Nos adentramos entonces en la década de los 80 en un contexto de ruptura de la acción sindical y de planteamientos antagónicos que convertirían a los sindicatos en competidores entre la clase obrera. Además, el proceso de terciarización de la economía, apoyado en sucesivas reformas laborales que ahondaban en la temporalidad descausalizada del trabajo, generaba una necesaria dualidad sindical entre el duopolio CCOO-UGT en la industria y el surgimiento de nuevos sindicatos en el sector servicios que rivalizarían con las dos centrales sindicales.
En lo interno de CCOO, la división entre sectores carrillistas que veían como legítimas las nuevas reglas del juego; frente a los sectores más combativos que seguían entendiendo al sindicato como un espacio sociopolítico de lucha por la emancipación de la clase obrera; se materializaba en la crisis de sucesión tras la renuncia de Marcelino Camacho, protagonizada por Agustín Moreno como representante del sector más combativo de las Comisiones Obreras; y Antonio Gutiérrez como ala más conservadora del sindicato. La victoria de Gutiérrez en 1987 metía de lleno al sindicato en los años 90 en una profunda transformación ideológica.
La transformación ideológica de los 90 en lo interno del sindicato (y de los sindicatos españoles y europeos en general) vira hacia una lógica más instrumental y pragmática. Este cambio, justificado en la baja afiliación del sindicato – recordemos el nuevo marco legal que establecía en los sindicatos mayoritarios la interlocución social – cambia la morfología de la afiliación superando la homogeneidad propia del fordismo. CCOO evoluciona de un sindicato sociopolítico a un sindicato de servicios, donde empieza a ofrecer cooperativas de vivienda, seguros, fondos de pensiones etc., con la intención de atraer a los sectores que, históricamente, estaban alejados del sindicato. Esta lógica nacía con un profundo error de análisis, pues creer que una vez dentro del sindicato e informado el afiliado de las actividades del mismo, este iba a pasar a constituirse como activo sindical, no es una consecuencia necesaria.
Es cierto que esta deriva del sindicato incrementó la afiliación al sindicato de una manera radical, multiplicándose y superando el millón de afiliados en 2009. Pero también es verdad que este crecimiento se daba en las federaciones de servicios a la ciudadanía (funcionariado), COMFIA (banca y seguros), FECOHT (comercio y turismo) y sanidad; mientras federaciones como Industria mantenían una afiliación constante, aunque nunca dejó de ser importante debido a la industria tradicional. Pero este modelo tiene un lado oscuro que es necesario analizar.
Este modelo expulsó a los sectores de la clase trabajadora más precarizada, ya que no veían incentivo en acceder a unos servicios que no podían costearse. Además, este modelo asumía un papel subsidiario del Estado, de carácter reformista donde se pretendía generar una “burbuja” donde la clase trabajadora estuviera feliz. Un modelo que generaba una terrible burocracia sindical encargada de gestionar todos estos servicios, además de asumir un carácter completamente corporativo donde lo único que se busca es mejorar los intereses de los afiliados, percibiendo a estos como clientes más que como sujetos políticos.
Pero hoy más que nunca es necesario recuperar el sindicato a su concepción originaria para acabar con el régimen del 78 y avanzar hacia una vida digna.
Es este modelo de sindicato el que sufrimos hoy en día, muestra de ello son las estrategias sindicales dirigidas exclusivamente al incremento salarial como incentivo para incrementar la afiliación. Pero hoy más que nunca es necesario recuperar el sindicato a su concepción originaria para acabar con el régimen del 78 y avanzar hacia una vida digna. Es necesario, en primer lugar, por el deber histórico que tenemos hacia nuestras camaradas que se dejaron la vida en la creación de las comisiones obreras. Camaradas que lucharon, como hemos visto, por la emancipación de la lucha obrera y la superación del régimen franquista. Pero es necesario también para acabar con el régimen del 78, pues en una sociedad donde el eje central de su desarrollo es el trabajo, organizar a la clase obrera en la defensa de sus intereses es un requisito necesario para avanzar en nuestras posiciones políticas. Respecto a esto último, es importante además no caer en posiciones infantiles, y tener la capacidad de analizar que es en el sindicato donde se encuentra la mayoría social trabajadora del país, pues así lo demuestra el casi millón de afiliados que actualmente tiene CCOO. Que sectores del sindicato deban de ser expulsados no tiene que impedirnos ver aquellos sectores con los que necesariamente debemos trabajar.
Ahora nos surgen las dudas sobre si esa recuperación se da, o directamente es imposible. No es que la recuperación del sindicato se vaya a dar, sino que ya se está dando, en un proceso de desarrollo con fuertes contradicciones que afrontar. No podemos caer en el análisis de “CCOO es imposible de cambiar” simplemente porque eso no es un análisis, es una frase vacía de contenido. Ver el sindicato con perspectiva histórica nos permite afirmar como dentro del mismo crecen cada vez más voces críticas al planteamiento derechista del sindicato. También procesos de debate interno, como el de “repensar el sindicato”, que giraba en torno a las ideas de recuperación de su matiz sociopolítico como condición necesaria para acercarse a los nuevos marcos de las relaciones laborales. Tras su último congreso, hemos visto avances también en esta línea: la convocatoria de la huelga de dos horas que hace años hubiera sido impensable, la calendarización de movilizaciones como proceso de acumulación de fuerzas, debates acerca de una futura huelga general, acercarse a movimientos sociales y agentes externos del sindicato, un distanciamiento cada vez mayor con la UGT, escuelas de formación basadas en aspectos ideológicos frente a las antiguas escuelas técnicas de “tablas salariales” etc.
Esta claro que es un proceso lento y complicado, lógico si tenemos en cuenta el tamaño de la organización, pero también está claro que es nuestro deber trabajar en el sindicato, recuperarlo y retomarlo como un movimiento sociopolítico que luche por la emancipación de la clase obrera y que acabe con el régimen del 78, nos permita salir del a Unión Europea – madre de nuestros males – y nos ayude a avanzar hacia la sociedad socialista. Porque, de lo que nadie duda, es de que la vida digna no cabe en este régimen.