El pasado 24 de agosto de la mano de un artículo del periodista Rubén Serrano se viralizó en España una campaña a través de las redes sociales que pretendía construir un relato colectivo de la realidad política LGTBI bajo este sistema capitalista. En un verano en que se han reabierto de forma sangrante debates vertebrales del colectivo como es el de redistribución de la riqueza o reconocimiento de la identidad, corresponde hacer un análisis desde el marxismo a la potencialidad de este movimiento que ha sido advertido desde el activismo LGTBI como un nuevo punto de partida tras la consecución del matrimonio igualitario.
Dejando a un lado el individualismo inherente al pronombre personal “yo”, resulta llamativo que tras años de ofensivas ideológicas desde las trincheras posmodernas, la violencia visibilizada en el #MeQueer sea puramente material y además estructural, dejando de lado toda cuestión subjetiva y elevando unas contradicciones universales a todo el colectivo. Sin embargo, este es a su vez el talón de Aquiles del movimiento, el carácter interclasista de este. Durante días se ha apelado a una unidad del colectivo LGTBI, una unidad que no existe ni debe existir porque toda la sociedad y sus ideas están atravesadas por la lucha de clases. No estamos hablando de dejar atrás meras diferencias, estamos hablando de conciliar contradicciones irreconciliables, de fundir intereses antagónicos, de ir a contracorriente de la propia naturaleza del materialismo dialéctico.
Las comunistas sabemos que la LGTBIfobia no es sino la cristalización violenta de unas relaciones de producción en la sociedad clasista.
Las comunistas sabemos que una parte de ese colectivo LGTBI mantiene el orden económico mediante la perpetuación de la ideología dominante que discrimina al colectivo LGTBI. Las comunistas sabemos que la LGTBIfobia no es sino la cristalización violenta de unas relaciones de producción en la sociedad clasista. Es por eso que para nosotras la bandera arcoiris y la hoz y el martillo son inseparables y por lo que no nos cansaremos de decir que la contradicción que atraviesa la vida de las personas fuera de la heteronorma y la cisnorma tiene un nombre y es capital-trabajo.
Frente a quien ante nuestra opresión propone soluciones quiméricas, tenemos el deber de recordar que la educación capitalista, el aparato del estado y su clase, jamás podrá erradicar la LGTBIfobia. Hacer creer a todo un colectivo oprimido que su liberación cabe en este régimen es, en el mejor de los casos, alienante, y en el peor, oportunista y cómplice de sus propios verdugos.
Finalmente, procede preguntarnos qué rumbo tomará este movimiento y dónde deberemos estar la juventud comunista en cada momento. Esta miscelánea de narrativas políticas y colectivas debería iniciar una fase de reflexión ideológica y estratégica que se traduzca en un ciclo de agitación y propaganda LGTBI que pudiese culminar, por ejemplo, con la organización colectiva de un 17 de mayo que apuntase al estado burgués como culpable de nuestra opresión y no como abnegado de nuestros derechos a quien reclamar concesión alguna.
Debemos saber estar a la altura de la reciente exposición de contradicciones y poder elevarlas dialécticamente con nuestra intervención militante, así como dotarnos de herramientas teóricas desde el marxismo-leninismo de tal forma que la movilización LGTBI en las calles trascienda la resistencia espontánea para pasar a la conciencia cosmovisionaria de clase.
Ira Terán, militante de la Juventud Comunista.