El final de las Tesis sobre Feuerbach de Karl Marx es lapidario: ‘’Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo». Y como tal, todo marxista que se preste debe dedicar a ello sus esfuerzos. No somos los marxistas académicos de biblioteca que se pasan la vida viajando entre diversas teorías con equidistancias idealistas, sino militantes que ponen su capacidad (y posibilidad) analítica al servicio de la clase trabajadora para que esta transforme la realidad.
Y esta clase concreta, que ni es el 99% de la población ni es una simple suma de individuos, no se limita a la posesión de los medios de producción. Hace falta que completemos los análisis sobre qué es la clase obrera con comportamientos que, al igual que los intereses materiales, son antagónicos con los de la burguesía.
Lenin ya hablaba de que ‘’los obreros aspiran instintivamente al Socialismo’’[1] y fue Marta Harnecker quién desarrolló en profundidad que hay ciertos elementos en la cosmovisión obrera que surgen de la propia situación material de nuestra clase que no se pueden explicar sino de otra forma que en base a su realidad más concreta:
‘’Llamaremos instinto de clase precisamente a esos esquemas inconscientes de reacción, productos de la situación de clase, que se encuentran en la base de todas las manifestaciones espontáneas de clase. El instinto de clase es subjetivo y espontáneo, la conciencia de clase es objetiva y racional.”[2]
Como dice Harnecker, el instinto de clase es el punto de partida de la conciencia de clase, y es por esto mismo por lo que esas manifestaciones subjetivas y espontáneas son las más potenciales que tenemos a nuestra disposición para transformar la realidad. Caeríamos en un grave error si tratáramos, por ejemplo, como algo banal la pertenencia y el sentimiento de barrio de muchos jóvenes de extracción obrera. Si no comprendemos que esa forma de vida genera de por sí una reafirmación del barrio perdemos nuestra capacidad de influencia sobre la juventud trabajadora, pues no centraremos nuestra tarea transformadora en su ámbito de socialización sino que buscaremos centrarla en otros lugares. Seguramente aquella parte de la juventud que sabe que tiene dos residencias, y que puede aspirar a alguna más, que concibe la vivienda como una propiedad (y no como un derecho) y que su ámbito de socialización se centra en el club deportivo de pádel o tenis al cual tiene casi 10 km en coche no pueda sentir orgullo por vivir dónde vive. En cambio cualquier otra joven que ve como su familia se esfuerza para tener un techo como un derecho (y no como una propiedad) y que su ámbito de socialización es el parque que hay al lado de casa en el que se dedica a pasar las tardes hablando de sus vidas o jugando a algún deporte (esencialmente fútbol) considera un orgullo vivir en el barrio que le ha visto crecer y que comparte con gente que tienen los mismos condicionantes y problemas.
el instinto de clase es el punto de partida de la conciencia de clase
Las dos desviaciones clásicas provocan sin lugar a duda un alejamiento empírico y material de la clase. El derechismo en su vertiente reformista y socialdemócrata por sus aires caritativos, y el izquierdismo volcado en el teoricismo por avanzar cien pasos por delante de la clase para acabar en la frustración y en la incapacidad. Frente a ello lo que nos queda es reforzar la clase desde la clase.
Retomando a Harnecker, y continuando el texto de la cita anterior, no podemos culpar a la clase trabajadora de no tener conciencia de clase, pues no se adquiere de forma innata sino que esa es precisamente la tarea del Partido:
‘’Ahora bien, ¿existe un paso directo de lo instintivo a lo consciente? es evidente que no, por lo menos en lo que se refiere a las clases explotadas de todo modo de producción. Si el proletariado de un determinado país no tiene conciencia de clase sino una conciencia puramente reivindicativa, no se puede culpar de ello, exclusivamente, a la inmadurez de las condiciones objetivas. Las condiciones no estarán nunca lo suficientemente maduras como para que el proletariado adquiera por sí solo su conciencia de clase. La tarea del partido obrero consiste precisamente en “introducir” la conciencia de clase en el proletariado, es decir, en mostrarle y ayudarlo a ser consecuente con sus verdaderos intereses de clase.’’[3]
¿Pero cómo vamos a hacerlo si son los estratos medios (generalmente funcionarios y profesionales liberales) quienes dirigen sus vidas? En el trabajo, en la academia, en la relación con las instituciones, en el ocio… Otros trabajadores que no comparten sus mismas condiciones de vida. ¿O acaso es lo mismo acostumbrarse a viajar en AVE que en autobús? ¿Es lo mismo irse de vacaciones a una playa masificada que a una isla del Caribe? ¿Es lo mismo disfrutar de Europa hablando mil idiomas que suspender el inglés porque nadie antes en tu familia ha tenido acceso a ese capital cultural? Si bien es verdad que no todas, algunas expresiones hegemónicas del cambio están completamente desligadas, desgraciadamente y en la mayoría de los casos, de la cosmovisión y de las necesidades materiales inmediatas de la clase trabajadora. Eso explicaría, entre otras cosas, el porqué de la ausencia del movimiento obrero en el 15M teniendo en cuenta que sus dinámicas asamblearias sólo estaban al alcance de quienes podían llegar a casa con la cena hecha después de no haber trabajado mucho. En palabras de Arantxa Tirado y Ricardo Romero (Nega):
»Obviamente, la realidad social de alguien que dispone del tiempo y los recursos para acampar un mes en el centro de Madrid no es la misma que la de alguien que limpia escaleras de lunes a viernes; las reivindicaciones tampoco. Viven en la misma ciudad, comparten asamblea y ganas de cambio, pero viven en planetas distintos. Ello se tradujo en una serie de ambigüedades y eslóganes que iban de queremos una ‘justicia justa’ a ‘todos los políticos son iguales’, pasando por el legendario ‘la culpa es de los coches oficiales’. Se trataba de gente sin experiencia política, sin bagaje en las movilizaciones, un tótum revolútum en el que la extrema izquierda se desesperaba, la extrema derecha intentaba infiltrarse sin éxito alguno y los partidos del Régimen observaban con cierta distancia a la espera de que todo el vendaval pasara y las aguas volvieran a su cauce. Y así ocurrió. ‘‘[4]
Por eso no se trata de una cuestión de voluntad política sino de la cosmovisión de una clase frente a otras que no son ni serán iguales por su realidad más inmediata. Si sus condiciones materiales son diferentes –su salario, su tiempo libre, su fatiga laboral, su estrés,…- sus comportamientos y sus instintos también lo son.
El marxismo es la ciencia social que frente a la religión y el idealismo basa su método en la praxis. Y la praxis, entendida como lo empírico, no es sólo la lucha política sino la totalidad de experiencias que tienen las personas en el desarrollo de su vida en sociedad, determinadas por su relación con la contradicción Capital-Trabajo. Si somos marxistas y confiamos en el método no podemos olvidarnos que la potencialidad de la clase trabajadora reside en sus propias condiciones de vida que generan una serie de reacciones naturales que no son la solución por sí mismas, pero si son inevitablemente el ladrillo sobre el que construir un proyecto de clase.
[1] La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo. V. I. Lenin
[2] Los conceptos elementales del materialismo histórico. Marta Harnecker. http://archivo.juventudes.org/marta-harnecker/los-conceptos-elementales-del-materialismo-hist%C3%B3rico
[3] Íbidem.
[4] La clase obrera no va al paraíso. Crónica de una desaparición forzada. Ricardo Romero y Arantxa Tirado.