En España es cierto que demoscópicamente no ha adquirido la transcendencia que tiene en países como Francia, pero no conviene olvidar que el último Barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) el 11,1% de los entrevistados ha situado la inmigración en ese listado, 6,4 puntos más que en julio de 2017. Lo cual, sin obviar otros factores como la manipulación mediática o los desvíos propios de este pulsometro social, nos indica una tendencia preocupantemente al alza.
Sin pretender aportar soluciones mágicas, el objetivo de este artículo es entrar a considerar algunas de las aristas (de las múltiples que tiene) que este debate origina. Partiendo de la complejidad que entraña encontrar una definición de que supone un término tan indefinido como «ser de izquierdas», una de las pocas conclusiones que podemos extraer al respecto es que uno de los ejes comunes de la cantidad de posicionamientos que responden a esta acepción es su carácter universalista[1]. La certeza de que, si algo caracteriza a todos los proyectos políticos que se reivindican bajo el paraguas de la palabra izquierda es la propuesta de un modelo económico y político extrapolable a todos los seres humanos del planeta debe vacunarnos contra cualquier discurso excluyente o racista.
Si bien, la inmigración en Europa se ha orientado desde posiciones políticas y socialdemócratas de escaso bagaje político e intelectual como es el de la multiculturalidad, discurso que, debido a su baja consistencia, en un momento de empobrecimiento de las clases populares ha terminado por estallar.
Este discurso ha generado dos tipos de problemas a la hora de encarar la movilización. Por un lado ha dividido entre una cultura occidental que se asume como la propia y una serie de culturas exógenas que hay que cuidar, respetar y mostrar, aunque sea convirtiéndolas en atracciones turísticas, que, en ocasiones, esconden detrás poderosos intereses especulativos.[2]
Por otro lado el respeto a todas las culturas o a todos los valores nos conduce a un lugar que es el relativismo. Es decir, al afirmar que todo los valores y culturas son aceptables, sin hacer mención a los elementos patriarcales clasistas o simplemente reaccionarios que muchas de estas culturas (también las occidentales) asumen y que el proyecto político de la ilustración (que todos seamos libres, iguales y vivamos en fraternidad) ha pretendido combatir.
lo que se esconde dentro del racismo es esencialmente un rastro de la construcción colonial del modelo productivo
En un pasaje de la película «El muchacho con los cabellos verdes» podemos ver cómo, ante los constantes insultos que recibía un niño por el color de su pelo, la maestra de la escuela les incita a señalar de qué color tienen el pelo cada uno. La conclusión que extraen los niños es que, al haber una gran variedad de colores de pelo y no existir uno en el que encuadrar a todos, es absurdo estigmatizar a una persona por el color de su pelo. Del mismo modo, si analizamos la composición racial del mundo[3], vemos que sería muy difícil hablar de una raza mayoritaria y si lo hiciésemos, no lo sería, ni de lejos, el hombre blanco occidental. Entonces solo podemos concluir que lo que se esconde dentro del racismo es esencialmente un rastro de la construcción colonial del modelo productivo. Siendo más concisos, hay racismo porque hay características raciales que se asignan a los países en los que se constituyeron como polo imperialista y países en cuyo expolio se sustentó (y sigue haciéndose) la acumulación capitalista.
La posición de lo que a la que el antropólogo barcelonés Manuel Delgado denominaría, no sin socarronería, «la izquierda Manu Chao«, ante este mismo conflicto educativo sería el ensalzar la diferencia, la especificad y no en mostrar, que la sociedad es demasiado diversa como para construir un concepto de homogeneidad en torno a cuestiones fiscas o raciales. La multiculturalidad es esencia, una metodología que en ningún momento rompe la dicotomía «diferente-hegemónico «y que estigmatiza lo diferencial. En resumen y como afirma el filósofo esloveno Slavoj Zizek, la multiculturidad no es sino la forma ideológica de la dominación del Capital Global que trata a todas y cada una de las culturas locales de la manera en que el colonizador suele tratar a sus colonizados autóctonos cuyas costumbres hay que conocer y respetar[4]. En conclusión, hablaríamos del racismo que mantiene las distancias.
De forma irreverente se podría concluir que dentro de este conjunto de babosidades intelectuales, no subyace la idea de construir una sociedad más justa y sin desigualdades, sino más bien una condescendía displicente que no es síntoma si no del sentimiento de superioridad (y cierto sentimiento de culpabilidad propio del dogma judeocristiano) hacia aquellos que a los que consideran menos desarrollados. Ya en una de sus maravillosas obras el dramaturgo alemán Bertrolt Brecht[5], ya parodiaba, lo contraproducente, e incluso cínico[6], que puede resultar afrontar la causa de los oprimidos desde posiciones exclusivamente moralistas o espirituales.
Esta ingenuidad desnortada no solo es un racismo encubierto, sino que también supone un desarme ideológico funesto a la hora de afrontar los problemas que genera. Es sintomático que los conflictos causados por la inmigración se dan en dos apartados: el socioeconómico y el cultural[7]. Para atajar el primero, la solución evidente no es otra que trabajar de forma colectiva por la mejora las condiciones de vida de la clase trabajadora y rearticular su conciencia como sujeto social universal, pero ¿Para la segunda?.
A la hora de encarar esta pregunta resulta igual nefasto decir que las creencias que asumimos como occidentales son mejores y por tanto hay que protegerlas, como haría Santiago Abascal, que decir que todas las culturas son igual de buenas o de malas (y por eso hay que respetarlas) como haría el proyecto de la multuculturalidad. El socialismo[8], en tanto proyecto económico y político, pero también ético y moral, posee una cultura y valores propios, aunque parece que, incluso algunos de los que se reivindican dentro de este proyecto, se han olvidado de ellos; siendo la pérdida de esta brújula la esencia de esta disentería ideológica.
No cabe duda alguna de las clases populares españolas están compuestas por gentes de muy diversos colores de piel y creencias religiosas. Basta darse una vuelta por cualquier barrio obrero del país para comprobarlo. También sería algo bastante iluso el negar que los choques culturales y de valores que esto genera, provocan conflictos y que la vía para gestionarlos no es la negación de éstos, ni la condescendencia hipócrita del que carece un proyecto emancipador para todos y todas. El primer ejercicio para esbozar una solución a este atolladero quizás podría pasar por comenzar a hablar de lo que los une y no ensalzar las diferencias.
[1] Bueno, Gustavo, El mito de la izquierda, Ediciones B, Barcelona.
[2] Siendo el Fórum de las Culturas celebrado en Barcelona en el año 2004 el clímax de este proyecto.
[3] En esta parte del escrito emplearemos el término raza al ser éste el más coloquial en el uso, pese a que científicamente es incorrecto hablar de razas en la especie humana, al no encontrarse la diferenciación genética entre sujetos que sí se da entre otras especies que si poseen razas.
[4] ZIZEK, Slavoj, «En defensa de la intolerancia» ,Año pagina 56.
[5] La obra «Santa Juana de los Mataderos» nos muestra como una misionera , aduciendo a la espiritualidad de la pobreza, no hace sino perpetuar eta situación. Esta moraleja, recuerda a la idea que el filosofo alemán Friedich Nietzsche expresa en su obra «El Anticristo» una fuerte critica a ese culto a la pobreza y al fracaso que hay tras la misericordia cristiana, cuya variante laica actual sería lo que algunos etiquetan con el eufemismo caritativo al que se tiene la osadía de llamar «solidaridad«.
[6] En su notable «Ellos y nosotros»(Ministerio de Educación), Mikel Aramburu nos describe cómo los vecinos más pobres del Raval (Barcelona), que suelen responder en términos racistas a las encuestas y cuyo número provoca la alarma mediática, llevan a sus hijos a los mismos colegios públicos del barrio a los que acuden los hijos de los inmigrantes, con los que acaban mezclándose. En cambio, los pulcros profesionales que han adquirido pisos nuevos en la zona y que jamás contestarían de forma inadecuada a una entrevista sobre actitudes hacia los extranjeros, matriculan a sus hijos en colegios privados o concertados o en escuelas públicas alejadas del barrio, donde puedan estar a salvo de los aspectos menos amables de la diversidad. Ellos son los «tolerantes» de nuestros días.
[7] Por ello, el discurso de la extrema derecha se resumiría en dos afirmaciones : «Los inmigrantes nos roban el trabajo y las ayudas» y «Quieren invadirnos y acabar con nuestros valores».
[8] Dentro de sus diversas especialidades y estrategias, desde la socialdemocracia hasta la libertaria.