Así, espontáneamente comenzaron a darse llamamientos de personas principalmente anónimas a cortar carreteras y llevar a cabo otras acciones simbólicas de escasa entidad. Surgen inicialmente en la Francia rural, al reunir a las poblaciones más perjudicadas por esta medida fiscal. Sin embargo, poco a poco fueron tomando peso y ganando apoyos por todo el país, incluida la Francia urbana, lo que derivó en que el movimiento cristalizase en una protesta generalizada el sábado 17 de noviembre, con una importante movilización en la capital.
A partir de este primer episodio, cada sábado consecutivo se repitieron ‒y de manera creciente‒ grandes protestas, propagándose como decimos a las principales zonas urbanas en forma de fuertes disturbios, y contestadas con una gran represión por parte del Estado. En este sentido, pese a lo ambiguo de las reivindicaciones (exceptuando el asunto de los carburantes) poco a poco éstas fueron concretándose y extendiéndose a distintas materias. De esta manera, pasaron a solicitarse en lo fundamental mejoras económicas para las capas trabajadoras de la sociedad: subida del SMI, bajada de impuestos a las rentas más bajas y a los bienes básicos etc. Incluso exigencias políticas profundas, como un proceso constituyente de cara a la proclamación de la sexta república. Todas ellas, presididas por la exigencia de dimisión del presidente del gobierno Emmanuel Macron.
Este momento histórico que vive el país, caracterizado por el conflicto de los chalecos amarillos, coincide con las horas más bajas del mandatario desde su reciente elección en el año 2017. Mientras que en la segunda vuelta de las presidenciales del mismo año logró el 66% de los votos, hoy su popularidad ha caído por debajo del 30%. Distintos acontecimientos políticos así como la adopción de políticas neoliberales profundamente antipopulares le han granjeado el apodo de “monarca arrogante” por buena parte de la opinión francesa. Llegó a presentarse incluso una moción de censura contra su gobierno, que no prosperó dada su abrumadora mayoría en la Asamblea Nacional. Por el contrario, los chalecos amarillos cuentan con una simpatía del 70% de la población.
Distintos acontecimientos políticos así como la adopción de políticas neoliberales profundamente antipopulares le han granjeado [a Macron] el apodo de “monarca arrogante”
El impulso y la constancia a los que llegó el movimiento los primeros días de diciembre ‒sobre todo los sábados, y a pesar de ya haber suprimido el aumento del impuesto sobre los carburantes‒ obligó a Emmanuel Macron a retransmitir un discurso televisado, seguido por más de 20 millones de personas simultáneamente, anunciando medidas fiscales que se traducirían en mejoras económicas para la clase trabajadora. Entre éstas, la reducción del tipo impositivo aplicado al SMI, el aumento de la llamada prima de actividad, la anulación del alza en la contribución de las pensiones más bajas o la exención de la cotización de las horas extras.
Tras este ceder del gobierno, los elementos menos avanzados tanto de quienes apoyaban a los chalecos amarillos (como por ejemplo el fuerte sindicato reformista CFDT) como de entre ellos mismos, comenzaron a mostrarse contrarios a una nueva movilización el sábado 15 de diciembre, denominada “Acto V”, optando claramente por una vía de diálogo y negociación. En este sentido, ninguna organización política ni sindicato han sabido capitalizar u organizar a los chalecos amarillos, quienes han mantenido su carácter espontáneo y heterogéneo. En cualquier caso, cabe señalar que mientras que en un principio organizaciones como la France Insoumise y su líder Jean-Luc Mélenchon o el sindicato de clase CGT se mostraron recelosos del movimiento, las últimas semanas lo promovieron y apoyaron en gran medida, coincidiendo con convocatorias de huelga laborales y estudiantiles a lo largo del país.
Queda demostrado una vez más que la capacidad de organización y de movilización del pueblo es la única manera de conquistar derechos. Las manifestaciones, cortes de carretera, liberación de peajes y todas las formas de lucha son legítimas y efectivas si detrás de ellas hay unas reivindicaciones populares y de clase, así lo ha demostrado el pueblo francés apoyando a los chalecos amarillos. La resignación e inacción no son opciones para enfrentarse al neoliberalismo feroz que impone la UE y sus gobiernos títeres en los países europeos. Le deseamos a nuestro país vecino una pronta victoria que no será solo suya si no de todas las clases populares europeas.