Sorprendentemente, en un giro de guión insospechado, estos partidos de derecha se han colocado junto a los grupos independentistas que tanto odian, rompiendo así el bloque constitucionalista encargado de preservar la unidad de España.
Valga este titular irónico, con datos parciales y una visión unilateral, para señalar el simplismo de los argumentos hegemónicos en la izquierda institucional, que ha criticado, de una manera sobreactuada, la posición de los partidos catalanes que han votado en contra de los PGE. Presupuestos que, en realidad, no eran más que el adelanto de campaña del PSOE sabiendo que iba a ser incapaz de sacarlos adelante.
La crítica principal de estos partidos es que, con el veto a estos PGE -los más sociales de la historia, aseguran-, quien sale perjudicada es la clase trabajadora, que se verá privada de una serie de políticas económicas beneficiosas, como la ampliación del permiso de paternidad, la recuperación del subsidio de desempleo a mayores de 52 años, el aumento de impuestos a las grandes empresas o la subida del IRPF a quienes cobran más de 130.000 euros al año. Dicen, además, que echar abajo unos presupuestos no ayuda en nada a la causa independentista -repentina preocupación por una causa que han combatido- y que es injusto que pongan su reivindicación nacional por encima del bienestar de todos los trabajadores españoles. De esta manera, continúan, se abre el camino a la derecha y a la extrema derecha, cuyos presupuestos siempre van a ser mucho peores.
El problema de este razonamiento, a nuestro juicio, es que parte de una concepción muy estrecha de la lucha de clases, fundamentalmente porque separa “la cuestión social” de la democrática, como si no tuvieran nada que ver y la defensa de los trabajadores consistiera en negociar un puñado de monedas para tal o cual partida y aliviar así, coyunturalmente, su condición de asalariados explotados. Nosotros, sin embargo, consideramos que la defensa real de la clase trabajadora consiste, más allá de lograr mejoras puntuales, en construir marcos políticos que aseguren la satisfacción de sus intereses, independientemente de la voluntad del gobierno de turno.
Las y los comunistas entendemos que el marco superior para ello es el socialismo y el comunismo, en el que la clase obrera se ha emancipado y, por tanto, perdido la naturaleza que tenía en el capitalismo. Sin embargo, en el curso por la revolución socialista, podemos y debemos articular tácticas que nos permitan llegar a otros marcos inferiores que, aunque no terminan con la explotación del trabajo asalariado, sí suponen un cambio estructural en la correlación de fuerzas entre trabajo y capital. En ese sentido, la ruptura con el Régimen del 78, que es la forma superestructural que adopta el capitalismo en el territorio español, debe constituir la perspectiva de trabajo inmediato para cualquier fuerza de progreso, no sólo porque, en tanto que ataque a la arquitectura institucional de las élites económicas supone un avance en políticas favorables a los sectores populares, sino porque, además, la ampliación de las libertades democráticas que conlleva -derecho de autodeterminación incluido- nos sitúa en un escenario mucho más favorable para luchar por mejoras de tipo económico.
Es difícil llegar a una conclusión de este tipo si se parte de una visión economicista de la lucha de clases, si se reduce esta a la mera contienda reformista-sindical, si se concibe al obrero como un simple estómago con patas incapaz de comprender la interrelación de luchas, de ampliar su perspectiva, de elevarse políticamente, de desarrollar, en definitiva, conciencia de clase para sí y entender que no hay salida dentro del capitalismo.
Por eso, la cuestión no es si los presupuestos son buenos o malos, la cuestión es que la izquierda reformista, con la lógica de apoyar permanentemente el «mal menor», no sólo refuerza las estructuras del Régimen del 78 sino que nos lleva a retroceder en la articulación de nuestra línea política. Dar oxígeno a uno de sus pilares, en este caso al PSOE, no parece muy razonable ¿Es asumible, desde un punto de vista progresista, pactar con un gobierno cuyo partido permite que haya presos políticos, niega el derecho de autodeterminación y comete injerencias imperialistas en Venezuela? ¿Podemos las fuerzas del campo democrático y popular articular un proyecto político independiente, trazar una hoja de ruta propia, si asumimos estas medidas de excepcionalidad, si normalizamos, en aras del buen funcionamiento del parlamentarismo, este ataque a las libertades más elementales?
Detrás de esa crítica a las fuerzas soberanistas que se han opuesto a los presupuestos, se esconde un socialchovinismo español que asume el marco jurídico-territorial del Estado como el orden natural de las cosas. No hace falta ser independentista para denunciar esta concepción reaccionaria, basta con tener unas convicciones democráticas elementales ¿Qué se diría desde las filas de Unidos Podemos si fuesen Pablo Iglesias o Alberto Garzón quienes estuviesen presos? ¿Se asumiría como algo normal? ¿Se postergaría la lucha por las libertades a la tramitación de una partida de becas?
Decía Rosa Luxemburg, en un debate sobre la votación de los presupuestos generales en Alemania, que sólo oponiéndonos a la suma final, incluso si hubiéramos aprobado las partidas particulares, sólo oponiéndonos al todo, en el que se refleja la existencia material del Estado de clase, podemos expresar nuestra oposición al conjunto del Estado de Clase. No seremos quienes de esta cita saquen que en todo contexto hay que votar en contra de los PGE, pero una cosa es eso y otra que desde la izquierda institucional se apele continuamente al pragmatismo para evitar un escenario que pintan como catastrófico obviando deliberadamente que los PGE representan una gran parte de la financiación del Régimen del 78 y, por tanto, un pilar fundamental del mismo. Centran toda su estrategia en evitar un gobierno de la extrema derecha, pero obvian que el peor escenario posible es el que están contribuyendo a construir ellas, es decir, un escenario en el que las fuerzas progresistas asumen progresivamente la agenda de los elementos reaccionarios -y, por consiguiente, su ideología- para evitar que gobierne una derecha peor. De seguir con esta lógica absurda, acabaremos apoyando a Vox para evitar que lleguen “males mayores”.
Félix Povedano Mínguez y Daniel Gómez militantes de la Juventud Comunista.