Durante la noche del 27 de junio de 1969 hubo una redada policial en la calle Christopher del Greenwich Village neoyorkino. A esta, acudieron únicamente ocho policías pues hasta la fecha los llamados “bares de hadas” nunca habían supuesto ningún peligro para las fuerzas represoras del estado. Sin embargo, en torno a 300 personas LGTB trabajadoras se reunieron a las puertas de la taberna Stonewall dando lugar a una revuelta que duraría tres noches y cuya tensión política culminaría con la formación ese mismo verano del Frente de Liberación Homosexual (GLF). A través de su periódico militante Outcome, el frente demandó el 28 de junio como un día de acción para reclamar Christopher Street de la policía y de los regentes mafiosos de los bares de ambiente para así construir una calle donde poder expresarse libremente sin tener que aceptar chantajes capitalistas.
Estas, son las raíces de la protesta LGTB que desde 1977 cada junio ha ido sacando a las calles a generaciones de personas LGTB del Estado Español. A 50 años vista, se sigue escuchando la consigna de recuperar el legado de Stonewall llegándose incluso a escuchar por parte de gestores de la sociedad burguesa quien hablando de este legado intentan mercantilizarlo.
Desde la Juventud Comunista, queremos recordar cuál es el legado de aquella revuelta y cómo puede iluminar este nuestras luchas presentes.
Más allá de la revuelta callejera romántica, lo verdaderamente importante de Stonewall es que supuso la semilla de una forma de organización política colectiva en torno a la opresión de las personas LGTB: los Frentes de liberación. Nombrados a partir del Vietcong, queda demostrada la vinculación de la lucha LGTB desde sus inicios con la lucha antiimperialista. Estos frentes donde muchos de sus miembros compartían una doble militancia con la lucha obrera revolucionaria, se sirvieron de brazos teóricos como la célula Mariposa Roja para analizar teóricamente las raíces de su opresión sirviéndose para esta tarea de la herramienta científica de la clase trabajadora: el materialismo histórico.
Si bien el desarrollo de la homofobia participa de un proceso histórico que engloba fenómenos tales como la división de la sociedad de clases, la instauración de un estado coercitivo que mantiene ciertas relaciones socioeconómicas, las condiciones materiales sobre las que se erigieron las religiones monoteístas o la sumisión de la mujer en la institución familiar; no fue hasta que Engels publicó El origen de la familia, la propiedad privada y el estado (1884) que se hizo posible explicar científicamente las raíces de la opresión homosexual y por lo tanto, comprender, cuál era el camino político a seguir para acabar con ella.
La raíces de la homofobia las encontramos en la instauración de la propiedad privada y del régimen patriarcal, necesitado por la transmisión de herencia de padres a hijos.
Esta discriminación se ha ido desarrollando dialécticamente en las instituciones de la clase dominante a través de los siglos, pasando por el estado ateniense, las religiones abrahámicas, la inquisición católica y hasta nuestros días. Pero no sería hasta la llegada del capitalismo como modo de producción que la homofobia pasaría a ser parte del propio sistema económico, es decir, esencial para el mantenimiento del nuevo orden social. El capitalismo necesita eliminar de la esfera pública toda disidencia sexual o de expresión de género para poder mantenerse incuestionado. Así, mientras sienta las bases de una opresión sistémica a las vidas LGTB, sienta las bases y hace posible por primera vez la organización del movimiento LGTB.
Tras las revoluciones liberales europeas, en el momento en que la burguesía dispone del poder estatal y extiende su hegemonía de clase a la sociedad, impone una reorganización de las relaciones entre los humanos para perpetuar su dominio económico. Así, instaura un nuevo discurso ideológico encargado de propagar sus propios valores de clase.
Mientras que las relaciones sociales feudales inscribían al hombre en una correlación con Dios, y la oposición al orden social conllevaba la excomunión, que suponía la separación del orden humano del individuo con su orden divino, la sociedad capitalista inscribe al hombre como agente socioeconómico con sus relaciones de producción. Con el tiempo, el desarrollo del ateísmo en el seno tanto de la burguesía como del proletariado hizo peligrar el orden social, junto con la institución que había sido su garante, la iglesia. Así, la familia nuclear se convierte en la institución ideológica garante de este nuevo orden social, asegurando la reproducción de la mano de obra capitalista a la vez que la acumulación de capital desde el plusvalor.
Mientras que la familia nuclear se fue volviendo más importante para el capitalismo, se volvió más importante representarla como la única forma posible de convivir, asegurando que la división sexual del trabajo permanecía a través de las generaciones. Las personas trabajadoras LGTB, en tanto que hacían peligrar los valores garantes para la producción capitalista, debían ser relegadas a los márgenes de la sociedad. Por consiguiente, la militancia de los Frentes ya consideraron en la década de los setenta que la liberación LGTB no era posible dentro de la sociedad tal y como la conocemos por mucho que el sistema pueda reproducirse y adaptarse a la lucha parcial, aquella que no trastoca sus cimientos, direccionada por reivindicaciones y agentes burgueses.
En última instancia la importancia de la familia nuclear para el capitalismo y la amenaza que el colectivo LGTB podía suponer, implica que la reproducción ideológica burguesa de la LGTBIfobia es en un sentido amplio un producto y un mecanismo más de apuntalamiento del sistema capitalista patriarcal. Aunque fruto de diversos procesos económicos y sociales, donde también se inserta la propia lucha del colectivo LGTB, podamos hablar de mayores derechos civiles y nuevas formas o “modelos familiares” sobre todo en cuanto a la composición de miembros que la configuran, recogen éstas contradicciones y readaptan necesariamente el carácter y el sentido que la unidad nuclear tiene para el capitalismo.
Es por todo ello que militantes como Jean Nicolas en su panfleto La Cuestión Homosexual, formulaban que la única estrategia política válida para los Frentes de liberación pasaba por convencer al movimiento obrero de la importancia de la emancipación de los homosexuales y convencer al movimiento homosexual de la necesidad de elevar su lucha a la de la clase obrera en pro del socialismo tal y como recogió el episodio de solidaridad con la huelga minera de 1984 en Inglaterra.
Por ende, cuando estos días escuchemos hablar del legado de Stonewall, debemos recordar y conocer que esa efeméride pertenece al hilo rojo de la historia de la clase trabajadora.
Recuperar el legado de Stonewall conlleva continuar el trabajo teórico que comenzaron las militantes en el verano de 1969 y que vincula la violencia cotidiana de las personas LGTB con la lucha de clases. Recuperar el legado de Stonewall pasa por recordar que ninguna reforma LGTB puede conseguir que el orden burgués deje de necesitar la reproducción de mano de obra capitalista, base sobre la que se sustenta la familia nuclear heterosexual.
Hoy, a 50 años de esa revuelta de trans, maricas y bolleras obreras, recuperamos ese legado que llamaba a las personas LGTB trabajadoras a salir “fuera del armario y a las calles” y aseguramos que en ellas, y fraternalmente a su lado, nos encontrarán siempre a la Juventud Comunista en lucha revolucionaria por el socialismo que romperá las cadenas de la homofobia y la transfobia.