Se puede decir que LCDM han marcado a nuestra generación. El grupo, sus conciertos y sus letras estallaron a la par que el álgido periodo de movilizaciones de 2010 a 2015.
Es difícil establecer, siguiendo las leyes de la dialéctica, qué viene antes si el huevo o la gallina, es decir, si su éxito fue gracias al clima de agitación o si sus letras y sus conciertos colaboraron a la concienciación de la juventud. La explicación que más nos convence es que la frustración de la clase obrera se canaliza de diversas formas: a veces montando barricadas, y a veces con letras contestatarias realizadas por dos de sus hijos (un soldador y un cristalero). Tampoco es casualidad que sean de Valencia donde la corrupción y el neoliberalismo camparon a sus anchas y, quizá por ello, ha sido la zona del país que ha generado los grupos de música combativa con más éxito de la última década.
Es difícil mantener el estilo después de 14 años pero Comanchería sigue siendo esa buena mezcla a la que estamos acostumbradas, entre flow y letras surgidas desde la frustración y la angustia regadas de odio de clase que responden al yermo neoliberal en el que vivimos. LCDM nos siguen recordando conceptos elementales del materialismo histórico, referentes como La Pasionaria, Novecento o Marx y Engels así como la necesidad de parar al fascismo o poner el foco de atención frente a la sociedad individualista y vacía que rodea a las omnipotentes redes sociales.
Al escuchar este disco, podemos percibir la transición desde sus rimas burradas y vaciladas tan naturales como desenfocadas que marcaban sus primeros temas a unas letras mucho más elaboradas y atinadas políticamente. Esa naturalidad surgida del puro instinto de clase ha sido elevada a una fase superior en la lucha ideológica, un pasito en el camino de la clase “en sí” a clase “para sí” tal y como lo seguimos denominando las marxistas. No nos defraudan y pasan a Cayetana por la guillotina calmando así, nuestras ganas de irreverente radicalidad. Como guinda del disco, unas cuantas buenas colaboraciones con músicos variados, nuevas promesas del Rap y eternas glorias como Kase O y el Zatu de SFDK.
Sus aportaciones a la agitación y propaganda son notables, nadie se hubiera imaginado que miles de jóvenes gritarían enfervorecidos “¡socialicemos los medios de producción!” en decenas de conciertos. Sus referencias y apoyos a luchas, incluso su participación en ellas, denotan su férreo compromiso político por lo que han sido considerados un referente del Rap Político a este lado del Atlántico.
Atomizados, precarios y con dificultades inmensas para construir referentes, esperamos que Los Chikos del Maíz sigan al pie de la barricada con honestidad y disciplina en este mundo de locos.