Las dictaduras militares instaladas en el cono sur durante la segunda mitad del siglo XX, a diferencia del fascismo histórico en Europa, se caracterizaron por seguir al pie de la letra los planes marcados por EEUU, especialmente en lo económico. Así, mientras los think-thanks de Washington teorizaban hasta dónde llegar con eso de “adelgazar el Estado”, los pueblos de latinoamérica sufrían el brazo ejecutor de Pinochet, Videla, Stroessner y compañía. Al tiempo que las dictaduras desaparecían a miles de personas, millones de trabajadores y trabajadoras veían cómo mermaban drásticamente sus condiciones de vida.
Esto sentó unas dinámicas neoliberales difícilmente reversibles que dejaron sobre las economías latinoamericanas la enorme losa del endeudamiento y la privatización de sectores estratégicos. Tras la salida de las dictaduras y la restitución de las democracias burguesas, tanto en Argentina como Brasil llegaron al gobierno opciones liberales que en ningún momento tuvieron voluntad de cambiar el rumbo de la economía. Además, ambos países, como consecuencia de las políticas previas, enfrentaron graves crisis económicas agravadas por la hiperinflación. Como dato curioso, en la Argentina de Alfonsín, el problema de inflación era tan grande que los supermercados cerraban varias veces al día para poder cambiar los precios. En este contexto de desastre económico absoluto y ante la dificultad de obtener crédito externo es cuando comienzan a producirse los primeros acercamientos y acuerdos económicos entre el gobierno de Brasil y Argentina. El primer hito fue la Declaración de Foz de Iguazú en 1985, considerada piedra basal del Mercosur. Tras esto, en el año 1988 se firma el Acta de Alvorada, por la cual Uruguay se suma al “proceso de integración” y en 1991 el Tratado de Asunción que, además de incorporar a Paraguay, adopta por primera vez el nombre de MERCOSUR y creaba una zona de libre comercio.
El MERCOSUR nace, por lo tanto, bajo la falsa premisa de ser una herramienta de integración regional pero con una hoja de ruta clara de seguir los planes neoliberales de creación de áreas de libre comercio. Al mismo tiempo, en el norte, EEUU, Canadá y México firmaban el NAFTA, lo que da buen ejemplo de la agenda común del capital. ¿Y en este lado del charco? Aquí ya llevábamos años de desarrollo de la UE y, por esas alturas, el Acuerdo de Maastrich era el responsable de unificar y sintetizar los tratados elaborados hasta el momento (Tratado constitutivo de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, el Tratado constitutivo de la Comunidad Europea de la Energía Atómica y el Tratado constitutivo de la Comunidad Económica Europea.).
La mesa estaba servida y, cuando muchos países de Latinoamérica se encaminaban al bicentenario de su primera independencia, los gobiernos títeres de la oligarquía se encargaron de alejar un poquito más el horizonte de la segunda y definitiva.
En 1995, se firma el Acuerdo Marco de Cooperación MERCOSUR-UE, que dibuja el anhelo que hoy celebran burgueses de uno y otro continente.
Sin embargo, en tiempos donde florecen más derrotas que primaveras, debemos volver sobre la historia y preguntarnos por qué han tenido que pasar más de veinte años para el anuncio del acuerdo final. Si decíamos que en Latinoamérica los ochenta fueron los años de la crisis y la hiperinflación, los noventa fueron una especie de estocada mortal para las capas populares.
De las recetas de Washington a los genocidas, pasamos a presidentes como Ménem erigidos alumnos aventajados del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. En Argentina, aquello que quedaba por privatizar, se privatizó, así se alcanzasen puntos tan ridículos como ver los semáforos adornados con publicidad. Además, la liberalización total del mercado tuvo como consecuencia la destrucción de las industrias nacionales. Del trauma colectivo, y sin ánimo de caer en simplismos, se nutren las propuestas políticas que marcan la agenda latinoamericana durante la primera década del siglo XXI: los K en Argentina, Lula en Brasil, el chavismo en Venezuela, el Frente Amplio en Uruguay y Lugo en Paraguay. Salvando las enormes diferencias entre cada uno de los proyectos, es innegable un denominador común: la voluntad de un proceso de integración latinoamericana que poco tenía que ver con lo trazado hasta el momento.
Bush pudo dar buena fe de esto en Argentina en el año 2005 cuando la IV Cumbre de las Américas pasó de ser el punto de inicio del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) al punto final. Allí Chávez proclama: “ALCA, ALCA… ¡Al carajo!”, Néstor Kirchner, Maradona y un Evo Morales que por aquellas era candidato presidencial sonríen; mientras, un estadio repleto de gente celebra y da vivas a la Patria Grande. Más que de ALCA, en Latinoamérica se hablaba de ALBA.
Lamentablemente, el mapa latinoamericano, con todas sus limitaciones, ha cambiado mucho y ahora tiene bastante más que ver con lo que fueron los ochenta y los noventa. Las dos mayores economías del MERCOSUR (Brasil y Argentina) tienen al frente gobiernos que suscriben al dedillo la vuelta a fórmulas de entrega (venta del país), ajuste (recortes sobre los sectores populares) y represión. Macri (que enfrenta en unas semanas unas elecciones nada halagüeñas para él) y Bolsonaro viven, además, la caída en picado de su popularidad y encuentran en el Acuerdo MERCOSUR-UE una excusa para vender humo a sus pueblos. Por su parte, Europa, ve en el momento actual su oportunidad para fortalecerse frente a la guerra económica entre EEUU-China y pasar de puntillas sobre la crisis del Brexit. Si Milton Friedman se levantase de su tumba (cosa que no hace falta en absoluto) estaría bastante más orgulloso de la UE que de sus amados Estados Unidos de América.
¿Quién tiene las de ganar con este acuerdo? Desde luego, las capas populares de ambos lados del Atlántico no. En el año 2018, el 70% de las exportaciones de MERCOSUR para la UE eran productos primarios. Si el sector primario no pasa por su mejor momento en Europa, ¿cómo va a hacer frente a la eliminación de aranceles sobre los productos de MERCOSUR? Y no menos importante, ¿cuánto van a dispararse los precios de estos productos en las estanterías de los supermercados latinoamericanos?.
La relación centro-periferia se ve reforzada cuando del otro lado de la balanza comercial, lo que la UE exporta a MERCOSUR son, sobre todo, bienes de alto valor añadido. El poco tejido industrial superviviente al neoliberalismo que, dicho sea de paso, no fue lo suficientemente potenciado por los llamados gobiernos populares tiene por delante un panorama totalmente desolador.
Tampoco podemos dejar de poner este acuerdo en contexto dentro de la gran crisis mundial de recursos: Latinoamérica tiene combustibles fósiles pero también buena parte de las mayores reservas de agua dulce del mundo. Además, reforzar a la UE como principal socio comercial del MERCOSUR es una manera inteligente de aislar a Venezuela y agravar la crisis económica que atraviesa el país.
El marxismo nos ha dado la capacidad de encontrar en la división internacional del trabajo una de las características del imperialismo. Hoy, con el rumbo que toman las relaciones UE-MERCOSUR, vemos cómo se refuerzan los roles que tanta desigualdad han generado en el mundo. Todo viso de una Patria Grande soberana parece sepultarse bajo la vuelta al modelo agroexportador y la dependencia. Toda posibilidad de cambio en la Unión Europea vuelve a sonar ilusa. Eliminando aranceles, la UE no sólo se evidencia como el gran baluarte del librecambismo (y sus consecuencias), sino que transfiere miles de millones de euros públicos a empresas privadas. Los beneficios, por supuesto, serán para otros.
Para nosotras quizá quede ver cómo nuestros océanos colapsan, más aún con el aumento de tráfico marítimo, o llorar por un Amazonas que arde para llenar los mismos bolsillos que se llenan con nuestra fuerza de trabajo. Que nadie se alarme si nuestro acuerdo es colapsar o hacer arder las calles, lo necesitamos más que nunca.