Es cierto que históricamente el amor ha sido un tema recurrente para la literatura, la música o el cine, donde muchas veces hemos analizado que se crea y refuerza el mito del amor romántico. No obstante, ahora se habla de las distintas formas de amar, de orientaciones, identidades, de poliamor o de amor libre. También hablamos sobre el consumo del amor y la tinderificación de las relaciones, como analizamos en Tinder y la muerte de las relaciones interpersonales. Pero, ¿cuál es el verdadero potencial del amor? ¿Qué consecuencias tiene para la organización y la lucha?
Por un lado, presentamos la primera idea clave: la imposibilidad material de amar en capitalismo. En la posmodernidad (como etapa histórica), la atomización de los individuos tanto desde una óptica ideológica, a través del individualismo liberal, como por el propio sistema productivo, que avanza furtivamente hacia la precariedad de las trabajadoras, determinan esta imposibilidad. No tenemos tiempo para querernos bien, ni, siendo sinceras, para querernos a secas. Y tampoco tenemos ganas, estamos demasiado centradas en el presente y en el «yo». Es por ello, que las aplicaciones de citas han triunfado tanto, porque nos permiten consumir los afectos, consumir el sexo, sin compromisos emocionales y, luego, cada uno por su lado. Pese a la gran industria de consumo montada alrededor del amor (p. ej. San Valentín), el sistema nos quiere productivas, no enamoradas[1].
Como respuesta a esto, desde el feminismo actual se está reivindicando el amor como método de resistencia y lucha contra la depredación del capital. Han surgido diversos debates en torno a la monogamia/poligamia, como una competición de cuál es la «mejor» forma de amar, o la más libre. Pero, ni la primera es tan opresiva, ni la segunda es tan maravillosa, por defecto. Nos quedamos con la idea de monogamia como «estructura» y no como práctica, de Birgitte Vasallo[2]. La clave será la responsabilidad afectiva vs. la falta de cuidados en relaciones desiguales.
En ese sentido, se nos retrata la pareja como refugio y es completamente comprensible. Necesitamos certezas en los afectos, en la vida en general, para sobrevivir a la inestabilidad y volatilidad impuesta en capitalismo. Existe, también, cierta nostalgia al modelo tradicional de familia, dentro de esta puesta en valor del amor. En cuanto al poliamor o al amor libre, entran en juego la «jerarquía relacional» y la «competición en los afectos», prácticas que casan igual de bien con la monogamia como estructura, pero con más de una persona al mismo tiempo. Así, podemos concluir que, en el fondo, las relaciones sanas y feministas no tienen que ver con el número de personas implicadas, en tanto las dinámicas patriarcales y nocivas se reproducen en ambas formas de querer.
Por otro lado, desde el feminismo marxista clásico se señala la falacia del amor y las relaciones libres y se cuestiona el papel de la familia tradicional. Alexandra Kollontai distingue entre el amor romántico burgués, enfocado al individuo, y el amor camaradería, enfocado a la colectividad. En función de si nos enajena o no de la lucha, de organizarnos e implicarnos políticamente, estaríamos ante uno u otro.
Si refrescamos los conceptos, la moral sexual burguesa se basa en el derecho de propiedad de un ser sobre el otro, en general, pero con el patriarcado de fondo. Instrumentaliza el matrimonio (monógamo) como institución para la trasmisión de la propiedad en la familia y el control sexual de las mujeres. La propiedad del yo físico, pero también del yo espiritual (amor como conquista del alma del ser amado).
Como antagonista a la moral sexual burguesa, nace la moral sexual proletaria. Basada en la solidaridad y la libertad, creando el amor camaradería. Este pone los intereses de clase por encima de los intereses de la familia. Este amor, también denominado «Eros de alas desplegadas», se plantea con los siguientes postulados:
- Igualdad en las relaciones mutuas, (igualdad de género)
- Mutuo y recíproco reconocimiento de sus derechos, sin pretender ninguno de los seres unidos por relaciones de amor la posesión absoluta del corazón y el alma del ser amado (desaparición del sentimiento de propiedad).
- Sensibilidad fraternal. «Todo para el hombre amado», proclama la moral burguesa. «Todo para la colectividad», determina la moral proletaria[3].
Kollontai explica que las formas comunales de vida precapitalistas son barridas por la competencia, la exclusividad y el aislamiento de la familia nuclear, dificultando y desplazando el trabajo colectivo. La soledad de los entornos urbanos más desarrollados de la época refuerza e instauran el amor romántico burgués como hegemónico, el amor como válvula de escape de esta soledad. Comienza a asociarse intimidad física (sexo) con el «derecho de propiedad sobre el ser emocional de la persona amada»[4] . Aquí merece la pena reflexionar sobre la enorme importancia y romantización que se hace del sexo, por encima del resto de relaciones, más sólidas, de carácter amistoso.
En conclusión, hemos hablado sobre cómo nos afecta el sistema a la hora de consumir amor, de tratar de vivirlo o de estar sin pareja. Hemos analizado que las condiciones materiales dificultan desarrollar relaciones feministas y que podemos caer en el aislamiento impuesto. Así, la respuesta tampoco debería ser re-romantizar el amor como liberador. En definitiva, en una sociedad fragmentada y desorganizada, se puede caer en posiciones reaccionarias en tanto repliegue a modelos tradicionales de familia como refugio y anestesia, que pueden hacer perder de vista la lucha colectiva.
[1] https://www.pikaramagazine.com/2014/09/sin-tiempo-para-el-amor-el-capitalismo-romantico/ Consultado por última vez el 7/02/2020.
[2] Vasallo, B. (2018). Pensamiento monógamo, terror poliamoroso. La Oveja Roja.
[3] Kollontai, A. M. (1923). ¡Abran paso al Eros alado! Una carta a la juventud obrera. Disponible en Marxist.org.
[4] Kollontai, A. M. (1911). Las relaciones sexuales y la lucha de clases. Disponible en Marxist.org.