Calles vacías. Hospitales llenos. Aulas vacías. Supermercados llenos. Estanterías vacías. Transportes públicos llenos. Plazas vacías. Hogares llenos. Cuentas corrientes vacías. Balcones llenos. Expectativas vacías. Centros de trabajo llenos. Bolsillos vacíos. Bolsillos llenos. Incertidumbre. Debates. Sindicato. Emails. Llamadas. Formularios. Contactos. Ruedas de prensa. Preguntas. Preguntas. Más preguntas. Una Respuesta. El espectáculo debe continuar.
El estado de alarma cumple diecisiete días. Dos semanas largas en las que el confinamiento, en el mejor de los casos, y la exposición innecesaria, en el peor, han marcado la cotidianidad de la clase obrera. Entre ambos extremos la miseria capitalista ha sembrado un campo de miedo e incertidumbre minado de despidos, finalizaciones de contratos temporales –el gran timo del empresariado español-, vacaciones obligadas, chantajes, extorsiones… Los sindicatos han ocupado su puesto en la primera línea de batalla. En frente, la ya de sobra conocida burguesía. La que nunca pierde. La que siempre encuentra un pozo en el que pescar.
Las plataformas de comida a domicilio
El 1 de marzo Just Eat presentaba al mundo su última innovación: robots que llevaban el pedido a casa. «Hay que concienciar a la gente de que, al abrir la puerta, quién estará detrás va a ser un robot», declaraba la empresa. La semana siguiente llegó el coronavirus a nuestra vida. Paralizó una parte de la actividad económica del estado. Los hogares se llenaron de teletrabajadores, trabajadores en suspensión de empleo, despedidos o de vacaciones obligadas. Las aceras se vaciaron. El asfalto no. Al abrir la puerta no apareció un robot; apareció una repartidora guardando la distancia de seguridad con el pedido.
La demanda no baja. El negocio no cesa. Los establecimientos de comida a domicilio baten récord de ventas.
Just Eat anuncia ayudas de hasta 600.000 euros a sus restaurantes socios. Uber Eats elimina gastos de envío en sus pedidos. Glovo incluso te hace la compra. Empresas hosteleras que cesaron su actividad al principio de la crisis reabren ilusionadas con su nuevo servicio a domicilio. Estas plataformas se ofrecen al mundo como las garantistas del sustento alimenticio para una población necesitada de ellas. Nada más lejos: unos nuevos servicios sociales para los no tan necesitados.
Mientras, sus trabajadores piden parar. Pasados los 50.000 infectados por la pandemia en España, piden no volver al asfalto. No volver a sus rutas de decenas de avenidas, calles, portales, ascensores, escaleras y hogares diarios. Piden que su vida valga más que el pedido que portan. «Las plataformas digitales Stuart, Deliveroo, Glovo y Uber Eats están incumpliendo la normativa en materia de prevención laboral porque no están proveyendo a los riders de equipos de protección individual ni de ningún tipo de medios básicos de seguridad como mascarillas, guantes o gel desinfectante», ha reclamado el sindicato Free Riders, que incide en que su sector no realiza una actividad imprescindible. El capital no cede. Los beneficios mandan. El espectáculo debe continuar.
El streaming
La televisión se ha convertido en la estrella alrededor de la que orbitan las vidas de muchas de las confinadas. Mientras que las cadenas generalistas se llenan de fake news, morbo, conspiraciones y miedo; las plataformas de video bajo demanda están destacando como uno de los negocios más rentables en esta crisis. El ocio individualizado es tendencia en el confinamiento, y prueba de ello es la subida de Netflix en bolsa. La misma plataforma que en 2018 pagó como impuesto de sociedades 3.146 euros. HBO, su competidor más inmediato, no llegó a más de 100.000 euros. Es la práctica habitual de un sector al que se ha unido recientemente Disney+, la plataforma en streaming de Disney.
La competencia es encarnizada y cada día que pasa conocemos nuevas campañas y ofertas. Disney ha lanzado una promoción con descuento de diez euros anuales, Amazon Prime ofrece gratuitamente su contenido en zonas afectadas de Italia y Movistar+ ha liberado gratis sus canales hasta abril. Sería ingenuo observar esto como un simple acto de filantropía y no como campañas promocionales para seguir manteniendo beneficios en temporada de pandemia.
Mención aparte merece PornHub. La distribuidora pornográfica ha saltado a la primera plana de los medios de comunicación estatales por ofrecer sus contenidos premium de forma gratuita en todo el mundo. Una campaña publicitaria casi tan barata como poco deontológica que continúa naturalizando una industria que reproduce la violencia machista en varias de sus formas más inhumanas y que termina convirtiéndose en educadora sexual de adolescentes. Un detalle mucho más peligroso en un contexto sin centros de estudios donde se pueda enfocar la educación sexual desde un punto de vista feminista; algo ya deficiente en nuestros centro educativos. Estamos hablando, pues, de las víctimas indirectas de la pandemia.
Los ERTEs como beneficio de la patronal
Si hay un concepto que hemos interiorizado durante esta pandemia ha sido el del Expediente de Regulación Temporal de Empleo. Una medida que permitía a los trabajadores seguir conservando su puesto de trabajo una vez que pase el virus mientras el Estado paga una parte de su salario. En el mejor de los casos, la acción sindical ha conseguido que algunas empresas complementen los sueldos hasta cubrir su totalidad. Sin sindicato no hay victorias, ni tan siquiera parciales.
Esta medida fue ideada para aquellas empresas que se viesen comprometidas por sus opacos beneficios. Aquellas que no pudiesen soportar un par de meses con un ritmo productivo menor. De nuevo, en situación de crisis, socializamos pérdidas; mientras que en época de bonanza no repartimos la riqueza. La vuelta de tuerca, poco sorprendente, ha llegado con las solicitudes de ERTEs. Durante estas semanas hemos vivido un goteo de empresas solventes, de beneficios multimillonarios, que no han dudado en acogerse a este salvavidas: El Corte Inglés, Ikea, Primark, Decathlon, H&M, Iberia, Burger King, Seat, Renault, Mercedes, y un largo etcétera al que no se suma Inditex por la acción sindical de CCOO que salvó el ERTE sobre la bocina –o, al menos, lo aplazó hasta mediados de abril-. ¿Seguro que estas compañías no acumulan riqueza suficiente como para cubrir los salarios de sus trabajadores durante dos meses?
El tejido empresarial, encabezado por su élite, vuelve a mostrar el lado más egoísta del capitalismo: su incompatibilidad con la vida, aun cuando esta pende de un hilo.
La empresa de hospitales privados HM, en plena crisis sanitaria, ha pedido a sus profesionales que cojan vacaciones «sin lamentos», «estando a la altura de las circunstancias». HM gestiona en España diecisiete hospitales y más de una veintena de policlínicos, a lo que añadimos una facturación de más de cuatrocientos millones de euros anuales, según informa eldiario.es.
Durante la pandemia somos nosotras quienes llenamos los metros, atendemos clientes, trabajamos en obras, subimos escaleras, entregamos pedidos y, en definitiva, nos exponemos al virus en empleos innecesarios dado el contexto actual. Todo para que ellos ganen. Para que nunca pierdan. No es casualidad que ante el viejo dilema bandolero de la bolsa o la vida, siempre elijan la vida. La nuestra.