«La guerra», «El odio», «El valor», «El control» y «La locura» son los títulos de los cinco nuevos capítulos de la última temporada de la aclamada serie de Netflix «Las chicas del Cable». Una temporada que relata la historia de las cinco mujeres que protagonizan el resto de la serie, con un salto en el tiempo de 9 años, es decir, en plena Guerra Civil española.
El argumento principal gira en torno al personaje de Lidia, que se siente obligada a dejar a su familia en EEUU para viajar a España en busca de Sofía, que se ha marchado de casa con la idea de alistarse a las milicias en la guerra. En su intento de impedir que Sofía se vaya a luchar al frente, se irá reencontrando con las antiguas chicas del cable, las cuales van a remover cielo y tierra por ayudar a Lidia.
Más allá del feminismo marcadamente liberal que intenta vender la serie, bastante acentuado en la anterior temporada y que también está presente en la nueva, la principal crítica a esta primera parte de la quinta temporada es la importante falta de rigor histórico. Además de perpetuar todo tipo de tópicos sobre la guerra entre giros argumentales forzados y otros sinsentidos, nos presenta una visión del conflicto totalmente descafeinada.
Aprovechando el tirón de un tema tan cercano a nosotros y «polémico» como es la Guerra Civil, esta media temporada ha introducido todas las chifladuras habidas y por haber: desde el reencuentro casual de dos amigas en un portal en plena guerra o la división en bandos opuestos de dos hermanos gemelos y su posterior encuentro fortuito, pasando por muertes falsas y falsos entierros, embarazos…
Toda la construcción del relato de la Guerra Civil y la caracterización de la misma no podría inducir mayor confusión. Para empezar, el primer capítulo de la serie nos pone en contexto de manera muy pobre: el espectador sabe que la acción se desarrolla en el Madrid de finales de la guerra, pero ni siquiera se especifica en qué momento del año 39 se está desarrollando la serie. Desde el primer momento, Netflix te vende que la historia se cuenta desde un punto de vista republicano (en la tónica progre que le caracteriza), no obstante, va insertando elementos que, lejos de ser objetivos, reproducen la ideología dominante de la narrativa histórica oficialista de la guerra.
La serie intenta hacer un retrato de lo mal organizadas que estaban las milicias, lo cual no deja de ser otro tópico que para nada refleja la situación. El Ejército Republicano no estaba compuesto por destacamentos populares prácticamente espontáneos como se intenta mostrar, sino que estaba profesionalmente entrenado y, aunque es cierto que el desorden estaba presente en algunas cuestiones (como es normal en toda guerra), no fue todo tan caótico como nos quieren hacer pensar. De hecho, en ello tuvo un importante papel el Partido Comunista, que en el año 36 ya empezó a organizar el 5º Regimiento de Milicias Populares, con el objetivo de intentar frenar la sublevación en sus primeros días. Y por supuesto, esto ni se menciona.
Así, eventualmente, se hace un burdo intento de lanzar la piedra y esconder la mano con la existencia y el uso de las checas por parte del bando republicano. Entre secretismo y sin venir a cuento varios personajes dialogan sobre ello con temor y después se descubre que quien las usa para torturar es el general republicano traidor que realmente es fascista. Sin duda, una aproximación histórica un tanto confusa y enrevesada.
La caracterización también es desafortunada, pasando por los carteles que podemos ver por las calles de Madrid, que llaman a luchar y a trabajar por la república y, en vez de reflejar la realidad, se centran en topicazos como el «No pasarán» y en el estado de los edificios y las calles. Y es que, desde nuestro punto de vista, hace falta algo más que polvo, unos cristales rotos y unos sacos de arena a los lados de la calle para recrear el avance y la victoria del bando sublevado en el Madrid de 1939.
A parte de todo esto, la serie intenta vendernos un empoderamiento falso, en el que un grupo de mujeres lucha contra viento y marea por lo que quieren, aunque en realidad lo que sucumbe es una falta de ideales y un individualismo marcado. Cuando Lidia descubre que Carlos es en realidad un espía del bando sublevado y las chicas del cable se ponen a buscar con ímpetu los negativos que lo demuestran, no lo hacen para descubrirlo y así poder denunciarlo por fascista, sino para poder utilizarlos a modo de chantaje y conseguir lo que buscan, que es recuperar a Sofía. Este es un ejemplo muy claro entre las numerosas escenas que giran en torno a esta actitud, encarnada sobre todo en el personaje de Lidia.
El personaje de Sofía también es interesante de analizar, ya que en ningún momento reconoce luchar por unas ideas políticas. Su alistamiento en la guerra es presentado como una manera de solucionar una «crisis de identidad», siendo que era una persona adinerada y que además vive en EEUU lo cual como construcción de la historia no tiene mucho sentido. Y a esto se le añade el maternalismo con el que se trata al personaje. El argumento principal es que hay que convencer a Sofía de que no vaya al frente, rescatarla porque no sabe lo que está haciendo ya que, en palabras de varios personajes, «es solo una niña».
Esto no es baladí, en tanto que reproduce el estereotipo de joven antifascista inocente que tiene la cabeza llena de ideales sin ningún ápice de realismo. La infantilización se generaliza a personajes como Carlota u Óscar, que los pintan como estúpidos e inconscientes que no saben lo que hacen ni lo que pintan en una guerra, poniéndose en peligro sistemáticamente y dando a entender que simplemente están locos.
Por si todo esto no fuera suficiente, la principal crítica que se le debe hacer a esta temporada de Las Chicas del Cable es que, utilizando el escenario de la Guerra Civil, el entretenimiento consiste en la presentación de una especie de panfleto. Capítulo tras capítulo, lejos de ahondar en las diferencias ideológicas entre ambos bandos, los argumentos políticos brillan por su ausencia, dando a entender que la pertenencia a uno u otro bando es una cuestión completamente circunstancial.
Por último, la banalización de los ideales republicanos se maquilla con el mensaje de que el «amor todo lo puede», que la amistad de las chicas del cable está por encima de todo y que si se apoyan las unas en las otras y permanecen unidas, las cosas saldrán bien. Todo ello en la línea de ensalzar el individualismo liberal que, como hemos comentado, es incapaz de ver la realidad en un plano social. Igualmente, es paradigmático el encuentro entre hermanos gemelos en bandos opuestos, que representa el topicazo guerracivilista de la división en las familias de forma totalmente superficial y alimentando, en conclusión, la idea de que la posición de los personajes en la guerra es algo casual.