Sexta semana de confinamiento en medio de una crisis sociosanitaria. Los barrios obreros han vivido estas semanas unas experiencias compartidas. Las tardes están marcadas por el aplauso de las ocho, que aunque formalmente nació como un reconocimiento a las trabajadoras sanitarias, se ha convertido quizá en una forma de darse apoyo entre las vecinas que resisten el virus, el confinamiento y la crisis emergente. En los edificios resuenan canciones que se han convertido ya en himnos compartidos, felicitaciones de cumpleaños programadas, formas de pasar el rato que impactan en las redes sociales. Todas hemos vivido esta experiencia.
Al mismo tiempo, nuevas redes de cuidados y solidaridad se organizan en nuestros barrios. Personas con o sin experiencia política previa llevan la compra a sus vecinas, reparten medicamentos, bajan al perro o la basura, organizan la ayuda psicológica o el asesoramiento en materia laboral. A veces, hay personas mayores que necesitan algo tan sencillo como tener alguien con quien hablar. Los medios de comunicación y las redes sociales se hacen eco, sorprendidos de esta respuesta comunitaria. Hablan de una «ola espontánea de solidaridad» ante el virus, como si esta hubiese brotado como los hongos, desconociendo el trabajo de base en numerosos barrios que ha permitido articular una respuesta rápida y colectiva.
Levantar estas redes de barrio está siendo un reto en muchos casos. El boca a boca o los carteles informativos en portales y comercios del barrio no siempre bastan para informar a las personas necesitadas de que existen estas redes en su entorno. Las personas mayores no se atreven a llamar. Las migrantes y refugiadas piden ayuda en ocasiones, pero no vuelven a hacerlo por pudor. Las familias necesitadas desconfían de esos números de teléfono móvil de personas desconocidas. ¿Cómo se puede movilizar a un barrio en el que no conocemos a las vecinas de nuestra misma escalera?
Mientras tanto, otras personas reaccionan a esta crisis implementando sus propias dinámicas de vigilancia y control sobre el vecindario. La «policía de los balcones», como ahora se la llama, colabora con el endurecimiento de la autoridad y el lenguaje de guerra promovido desde el Estado. No solo para asegurar el confinamiento efectivo, también una salida controlada y reformista a esta crisis que mantenga o amplíe la tasa de ganancia de los capitalistas. Son actitudes individualistas, por tanto, que hacen más vulnerables a nuestros barrios.
Vivimos en vecindarios con prolongadas dinámicas de cambio de población, donde se asientan constantemente nuevas comunidades migrantes, jóvenes que van y vienen cada mes por trabajo y/o estudios, familias expulsadas de sus hogares de toda la vida, y personas mayores que son apartadas por un sistema productivo que ya no las necesita y un ocio que no involucra a la comunidad. La dificultad para llegar ahora a ellas no es casualidad, es la geografía que muchas décadas de neoliberalismo han dejado sobre nuestra realidad comunitaria. Que haya que recurrir a los carteles ya indica la falta de contacto con el entorno más cercano. Tratamos de llegar a personas de las que ya estábamos distanciadas antes del confinamiento.
Cuando este encierro termine, la crisis laboral y la crisis de cuidados seguirán ahondándose gravemente. Como en el año 2008, la clase capitalista tratará de hacer caer su peso sobre los hombros de las de siempre. Ante el debilitamiento de los vínculos sociales, tendremos que redoblar el esfuerzo para crear espacios comunes, redes de barrio. Sería injusto decir que partimos de cero. Llevamos muchos años aprendiendo del movimiento vecinal y el movimiento por la vivienda, así como de todas las iniciativas socio-comunitarias que persiguen «hacer barrio».
Cuando nuestras vecinas se unen y se organizan, tienden a construir unos valores y un marco distinto al del neoliberalismo del patrón y el policía de balcón. Sus prácticas y sus saberes han surgido de la experiencia comunitaria, espontánea e informal, de prácticas de apoyo nunca olvidadas entre comunidades de vecinas y otras nuevas soluciones que la realidad concreta les ha ido imponiendo. Los mismos medios de comunicación que invisibilizaban o desatendían esa realidad de los barrios, se sorprenden ahora de la «solidaridad espontánea». El poder popular que deberemos construir ha de beber de esta fuente y ha de seguir construyéndola.
Contra la «policía de los balcones», necesitamos más barrio. Contra la salida reformista y autoritaria a la crisis, necesitamos más clase trabajadora. Nuestras calles ahora vacías se volverán a llenar, llenémoslas de barrio, nunca más de población móvil y de personas aisladas y solas. Vamos a estar y habitar en el lugar en que vivimos, vamos a cuidarnos entre nosotras y actuar unidas, en ese vecindario que aplaude, canta, se organiza, trabaja y sufre por igual. Y es que no habrá salida individual a esta crisis. Sólo el barrio salva al barrio. Solo el pueblo salva al pueblo.