Bancos que hasta ahora nunca pararon de desahuciar, en época de crisis y bonanza (el pasado año, hubo 250 desahucios por día) nos aseguran en sus campañas publicitarias que ante esta crisis «no se pondrán de perfil».
Cadenas de televisión privadas que utilizan las imágenes del personal sanitario, en riesgo permanente de contagio debido a los recortes públicos de años anteriores, para promocionarse como «la televisión de un gran país».
Mutuas privadas y compañías de seguros nos dicen que somos héroes y heroínas con la manta del sofá por capa, por seguir yendo a trabajar y soportando la crisis de los cuidados.
Empresas eléctricas, de esas que cada año suben sus facturas en invierno y cabildean contra cualquier iniciativa de poner coto a la «pobreza energética», haciendo publicidad motivacional para que capeemos este virus juntas.
Supermercados y mayoristas que han encarecido productos básicos hasta un 46% y no garantizan la mínima aplicación de las medidas de seguridad para sus trabajadoras, anunciando a bombo y platillo subidas en su nómina mensual.
La historia se repite dos veces, primero como tragedia y luego como farsa. Cualquiera con suficiente memoria se acordará de la campaña «Esta crisis la paramos entre todos», lanzada en torno al año 2010 por personalidades famosas del establishment mediático español. En ese momento comenzaban los «ajustes» recetados por la Troika europea, la oleada de desahucios y la caída por debajo del umbral de la pobreza para miles de familias trabajadoras españolas. No, la crisis no golpeó a todas por igual.
¿Seguro que este virus lo paramos unidos?
Se estiman en 4,6 millones los trabajadores afectados por los ERTE aprobados. Solo es la punta del iceberg de unas cifras de desempleo considerablemente mayores, sobre todo en el sector hostelero, que perfilan una crisis de consecuencias imprevisibles. La OIT calcula una subida en el desempleo mundial de 25 millones de personas, si no se toman medidas urgentes y a gran escala.
Son más de 25.000 las muertes si sumamos centros de migrantes y residencias de ancianas, muchas de ellas gestionados por multinacionales y fondos buitre desde hace varios años. Hemos podido ver a equipos directivos dándose a la fuga, cadáveres abandonados durante días, trabajadoras sin medios ni formación ante la magnitud de los hechos.
El virus no entiende de razas y clases, nos dicen. Pero en muchas ciudades de Estados Unidos, siete de cada diez fallecidas son afroamericanas, porque la pandemia entiende, al menos, de raza y de clase: la mayoría no pueden pagarse la sanidad. En las grandes ciudades, miles de trabajadoras precarizadas deben elegir entre exponerse al contagio o perder el empleo. Repartidoras, limpiadoras, cajeras… No parece razonable pensar que el riesgo de Ana Patricia Botín sea mayor.
También parece que entiende de género, y de edad. España ha sufrido la mayor destrucción de empleo desde que se tiene noticia, y la juventud, a pesar de constituir el 25% de asalariados, supone más de la mitad de los despidos computados. La crisis se ensaña con sectores como la hostelería, el comercio y la construcción, donde está la mayor cantidad de contratos precarios que se pueden extinguir con facilidad. Las mujeres, por su presencia en sectores precarizados y en trabajos de cuidados, sufren también este riesgo.
Recientemente descubrimos que Bérgamo, el mayor foco de fallecidas en Italia, jamás se declaró zona roja debido a las presiones de la patronal local. En cuántos lugares ha sucedido lo mismo, solo podrá saberse cuando estudiemos históricamente esta pandemia para desenmascarar a los verdugos de la clase trabajadora. En España tenemos nuestros ejemplos: presiones de la CEOE para suprimir el confinamiento a cualquier coste y algunos «chicos de los recados» como Iñigo Urkullu, pidiendo poder para mandar a las trabajadoras vascas al matadero.
Todos, sin excepción, nos dicen que este virus lo pararemos unidas. Todos nos dicen que no dejaremos a nadie atrás. Todos los que quieren rapiñar su parte del pastel, aprovechando esta crisis, se apuntan al «coronawashing». Algunos, que llevan lavándose las manos desde mucho antes de esta pandemia, quieren aprovechar la ocasión para hacerse un buen lavado de cara que oculte su inmoral explotación de la mayoría trabajadora.
Frente a su marketing, nuestra organización.