Cocinar es un trabajo, al igual que todo despliegue de actividad humana para la satisfacción de necesidades. En estos días de confinamiento, una parte de la clase trabajadora ha encontrado tiempo nuevo para las tareas culinarias.
Más o menos, cualquier persona intuye que la división sexual del trabajo ha tendido a concentrar la actividad culinaria y la transmisión de su saber en las mujeres. Las figuras de nuestras madres y abuelas condensan esta tendencia social casi absoluta.
En España, esta situación está más marcada que en otras partes de Europa por el retraso del desarrollo capitalista, el desastre económico que supuso la Guerra civil y la larga etapa del franquismo que asentó bases materiales e impulsó ideología para enclaustrar aún más a la mujer en el hogar.
La entrada de la mujer al mercado laboral ha ido hilada a la mercantilización del trabajo doméstico. Este proceso recíproco tiene una larga trayectoria que se remonta mucho más atrás que la invención de la lavadora. Desde el siglo XIX, el desarrollo de la industria textil y otras producciones fabriles fueron suministrando lo que hasta entonces se elaboraba en el hogar (a veces no solo por parte de la mujer, sino todo tipo de productos).
Las guarderías son un elemento de esta época. Para que la mujer también pudiera continuar produciendo plusvalor a los pocos días después de dar a luz, era necesario un lugar donde dejar a los pequeños.
Obviamente, este proceso ha seguido unos ritmos desiguales en cada país y en las diferentes áreas de los países. Además, dentro del avance general también han existido retrocesos.
La entrada de la mujer al mercado laboral no fue el inicio de su trabajo. Fue solo el inicio de la venta de su fuerza de trabajo. Las mujeres de la clase obrera enfrentaron este proceso, y desbrozaron el camino hacia la igualdad entre los sexos. Llegado el último tercio del siglo XIX, la situación había avanzado lo suficiente en algunas zonas como para que el marxista alemán August Bebel expusiera lo siguiente en aquel libro suyo con tanta repercusión La mujer y el socialismo (que se editó al menos 50 veces con él en vida):
«La referencia a la profesión natural de la mujer, según la cual debe ser ama de casa y niñera, es tan sensata como la referencia a que siempre tiene que haber reyes, porque mientras hubo historia existieron en alguna parte. […] Si hace dos mil trescientos cincuenta años Demóstenes indicaba como única profesión de la mujer “parir hijos legítimos y ser guardiana fiel de la casa”, este punto de vista se ha superado hoy en día. ¿Quién se atrevería hoy a defenderlo como «natural» sin incurrir en el reproche de menospreciar a la mujer?»[i]
El franquismo lo hizo, pero no nos sorprende nada que algo pueda haber mostrado ya su decadencia, como los planteamientos económicos liberales o el anarquismo, y si embargo siga manteniéndose a flote (qué decir de la monarquía, que Bebel toma como ejemplo…).
Desde entonces a esta parte, ya no sabemos tejer, apenas coser, conservar pescado en aceite, salar carne, hacer yogur… Accedemos a estos productos a través del mercado, y nuestras preocupaciones, conocimientos y tiempo se concentran en el medio para obtener el ingreso para adquirirlas: el trabajo asalariado.
Una de las consecuencias de esto es que la división sexual del trabajo se mantiene a unos niveles incomparables con los que tenía el siglo XIX. También hay un avance importante entre la generación de mediados del siglo XX y la de finales. Pero, aun así, esa división se mantiene.
La maternidad sigue siendo el elemento que radicalmente arranca a la mujer del proceso laboral asalariado y que más modifica su situación. Aquí hay condiciones biológicas (la posmodernidad odia hablar de esto, quizá porque su idealismo quiere vivir al margen de las necesidades ineludibles de supervivencia de nuestra especie) que al menos con el desarrollo técnico actual todavía concentran la gestación ineludiblemente en la mujer (las máquinas a modo de úteros artificiales aún son ciencia ficción), además de algunos procesos siguientes de cuidados, como amamantar (la leche materna sigue siendo la más recomendada). Pero estas diferencias entre los sexos, de carácter biológico e ineludible, no explican por sí mismas lo que en realidad son desigualdades históricas de ingreso y oficios, y otros elementos como los cuidados familiares y las consideraciones morales que, ya desde Bebel, habían empezado a pasar a la historia, pero que en muchos aspectos aún se resisten.
Tal y como el marxismo ya había concluido desde entonces, para superar estos problemas es necesario unos servicios públicos que socialicen la carga de cuidados. Al dar carácter público a estas tareas, pierden su sentido privado y con ello la base de su división por sexo, y se visibilizan estas funciones laborales a la par que las mujeres logran entrar más plenamente en la producción social (proceso de entrada que, por llevar tiempo en curso, no está exento de tareas pendientes, pues ha seguido el ritmo de las necesidades de valorización del capital, no el de las necesidades proletarias de transformación social). Solo así se comienzan a barrer radicalmente las condiciones materiales que aún sustentan a los planteamientos machistas.
De nuevo, es la actividad de las mujeres obreras lo que hace avanzar este proceso de igualdad, mientras el feminismo liberal ejerce las conquistas sobre la base de la comodidad económica (de clase). Y, de nuevo, la vanguardia revolucionaria es la clase obrera organizada, necesariamente bien atenta a las opresiones que afectan a un sector de la población, pues los servicios públicos mencionados solo pueden adquirirse a costa de arrebatar ramas al capital.
La conclusión es clara: o tomamos las riendas de la producción social apostando por la construcción del socialismo, o nunca tendremos el control sobre nuestro trabajo y nuestras vidas, en toda su amplitud.
La clase trabajadora puede, no solo salvar a la sociedad de la pandemia, como lo está haciendo. Tiene la potencia productiva y encierra la potencia política capaces de construir una sociedad mejor.
David F., militante de la Juventud Comunista
[i] Bebel, August (2018), La mujer y el socialismo, Akal, Madrid, pp. 346-347.