El nacionalismo que impregnó la Alemania de los años 30, la España de Franco y el fascismo italiano, acoge en sus fundamentos la base de aquel fenómeno decimonónico más conservador que se basaba en que las naciones tenían una historia fundacional, un elemento común denominador que justificase la creación de aquella comunidad. El nacionalismo apela a los sentimientos como herramienta discursiva lo que dificulta un debate racional y contrastado. En el caso de España tenemos los diferentes mitos que reúnen esa identidad española (el Cid, don Pelayo, los Reyes Católicos, etc.), donde a día de hoy la historiografía desmiente aquellos hitos en nombre de la nación y de Dios.
Hitler se empeñaba en diferenciarse del marxismo, defendía el bienestar de los ciudadanos alemanes (con su racismo intrínseco), no abogaba en ningún momento por una lucha de clases, sino que anteponía los intereses nacionalistas y de «raza» a los intereses del proletariado. El nazismo no apoya la emancipación de la clase trabajadora, solo interviene por la ligera reforma de las condiciones de los trabajadores para que el patrón obtenga mayores beneficios, como apuntaba en Mi lucha: «El patrón nacionalsocialista debe estar persuadido de que la felicidad y el contento de sus obreros son condición previa para la existencia y el incremento de su propia capacidad económica». Esta diferenciación es indispensable para entender que jamás se podría comparar el nazismo con el marxismo.
El fascismo de Mussolini compartía las raíces ideológicas con Hitler, y a pesar del esfuerzo, sobre todo de los neonazis de hoy en día por distanciarse del capitalismo, fue gracias a este y a la clase dominante de la década de los veinte quien propició el ascenso de los fascismos en Europa. Esa clase dominante compuesta por la Monarquía, la Iglesia, los banqueros, los grandes terratenientes, etc., fue la aliada incondicional del fascismo.
Podríamos decir que en el espejo del fascismo se refleja la demagogia, así como el ejemplo de la Alemania nazi que sin pudor se denominó socialista o más concretamente nacionalsocialista, cuando en nada puede compararse al socialismo. Esta estrategia no es en vano, Hitler entendía la importancia de la propaganda y afirmaba que debía acercarse a las clases populares para abarcar mayor fuerza en su proyecto político tal y como expuso en su obra más conocida, Mi lucha «El nombre del movimiento que se iba a crear debía ofrecer desde un principio la posibilidad y acercamiento a la gran masa, pues faltando esta condición, toda labor resultaría infructuosa y sin objeto». Esta popularidad demagoga tiene su auge en los periodos de descomposición del capitalismo, donde la burguesía, escondida tras los movimientos fascistas carentes de contenido de clase prepara su recomposición para volver a atizar los derechos de la clase trabajadora.
Parecido ocurrió en España, una guerra civil atravesada por varios conflictos: el conflicto de clase entre señor y trabajador, el conflicto entre Iglesia y Estado y el nacionalismo español cargado de mitos y leyendas para justificar su imposición. Cuando Franco llegó al poder, las élites que veían peligrar su posición con la República se frotaban las manos. Es importante recordar el papel que tuvieron diferentes empresarios y banqueros en el ascenso de Franco, personalidades como Juan March, uno de tantos que financiaron el golpe y que se benefició fundando más adelante la empresa FECSA. Durante el desarrollo de la dictadura franquista, las oligarquías del país consiguieron aumentar exponencialmente la concentración y monopolización de los sectores fundamentales de la economía, el franquismo supuso el pleno desarrollo del capitalismo en España.
Con la llegada de la Transición, nos quisieron vender que el franquismo había desaparecido, que la democracia se instauraba en el Reino de España. La Transición fue un pacto entre las élites económicas y franquistas para disfrazar un cambio político y entrar de pleno en el capitalismo internacional, camino que había allanado Francisco Franco. Es de sobra conocida la continuidad de personalidades franquistas en el gobierno y en los consejos de administración de las grandes empresas de este país que tanto influyen en la política española (Endesa, La Caixa, Iberdrola, etc.)
Al otro lado, se encuentra el antifascismo como negación y confrontación del fascismo. Los antifascistas «nacen» como respuesta al auge del fascismo abogando por la solidaridad entre los pueblos amenazados y tomando organización en el VII Congreso de la Internacional Comunista en 1935. Los comunistas entendían que era necesario un sistema de alianzas que alzase la lucha antifascista hasta la victoria. Aquello tuvo sus frutos pues tras el alzamiento militar en España, apoyado por Alemania e Italia, se reunió un oleaje de solidaridad internacional hacia el pueblo antifascista español que no dudó en hacer frente al nuevo régimen que quería imponerse.
Desde entonces, el movimiento antifascista agrupando diferentes siglas y partidos, ha luchado contra todo germen que ha pervivido no solo en España sino en el resto del mundo. Los grupos antifascistas tienen per se un discurso anticapitalista, entendiendo que no se puede luchar contra el fascismo sin luchar contra el capitalismo que lo promueve, y por ello son atacados propagandísticamente a día de hoy por parte de la clase dominante.
En pleno 2020 es una irresponsabilidad no tomar partido entre fascismo y antifascismo. Es insultante para todas aquellas que han muerto luchando contra esta violencia organizada, no solo durante la guerra civil y la segunda guerra mundial, sino durante los «años de democracia», como es famoso caso del antifascista Carlos Palomino asesinado en el metro de Madrid por el neonazi Josué Estébanez, o el último ataque el pasado marzo, a un hombre granadino que por colgar en su balcón la bandera republicana un grupo de fascistas entraron en su casa propiciándole una paliza[1].
Los discursos de libre expresión no hacen más que blanquear las agresiones fascistas que no descienden sino aumentan en nuestro país. Desde la «modélica transición», la extrema derecha ha vejado, agredido e incluso asesinado a miles de personas en España. El fascismo no es respetable, no podemos doblegarnos ante los ataques de esta lacra que con la ayuda de las grandes empresas campan por las calles con total impunidad. Seguiremos combatiendo el fascismo, orgullosas de nuestra historia y proclamándonos abiertamente antifascistas.
Sara B., militante de la Juventud Comunista