Hace un tiempo se habló en esta revista, sobre la “tinderización” de las relaciones interpersonales que se está imponiendo como modelo único bajo los esquemas del neoliberalismo. Sin embargo, debemos posar la mirada en las relaciones interpersonales en espacios LGBT y, en particular, en aquellas entre hombres. Mientras que estas han sido estudiadas, analizadas e incluso introducidas en la maquinaria del ocio y la sociedad capitalista y han tenido tradicionalmente el foco de atención en cuanto a relaciones LGBT, no ha sido tan preponderante su estudio en cuanto a este hecho. La hegemonía que poseen las relaciones hombre-hombre no se ha visto ejemplificada, al igual que no se han realizado prácticamente críticas a su reproducción y magnificación de modelos capitalistas y patriarcales. Por ello, poco después de la celebración del mes del Orgullo LGBT debemos reflexionar sobre la situación de los mismos y cómo podemos generar espacios de ocio alternativo sanos para la juventud LGBT de clase obrera.
Los espacios de socialización LGBT son un páramo, tanto culturalmente como directamente a la hora de existir. Tras años de opresión y represión franquista y post-franquista, sería lógico que hubiésemos creado lugares donde darnos apoyo y ser capaces de realizarnos y emprender el viaje interior que supone la autoaceptación de una manera sana. Sin embargo, en general, los espacios en los que las personas LGBT pueden socializar sin miedo a represalias o ataques son muy escasos y aunque en grandes ciudades sí que existan pequeños oasis en forma de librerías o cafeterías, en pequeñas ciudades y en el medio rural estos, de haberlos, siempre giran en torno a tres puntales del ocio capitalista: alcohol, drogas y sexo. Las discotecas y clubes de ambiente han llegado para imponerse como único pilar de ocio posible para las jóvenes LGBT que necesitan referentes y espacios en los que poder descubrir cómo vivir de acuerdo a su orientación sexual.
El hecho de que sólo sea en estos espacios donde un joven LGBT pueda conocerse y aceptarse lleva a una rápida asunción de los esquemas relacionados con el ocio capitalista y, en particular, con el sexo: todo en el mundo homoerótico gira alrededor de ello. Y aquí es donde aparece Grindr, una aplicación de citas a imagen de Tinder en la que hombres pueden buscar conectar con otros para ligar con ellos. Pero, mientras que el lema de Tinder es «conoce personas nuevas e interesantes cerca de ti», vendiéndose como una alternativa a las relaciones interpersonales tradicionales, Grindr se vende como lo que es, un gran mercado de sexo, con un diseño que favorece este hecho, al poder marcar uno rol sexual, rangos de edad y tipos de cuerpo según sus «preferencias», entre otros filtros.
¿Cuáles son los antecedentes de esto? Podemos remontarnos hasta la revolución sexual de los años 60. Cuando el esquema heteropatriarcal de mujer cornuda-amante oculta era el único posible y las relaciones fuera del canon heterosexual eran algo prohibido y reprimido, las corrientes del amor libre buscaron explorar nuevas relaciones en las que el puritanismo y al represión no fuesen la norma. Sin embargo, el capitalismo es una máquina que fagocita y consume todo aquello que puede suponerle una amenaza; aquellas movimientos que buscaron ser una luz diferente en un ambiente oscuro, acabaron siendo el germen de la hipersexualización que, desde los años 80, ligado al ascenso del neoliberalismo, comenzó a convertir a las personas en cuerpos y por tanto, en mercancías, listas para consumir. Este hecho, unido a la falta de espacios seguros para la juventud LGBT, como ya hemos dicho, debido muchas veces a la imposibilidad de existencia de estos, derivó en una radicalización de estos rasgos en estos ambientes.
Grindr es, por así decirlo, un mercado de carne, en el que los peores rasgos de las relaciones capitalistas se ven exacerbados; se acuerdan encuentros sexuales como si de transacciones bursátiles se tratasen, pudiendo elegir altura, tribu urbana y hasta raza de la persona con la que se va a quedar, reducida al papel de mero juguete sexual, puesto que elegimos sus características como si la comprásemos. Y es aquí donde entroncamos con una polémica que ha inundado estos días la red social Twitter, poniendo un debate soterrado sobre la mesa: las diferencias de edad en relaciones homoeróticas. Ante la crítica de muchos jóvenes gays y bisexuales de casos de acoso sistemático por parte de hombres que les doblaban o triplicaban la edad, muchos hombres que se han visto interpelados se han erigido en la defensa de las libertades individuales y de que cada uno puede hacer lo que quiera, tachando a aquellos que los señalaban estos comportamientos de «edadistas» y «niñatos».
Ante esto, debemos hacer una reflexión. El problema no radica en la individualidad, algo que hemos perdido con la total asunción de los modelos capitalistas. Que un caso particular no conlleve un hecho problemático no implica que no exista una generalización de hombres de mediana edad que buscan sistemáticamente parejas sexuales (que no sentimentales) que apenas rebasan la mayoría de edad, con todo lo que conlleva. Es una reproducción paso a paso de aquellos comportamientos patriarcales y predatorios que tanto criticamos, la adaptación de fetichización de la juventud y la infantilización de las parejas sexuales (que, recordemos, se consumen, sin relaciones personales de calidad) aquello que tan mal vemos y tanto criticamos, por parte de los hombres homosexuales y bisexuales. Esta completa interiorización de unos comportamientos de búsqueda (o simplemente acoso) sistemático de «cuerpos» jóvenes (subrayando la deshumanización de estos) y de consumo sexual podría considerarse un paralelismo a nivel personal del gaypitalismo del que Shangay Lily nos hablaba, convirtiendo a estos hombres en absurdigays, enemigos de la lucha del colectivo LGBT y de las clases trabajadoras.
Entre este hombre de mediana edad y su joven pareja sexual se genera una relación de poder en la que el último se ve atrapado, debido a su falta de experiencia, de madurez y en general, de conocimiento de la vida que el otro sí puede tener. Tantos y tantos jóvenes han visto condicionado su entrada dentro del ambiente LGBT a acostarse con señores mucho más mayores que ellos sin tener las herramientas ni la madurez emocional suficiente para poder discernir si lo hacen motu proprio o es simplemente una coacción velada. Conviene remarcar el factor de clase, pues son los jóvenes pertenecientes a la clase obrera aquellos que más opresión sufren y por tanto, más empujados se ven a este tipo de ocio, el único al que pueden acceder y que muchas veces se ve como una alternativa barata y con la que poder liberarse de la opresión capitalista (la concepción del sexo como refugio, de la que ya hablábamos en este artículo), además de la vulnerabilidad que puede producir la posición adinerada de la pareja sexual de mayor edad, un hecho que apuntala aún más esa relación de poder desequilibrada. Un (post)adolescente gay o bisexual de clase obrera, prácticamente sin herramientas emocionales ni experiencias personales que le hayan otorgado una madurez suficiente para crear relaciones sanas, se ve apresado en una relación en la que su pareja, en muchos casos meramente sexual, tanto por edad como por madurez y realidad material, ejerce una presión sobre este.
La falta de espacios en los que puedan conocerse a sí mismos y a otras personas LGBT sin necesidad de que sus relaciones giren en torno a la borrachera y al sexo genera jóvenes desencantados con el mismo y personas que no conciben relaciones más allá de la consecución de experiencias y parejas sexuales, refugiándose en estas de la opresión heteropatriarcal y sin embargo, asumiendo el neoliberalismo interpersonal completamente.
Por tanto, debemos hacernos una reflexión ¿es este el modelo de ocio y relaciones que queremos para la juventud LGBT obrera? ¿Uno que gire únicamente en torno a esto? Por ello, debemos desechar aquellos modelos capitalistas de cataloguización de personas y deshumanización neoliberal, a la vez que nos deconstruimos en los comportamientos patriarcales, para crear espacios seguros y de ocio alternativo en los que la juventud LGBT pueda descubrirse a sí misma y madurar sin necesidad de verse empujada a relaciones tóxicas que puedan dejar marca en ellas. Desechar los modelos de ocio hegemónico y de consumo de cuerpos hará que creemos relaciones interpersonales de calidad, en las que seamos capaces de sentirnos bien con nosotras mismas y con aquellas con las que nos relacionemos. Solo con el ocio alternativo conseguiremos una juventud sana, libre y luchadora, que será el puntal para poder construir poder popular.