Hace ya unas semanas publiqué esta noticia en Instagram: “los más ricos se han vuelto más ricos durante la crisis generada, en parte, por la pandemia, una vez más”. Un amigo me respondió a la historia: «Los más ricos no, los más listos, que se han aprovechado de las fluctuaciones». Si es una cuestión de inteligencia, está caro que la mayoría de la población se ha tenido que volver más tonta durante el confinamiento. Veamos si es así.
En esta tabla podemos observar la diferencia entre el patrimonio neto, calculado a 18 de marzo de 2020 (en azul) con el calculado a 13 de agosto de 2020 (en verde) de los 12 principales magnates estadounidenses.
(fuente https://twitter.com/slangwise/status/1295737982893174785/photo/1)
Entre todos ellos, han aumentado su riqueza un 40%, asegura el banco suizo UBS. Pero estos son casos aislados, son los más listillos de los llamados multimillonarios, ¿no es así? Pues no. Por si el lector no lo ha visto venir ya, nada aquí es mera fortuna o coincidencia. Entre abril y julio, la gran burguesía internacional aumentó su riqueza en más de un cuarto (27,5%), dándose una concentración de riqueza de 8,64 billones de euros, superando el pico de 7,54 billones de 2017 y alcanzando una concentración tan alta como en 1905].
Bueno, ¿y qué? ¡Alegrémonos por ellos, que han sabido ver el momento, y por nosotros, que vamos a disfrutar de esta riqueza que han creado con más puestos de trabajo! Seguramente es lo que diría mi buen amigo. Pero, ¿cómo es que han creado más riqueza? Vamos a detenernos aquí.
Sintetizando bastante, la riqueza se divide en riqueza real y riqueza ficticia. Ambas se relacionan en el sentido de que la una se apoya en la otra, pero a su vez son potencialmente contradictorias. Me explico: si una empresa consigue grandes ventas de mercancías obteniendo capital real, es muy probable que atraiga inversión bursátil por su aparente rentabilidad y consiga así altas cotizaciones en bolsa, aumentando su capital financiero, ficticio, y viceversa. Sin embargo, esto no funciona de forma exponencial y hacia el infinito. Conforme el valor de las acciones de la empresa acaba siendo muy superior al de la realización real del valor de sus mercancías (entendidas estas como bienes y servicios, con ciertos matices que no vamos a tratar aquí) -y lo normal es que se dé entre las grandes compañías-, se va configurando el fenómeno que conocemos comúnmente como «burbuja».
Precisamente, para evitarlo y para tomar ventaja ante la competencia, las empresas tienden a dejar la mínima cantidad posible de capital flotante y lo invierten en la producción, de cara a aumentar tanto cuanto sea posible la velocidad de circulación del capital y acortar al máximo el famoso ciclo dinero-mercancía-dinero’. El problema de esto es que inevitablemente se da siempre paso a un produccionismo desmedido, en un contexto de competencia sin piedad por producir lo máximo y lo más barato posible, y que se basa en un aumento constante de la composición orgánica del capital[2], cuando es el trabajo (abstracto) la sustancia del valor y, por tanto, de la riqueza.
Es decir, que el capital global acaba prescindiendo de una buena proporción de su fuerza de trabajo, que no solo es la que produce la masa global de valor (representada en las mercancías), sino que además es la que consume esas mercancías, lo que resulta en una contradicción insalvable: se da lugar a una oferta que el tejido de demanda finalmente no puede absorber, dándose así los ciclos económicos, que no son más que crisis de superproducción. Esta es, muy resumidamente, la esencia de la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.
¿Pero a qué viene todo esto? Si nos fijamos, la fortuna de buena parte de ese puñado de burgueses se debe al enorme incremento del valor en bolsa de las empresas tecnológicas líderes, que andaban en los meses anteriores de capa caída. Sí, por supuesto, también han tenido picos históricos de demanda debido a los problemas derivados de la pandemia, pero su valor en bolsa sigue sin corresponderse con el real.
Es por eso que todo parece indicar que existe una burbuja en el sector de las tecnológicas que, una vez el contexto no fuerce a un uso tan intenso de las tecnologías a la par que la clase trabajadora vaya perdiendo su capacidad de consumo con la crisis, probablemente pegue un reventón muy violento.
En la segunda parte de este artículo abordaremos cómo nos afecta a las clases populares esta cada vez mayor concentración de capital.
Álex G.
[2] Es la relación entre el capital constante, asociado a la masa de capital invertida en medios de producción, y el capital variable, asociado a la invertida en fuerza de trabajo. La tendencia general es que, con el gran desarrollo técnico derivado de la acumulación capitalista, la inversión en medios de producción sea cada vez mayor en proporción frente a la que se da en relación al trabajo vivo, lo que supone una tendencia de crecimiento de la composición orgánica de capital e implica la prescindibilidad cada vez mayor de las trabajadoras, mayores tasas de paro y, por tanto, menor capacidad de consumo social.