Con la firma del contrato entre el torneo 6 naciones y un fondo de inversión perteneciente al conglomerado CVC Capital Partners (con 75.000 millones de € de activos, que posee en el ámbito del deporte grandes porcentajes de la liga de rugby inglesa, la de fútbol italiana y otras competiciones) asistimos a un paso más que definitivo para terminar de afianzar la hegemonía económica de las denominadas “Home Nations” (las federaciones de rugby nacionales pertenecientes a las Islas Británicas: Irlanda, Inglaterra, Gales y Escocia) junto con Francia e Italia. Estas federaciones son hegemónicas en la Federación Europea de Rugby.
Puesto que en sus orígenes el rugby había sido un deporte de poca importancia en el resto de los países europeos, las decisiones siempre se habían tomado atendiendo las necesidades de las federaciones mayoritarias. Pero desde finales del siglo XX hemos asistido a su desarrollo en países de Europa que han llegado a alcanzar una consistencia y competitividad más que notable (como por ejemplo Rusia o Georgia en el rugby masculino; o la propia selección femenina española ganando el campeonato europeo por octava vez hace menos de un mes con una contundente victoria contra Holanda). Sin embargo, este desarrollo no se ha visto reflejado en la capacidad de decisión de las federaciones “minoritarias”, que son desplazadas y se les niega la oportunidad de demostrar en el campo el nuevo papel que tienen en el rugby mundial.
Estamos asistiendo a una pugna que tiene su eco dentro de la propia World Rugby (Federación Internacional de Rugby) como se pudo comprobar en las últimas elecciones a la presidencia, donde Agustín Pichot no fue capaz de aunar los votos de las federaciones minoritarias bajo su discurso aperturista. Esta división es patente en todas las regiones del globo. Dentro de esta perspectiva global, nos encontramos con una situación en Europa muy representativa. La principal competición es un torneo privado, el 6 Naciones, que concentra a las principales potencias del rugby europeo, pero que no da la oportunidad a federaciones menores incluso cuando miembros como Italia tienen un registro pésimo en el torneo (su último encuentro victorioso fue en la edición de 2015, y tan solo ha cosechado victorias en 12 encuentros en total desde que se unió en el año 2000).
Esta negativa a abrir el torneo no es casual. Responde a la capacidad de la federación italiana de ser más competitiva económicamente que federaciones como la georgiana o la española, aun cuando estas han demostrado su capacidad deportiva. Y si hablamos del rugby femenino la situación se agrava aún más, uniéndole la desigual situación que sufre el deporte femenino en todo el mundo. Habiendo ganado la selección española a combinados pertenecientes al 6 Naciones (como la victoria contra Gales hace poco más de un año).
Hay iniciativas para intentar revertir esta nueva situación, como una nueva competición internacional que permitiría una mayor mezcla de nivel y apertura entre las selecciones femeninas que ha sido anunciado esta misma semana, pero que no dejan de ser un brindis al sol de la actual presidencia de la World Rugby para mantener tranquilas a las federaciones menores.
Esto pasa además en un deporte que siempre se ha enorgullecido de los valores que enseña, pero que cuando entra en juego el capital ya no cuentan. Un deporte cuyas experiencias han servido a muchos jugadores y jugadoras para salir de situaciones difíciles, y para dar alternativa al ocio hegemónico dentro del capitalismo. Es cierto que el rugby (sobre todo en Europa) se ha asociado tradicionalmente a clases más pudientes de la sociedad, pero afirmar eso ahora es no tener en cuenta lo mucho que ha cambiado. Nos encontramos un deporte que en su base tiene clubes que aglutinan a chavales y chavalas de toda procedencia, y que sobrevive a duras penas debido al bloqueo que las grandes federaciones ejercen a la apertura.
Una apertura que ayudaría sin duda a que un deporte minoritario pero con una gran carga de valores creciese incluso en zonas más humildes de nuestro país, que hasta ahora encuentran normalmente un espacio alternativo de ocio únicamente en el fútbol y en menor medida en el baloncesto (entre los deportes de equipo). No se trata tampoco de competir con el resto de deportes, más bien de que las clases populares tengan un abanico de opciones disponibles a la hora de elegir un ocio digno y rico en valores que vayan en contra de la superestructura capitalista. Es decir, para romper con la hegemonía del consumo y el ocio mercantilizado desde la base.
Otro aspecto destacable del rugby es que es uno de los deportes que más hincapié está haciendo en los últimos años en atajar la desigualdad existente entre las secciones masculinas y femeninas, pero que no está exento de las polémicas ni de los debates existentes en el movimiento. Ejemplo de esto último el reciente veto de la World Rugby a mujeres trans en el rugby profesional, mientras que los hombres trans sí que pueden participar. Esta nueva norma atenta además contra uno de los principios básicos del rugby: la diversidad. Siempre se ha dicho que el rugby era un deporte en que tanto personas con una gran potencia física como más ágiles y móviles pueden tener un papel protagonista, lo que entra en contradicción directa con los argumentos biologicistas que esgrime la World Rugby para aplicar esta nueva norma. El rugby, como cualquier deporte, no está exento de los debates y tendencias que se dan en el marco político y económico de la sociedad.
Desgraciadamente, el rugby sigue el camino del fútbol en su profesionalización, aumentando cada vez más el capital invertido que se encuentra detrás. Mientras tanto, se aleja cada vez más de la base que lo construye como uno de los deportes más seguidos del planeta. Tenemos que luchar contra la mercantilización de cualquier deporte, y más aún si este se ha caracterizado por unos valores que deberían hacerlo cada vez más inclusivo con las nuevas realidades sociales. No podemos dejar que los intereses del capital acaben convirtiendo este deporte en otro producto más que consumir bajo demanda, con el que sangrar a los barrios obreros a través de apuestas en sus partidos. Hemos visto también que la narrativa tradicional que las grandes federaciones han mantenido tiene cada vez menos sustento, estando supeditadas muchas selecciones femeninas a las masculinas, cuando los logros deportivos femeninos superan con creces a los de sus compañeros, siendo este el caso de España.
Queremos dar a conocer la situación de este deporte en España y a nivel mundial, y los debates que se trasladan a este desde la sociedad, mostrando que es un deporte permeable a todo lo que ocurre fuera. Y un deporte, que si no se cuida, perderá todo aquello por lo que ha cautivado a jugadores y espectadores durante su historia. Reivindicamos el rugby como un deporte que transmita los valores que queremos inculcar a las nuevas generaciones de jóvenes trabajadores y trabajadoras que forjarán la sociedad del futuro. Si dejamos que la lógica capitalista siga avanzando y cerrándose a la nueva realidad del rugby mundial, nunca lograremos que este sea una alternativa popular para un ocio contrahegemónico.
Victor S. y Amor Z.