Se ha facilitado que llegue a la dirección de los clubs una parte de la nómina más impresentable de los empresarios de este país […] La propiedad dejó de ser colectiva para pasar a las manos privadas de quien acumulase más acciones. Los socios de toda la vida ahora se llamaban accionistas minoritarios. Los hinchas, abonados. Todos clientes.
En los barrios humildes no es extraño crecer con un balón como amigo. Ni dibujar canchas en cualquier plaza, especialmente si está adornada con bancos, despojados de su misión principal. Cuando no, mochilas, piedras, zapatos o chaquetas son porterías. Los jóvenes alucinan con la primera visita al estadio de su barrio, pueblo o ciudad, donde se enamoran de su equipo. A la segunda van vestidos de corto por si alguno de los once se lesiona y el entrenador los elige para saltar al césped. Veinte años después se verán recordando su olor.
Crecen acompañados de esa pasión. Pero el paso de los años deja heridas que impregnan de nostalgia las noches de insomnio con las rodillas heridas. Su equipo hoy es una empresa. Quizá entonces también lo era. Ellos son clientes, juguetes del capital. La Superliga, fracasada finalmente, ha puesto de manifiesto esta contradicción entre aficionados y empresa
De club de fútbol a Sociedad Anónima Deportiva: el inicio.
El órgano de dominación de clase que nos arrebató uno de nuestros bienes más populares: el fútbol. ¿Cómo se capitaliza un deporte? El gobierno de Felipe González tuvo la idea. Habían sido años de un descontrol absoluto. El fútbol español evolucionó de manera descontrolada tras la Transición. Pasó a multiplicar sus ingresos y sus gastos. Los clubes se endeudaron. Entonces llegó la Ley 10/1990, del 15 de octubre, del Deporte, para convertir en Sociedades Anónimas Deportivas (SAD) a todos aquellos clubes profesionales que hubiesen presentado saldos negativos en los últimos cinco años.
Todos cayeron, a excepción de Real Madrid, Barcelona, Athletic y Osasuna. Los clubes de Primera y Segunda División se convirtieron literal y legalmente en empresas. La propiedad dejó de ser colectiva para pasar a las manos privadas de quien acumulase más acciones. Los socios de toda la vida ahora se llamaban accionistas minoritarios. Los hinchas, abonados. Todos clientes.
Manuel Vázquez Montalbán lo narró en Fútbol. Una religión en busca de un dios (Debate, 2005): “Se ha facilitado que llegue a la dirección de los clubs una parte de la nómina más impresentable de los empresarios de este país, verdaderas víctimas de una pandilla de jíbaros que a su vez se aplican día tras día a achicar la cabeza del sujeto colectivo sobre el que mandan: la masa social de cada club”. Treinta años después, en los pasillos suenan ecos de una próxima Ley del Deporte que suprima la obligatoriedad de ser SAD para competir profesionalmente.
Tras este pistoletazo de salida, el capital penetró y se asentó en lo más profundo del fútbol. La consultora PricewaterhouseCoopers (PwC) cifró en 15.688 millones de euros (1,37% del PIB) el volumen de ingresos del fútbol profesional español en la temporada 2016/2017. En 2015, otra consultora, KPMG, concluyó que de los 7.600 millones de euros que ingresó el fútbol en el curso 2012/2013, 2.800€ provinieron directamente de los bolsillos de los aficionados: quinielas, apuestas, entradas, cuotas de socios o abonados y suscripciones a canales de pago para ver los partidos por televisión.
El fútbol se empantanó hasta el nivel de dejar al descubierto las miserias del capitalismo. Una ristra de clubes históricos murieron por deudas económicas, muchos de ellos incapaces de sobreponerse a la crisis económica de 2008: UD Salamanca (2013), U.E. Lleida (2011), CF Extremadura (2010), CD Logroñés (2009), Granada 74 (2009) después de comprar la plaza al Ciudad de Murcia en una de las operaciones más rastreras del fútbol español, SD Compostela (2006), CD Mérida (2000)…
Mientras tanto, en la otra acera, la de la élite, el capitalismo español volvió a aliarse con el Estado. Florentino Pérez acordó un crédito de 76 millones de euros con Caja Madrid para fichar a Cristiano Ronaldo. La entidad, en poder de la Comunidad de Madrid de Esperanza Aguirre a través de su presidente Miguel Blesa, desapareció al año siguiente al fusionarse con otras seis cajas de ahorros para dar lugar a Bankia, con Rodrigo Rato como presidente. Dos años después, el gobierno español rescató Bankia en otra jugada ensayada de nacionalización de pérdidas y privatización de beneficios. En lenguaje futbolístico podría decirse que el PSOE domina el balón parado. Y el capital siempre gana.
El fútbol tiende hacia el monopolio.
“El imperialismo es el capitalismo en la fase de desarrollo en la cual ha tomado cuerpo la dominación de los monopolios y del capital financiero, ha adquirido una importancia de primer orden la exportación de capital; ha empezado el reparto del mundo por los trusts internacionales y ha terminado el reparto de todo el territorio de este entre los países capitalistas más importantes” Lenin, El Imperialismo, fase superior del Capitalismo.
El desarrollo del capitalismo en el fútbol tiende al monopolio. No obstante, los grandes clubes de fútbol españoles tienen equipos de primer nivel en las categorías inferiores o femeninas del balompié y otras ligas como baloncesto o balonmano. Lo quieren todo. Lo ilustra a la perfección el Real Madrid, que la temporada pasada literalmente compró un equipo de la Primera División femenina para iniciar su sección de mujeres en la máxima categoría con una plantilla conformada a base de talonario. De videojuego. Pura meritocracia liberal.
Ilustrativa también es la situación que viven muchas provincias de nuestro mapa: clubes grandes que firman convenios abusivos con los pequeños de la zona para pescar a cualquier jugador que despunte desde las categorías base. De ahí que los grandes equipos, principalmente de capitales, acaben actuando como auténticos monopolios del fútbol en su región, absorbiendo todo el talento de la tierra, que luego rentabilizarán, y condenando a la sumisión a los conjuntos más modestos, eliminando su competencia.
El fútbol es un fenómeno internacional que escapa más allá de nuestras fronteras. Mientras algunos grandes clubes europeos sugieren una Superliga de élite que margine a las ligas estatales en pos de un supuesto mayor espectáculo, otros no se molestan en esconder sus tácticas monopolistas. Así encontramos a Mansour bin Zayed, dueño del City Football Group, propietario de Manchester City, Melbourne City CF y New York City CF; que además tiene inversiones en Yokohama F. Marinos de Japón, Club Athletico Torque de Uruguay y el Girona. Casi un club en cada continente. Bin Zayed es además viceprimer ministro de los Emiratos Árabes, ministro de asuntos presidenciales y miembro de la Familia Real de Abu Dhabi. Aún le sobra tiempo para participar del Consejo de Al Jazeera.
Su New York City se enfrentará a principios de noviembre en derbi al New York Red Bulls, uno de los cuatro equipos que posee la franquicia Red Bull alrededor del mundo. En el mismo continente la marca de bebidas energéticas es propietaria del Red Bull Bragantino, de la primera división brasileña. En Europa, el RB Salzburg en Austria y el RB Leipzig en Alemania completan su nómina. Este último sorprendió al mundo entero la temporada pasada llegando a semifinales de la Champions, donde fue eliminado por el Paris Saint Germain (PSG), propiedad de Qatar Investment Authority (el fondo soberano de Qatar) y presidido por Al-Khelaïfi, que también es presidente de la Federación de Tenis de Catar y de Bein Sports.
Como hemos visto, en la práctica los estados de Emiratos Árabes y Catar controlan el Manchester City y el PSG, dos gigantes europeos. A esta fiesta del fútbol se quiere unir la teocrática Arabia Saudí, la tercera en discordia. En verano de 2019, Turki Al-Sheikh, ministro asesor de la corte real saudí y presidente de la Autoridad General de Entretenimiento, compró la UD Almería con la promesa de llevar al equipo andaluz de Segunda División a la Champions League. Tras una gran inversión, cinco entrenadores diferentes durante el curso y la brillante idea de sustituir el Indalo almeriense por un león como imagen del club, la temporada pasada se quedó a las puertas de ascender a Primera. Esta es la segunda propiedad futbolística del jeque saudí tras el Al Assiouty Sport egipcio, al que cambió el nombre por Pyramids FC. Mucho más comercial, sin duda.
Volviendo a Europa encontramos a la familia Pozzo, que posee dos equipos: el Udinese italiano y el Watford inglés. Además, ha trabajado con clubes satélites como el Granada, de quien es propietaria la empresa china Wuhan DDMC Football Club Management Co. Ltd, que no es la única asiática de nuestra liga. Peter Lim posee el Valencia, Wanda Group el Atlético de Madrid y Rastar Group el RCD Espanyol. Mención aparte merece el Rayo Oklahoma City FC, una extensión del Rayo Vallecano en EEUU. La aventura a Martín Presa, presidente rayista, le duró una temporada. Una prueba más que incluso ser del equipo de nuestra ciudad o barrio ha perdido su romanticismo: en definitiva, animamos a una empresa. Salvando las distancias, hay algo de similar entre un gol de Luis Suárez y una venta de Zara. ¡La clave está en la propiedad!
Fútbol omnia vincit.
“Si solo vale ganar, nos arrebatan el placer de jugar. Si solo sirve el resultado final, nos quitan el ‘mientras tanto’. El presente ya no vale por sí mismo, sino solo si nos lleva a alguna parte. Y ese final es el que dictará el éxito o el fracaso. Éxito es ganar y todo lo demás es fracaso, porque ganar, solo ganar, vende. Y ahí tenemos al fútbol, convertido totalmente en un objeto de consumo. A los clubes les importan cada vez menos los hinchas […] Prefieren a los clientes”. Ángel Cappa y María Cappa, También nos roban el fútbol (Akal, 2016).Es complicado mirar atrás y encontrar a aquel niño que los lunes lucía orgulloso en el colegio la equipación de su equipo, independientemente del resultado del domingo. Hoy la equipación cuesta 100€ y publicita una casa de apuestas. Su equipo ya no es suyo. El capital jugó con su pasión para reproducirse y venderle un fútbol que le repulsa tanto en forma –estilo defensivo centrado en anular en contrario- como en fondo –la derrota no está permitida porque no se pierden puntos sino dinero-. Pero ante todo ello, aún quedan jóvenes en los barrios que inventan dos porterías en treinta metros cuadrados, que dan menos valor a un gol que a un caño. Y más allá de este fenómeno tan espontáneo como natural, está la organización. Cada día surgen más clubes de accionariado popular en manos de sus socios. Una ola de conciencia emerge desde las categorías humildes. Las hinchadas vuelven a reclamar el fútbol del que se enamoraron. El olor a césped. La revuelta del fútbol anticapitalista. A recuperar lo perdido.
Javier S.