Grupo Motor de Rebeldía, organización juvenil vinculada a Podemos
De entre quienes hoy nutrimos las filas del movimiento juvenil, sólo unos pocos recordamos todavía las acampadas y movilizaciones del 15M, las huelgas generales, las Marchas de la Dignidad y aquellos tiempos en los que el movimiento por el derecho a la vivienda consiguió dar un vuelco al sentido común. Más cerca quedan las grandes movilizaciones feministas, cuyo principal valor fue probablemente enseñar a varias generaciones de mujeres que no estamos solas, que el dolor y la culpa que nos habían enseñado a cargar en soledad era, como siempre, colectivo. Expresiones del movimiento popular que marcaron una década en la que afrontamos muchas derrotas, pues nunca renunciamos a andar lejos, pero también algunas victorias que hicieron posible frenar la agenda ultraliberal que las élites habían marcado para España y abrieron la posibilidad de afrontar la crisis del coronavirus tratando de proteger derechos fundamentales como el trabajo o la vivienda. Hoy, sin embargo, vamos hacia una nueva década, un nuevo ciclo social y político que no se parece a lo que hemos conocido los últimos años, ni tampoco a aquello que los precedió.
No son los resultados electorales o los hitos mediáticos factores que provoquen cambios de ciclo, pero sí son síntomas que dan cuenta de las tendencias que se abren paso en una sociedad. El surgimiento de un “trumpismo” a la española, una extrema derecha de corte pinochetista a la que se han ido sumando importantes sectores del Partido Popular arrastrados por VOX, y el fortalecimiento de estas posiciones tras las elecciones del pasado 4 de mayo en la Comunidad de Madrid, son los resultados de las maniobras del Régimen para tratar de cerrar en un sentido conservador la crisis que se abrió con la impugnación que trajo el 15M. Pero la crisis de Régimen es demasiado profunda, los cimientos sobre los que se sostiene el Estado Español están demasiado podridos, y es eso lo que nos hace creer que los retos que están por venir no se parecen a los que ya conocemos.
Una Monarquía asentada en la corrupción, una oligarquía parasitaria del Estado y subyugada a los intereses del capital internacional y una Europa que condena a nuestro país a un modelo económico basado en la especulación y el expolio de los territorios y a ser el dique de contención de los grandes movimientos migratorios procedentes del sur. El escenario es insostenible a medio plazo, y las posibilidades para estabilizarlo son tan solo dos: involución o profundización democrática.
El camino de la involución, es el del recorte de derechos y libertades con el objetivo de imponer el modelo económico de la “uberización”, que se desarrolla en torno a tres mecanismos principales: la elusión fiscal, el control del territorio y el ataque a la soberanía popular y la legalidad de los estados. Es la dictadura de las multinacionales que, como ya estamos viendo, lo único que tiene que ofrecer para los sectores populares es la ley de la selva, la imposición de la precariedad como único proyecto de vida posible. En su trinchera, una gran mayoría del arco parlamentario y los grandes poderes mediáticos y financieros del país.
El camino de la profundización democrática, es la alternativa por construir, pero ha de implicar sin duda la firme determinación de poner orden en nuestra economía y hacer que los poderosos también cumplan la ley. Para ello no basta con dar la batalla desde las instituciones y ni siquiera con conquistar posiciones de gobierno, pues si algo nos ha terminado de demostrar la experiencia del Gobierno de Coalición es que existe una diferencia clara, que no podemos obviar, entre tener el Gobierno y tener el poder. Si lo que queremos es democratizar el poder, como capacidad para decidir sobre la propia vida, entonces será necesario pensar estrategias que vayan mucho más allá de la acción institucional, necesaria y clave, pero insuficiente.
No habrá transformación posible si no somos capaces de garantizar la participación de los sectores populares en el proceso político, y no habrá participación real de los sectores populares si no somos capaces de articular proyectos que trasciendan posiciones morales. En política, los afectos y la percepción de la vida cotidiana son elementos que nunca pueden quedar fuera de la construcción de herramientas que pretendan tener alguna incidencia sobre la realidad y arrastrar mayorías. Necesitamos nuevas identidades, nuevas aspiraciones aglutinadoras y activar aquellas emociones que nos permitan conformar un sujeto subversivo capaz de empujar los cambios culturales, políticos, sociales y económicos que necesita nuestro país, en una dirección de defensa de los Derechos Humanos y la soberanía popular. Se trata, en definitiva, de presentar un modelo claro de país, de dar contenido y forma a esa República que soñamos y comenzar a construirla desde el ahora, de ofrecer una patria que cuida a aquellas y aquellos que no tienen más que perder que lo que les permite sobrevivir día a día.
En este sentido, es indudable que los procesos de organización y lucha colectiva generan procesos de empoderamiento capaces de transformar la subjetividad individual, de construir nuevas formas de comprender las problemáticas comunes y sus causas. Además, los proyectos sociales nos permiten cuidar de nuestras comunidades y, al mismo tiempo, prefigurar la organización de la vida en común que anhelamos. Es todo ello lo que convierte en una tarea fundamental de la juventud militante el intervenir sobre la realidad concreta de nuestros barrios y pueblos, abordando las necesidades de nuestras vecinas y vecinos e impulsando para ello iniciativas comunitarias y amplios procesos de participación social. Colectivos culturales, asambleas de vivienda, organizaciones de trabajadoras y estudiantes, cooperativas, asociaciones deportivas o centros sociales, son solo algunos ejemplos de las iniciativas que necesitamos desplegar en todo el territorio para una disputa del poder desde abajo y para conseguir, de algún modo, que el futuro llegue antes.
Pero en la era de la digitalización, todo aquello que no se comunica no existe. Para que el trabajo de facilitación social pueda cristalizar en una nueva forma de percibir la realidad y llegar a marcar el debate social y la agenda política, es necesario combinarlo con estrategias comunicativas cuidadosamente estudiadas y desarrolladas. Dichas estrategias, han de partir del mismo modo del trabajo colectivo, siendo los proyectos comunicativos una herramienta clave de entre las iniciativas comunitarias anteriormente mencionadas. La comunicación no como un fin en sí mismo, sino como un proceso al servicio de la articulación de lo colectivo y la transformación de la realidad. Están cambiando algunas de las preguntas que ya nos habíamos hecho y respondido, esto nos conduce directamente a la obligación de comprender que en este cambio de época o aceleración de la Historia producida por una transformación de la manera en que nos relacionamos y vivimos las jóvenes de nuestro tiempo, existen nuevos espacios esenciales para dar la batalla política. La comunicación cobra especial importancia cuando los espacios de socialización se pierden en un entorno fragmentado, atomizado e individualista.
Lo digital, genera espacios de interacción que permiten el encuentro con los otros. Nos entretenemos, conocemos a parejas y amistades a través de redes sociales y plataformas digitales y, por supuesto, también gran parte de la juventud milita en esos mismos espacios, o mejor dicho, se politiza en ellos. Plataformas como Tik Tok, YouTube o Twitch, entre otras, son los nuevos campos de batalla cultural y de construcción de hegemonía. Entendemos que esto puede resultar extraño a algunos, pero debemos recordar que en política cuando el adversario es mucho más fuerte, el terreno de disputa nos viene ya dado. Por esto, consideramos que es imprescindible generar discursos y estrategias colectivas dentro de las plataformas, que se adapten a los códigos de éstas, pero sin perder de vista nuestro objetivo final que no es otro que el de establecer mecanismos de creación de conciencia.
Se trata de rebasar el enfoque de la “contra-información”, trascender la descripción de la realidad para tensionar desde lo comunicativo la hegemonía neoliberal, apoyándonos en aquellos afectos y aspiraciones que rompen con los marcos del individualismo, la autosuficiencia y la competitividad sobre los que se sostiene la normalización de la precariedad y la desigualdad.
Tres son los objetivos políticos que creemos van a ser claves a la hora de estructurar todo este trabajo militante: el derecho a la vivienda, el derecho a un trabajo digno y el derecho a un ocio de calidad. La vivienda como bien de primera necesidad indispensable para construir proyectos de vida propios, pero también como disputa del territorio. Como el derecho a habitar nuestras ciudades que se relaciona directamente con la posibilidad de un ocio digno, entendiendo este como el que responde a las necesidades de quien lo disfruta y que, por tanto, ha de incluir la posibilidad de su organización directa por parte de sus protagonistas mediante la ocupación del espacio público.
El trabajo de calidad, como base para la posibilidad de una vida digna, pero también en tanto que elemento que sigue conformando identidades, si bien de una forma muy diferente a como pudo operar durante el pasado siglo debido a los profundos cambios en los modelos de empleo. En un mundo en el que la economía de plataformas y el teletrabajo están ganando cada vez más terreno, el centro de trabajo no seguirá funcionando como espacio desde el que organizar las demandas, y se hará así mismo urgente pensar y desplegar nuevas herramientas para la acción sindical superando las formas clásicas de las grandes centrales, que han presentado notables dificultades para penetrar en la nueva realidad de los empleos más precarios.
Las jóvenes de hoy no hemos conocido otra realidad ni otra promesa de futuro que no sea la de la precariedad. Nos habían contado que era pasajero, que habíamos elegido un mal momento para ser jóvenes, pero gritaba el 15M y lo fuimos descubriendo durante la última década que no son crisis, es una estafa. Una estafa cuyas consecuencias siempre se prueban primero en nosotras para terminar extendiéndose a todas las edades porque, lejos de ser pasajero, son las consecuencias directas para las mayorías sociales del desarrollo de la agenda neoliberal.
Los efectos económicos y sociales de la pandemia y los cambios globales que están por venir, sumados a la incertidumbre y el miedo que caracteriza nuestra sociedad, podrían crear el clima perfecto para que los proyectos del odio y la involución democrática sigan avanzando. De nosotras dependerá encontrar nuevas brechas, ser capaces de hacer crecer el amor y la solidaridad en ellas y ensancharlas para alumbrar un presente y un futuro en el que merezca la pena vivir. En la tarea, la capilarización y unidad del movimiento juvenil será imprescindible.