Guillermo Úcar
Secretario General de la Juventud Comunista (UJCE)
Algo se ha movido estas semanas. La huelga en el sector del metal en la bahía de Cádiz no ha sido una huelga más. Y esto no es una cuestión de aspiraciones o de sueños, sino de realidades. Los conflictos obreros en empresas se dan de manera permanente -los intereses entre la clase trabajadora y el capital son siempre irreconciliables- pero nunca son iguales. Nunca tienen la misma intensidad. Dependen de las reclamaciones que se trasladen, dependen del contexto en el que se desenvuelven, dependen también del impacto mediático que puedan tener. Pero sobre todo dependen de la capacidad de organización que nuestra clase tenga sobre el terreno. Y aunque nos gustaría que en todas las empresas y/o sectores esto fuera una constante, no lo es. El sector del metal tiene un recorrido histórico repleto de experiencias de combatividad. Y lo ha vuelto a demostrar.
Así, no podemos entonces entender el conflicto como un caso cerrado. No es Cádiz. No es el sector del metal. La huelga durante 9 días ha supuesto la materialización del hastío de toda la clase trabajadora. De quienes llevamos sufriendo toda la vida y que durante los últimos meses hemos sobrevivido a una durísima pandemia, para ahora empezar a enfrentar a una crisis económica. Porque en ese periplo nos encontramos. El paro obligado de la producción que trajo el virus y la crisis ecológica están poniendo sobre la mesa la imposibilidad de gestionar las miserias dentro del mundo capitalista. Y quienes lo notamos, somos inevitablemente las clases oprimidas, las desposeidas. Las que no tenemos más que nuestras manos. Y por eso las utilizamos en la lucha.
El acuerdo en Cádiz quizá no contente a todo el mundo. Quizá ni siquiera contente a todas y todos los trabajadores. Pero no se puede leer en otra clave que no sea la de la victoria. La movilización y la muestra de fuerza ha decaído durante los últimos años, pero esta huelga nos ha dicho que se puede retomar la senda de la organización popular. Ha habido conatos estos meses, si. Ha habido hechos puntuales que podían desencadenar en una posición de movilización mayor, si. Pero faltaba el contexto. Y el contexto se da ahora: la subida del IPC y la fuerte resistencia de la Patronal a no subir salarios están generando el caldo de cultivo perfecto.
Por eso es clave que organizaciones políticas y sindicales establezcamos ya los mimbres sobre los cuales extender el conflicto. La huelga del metal en Cádiz tiene que ser un ejemplo, tiene que ser una punta de lanza. Tiene que ser una nueva primavera valenciana, una nueva marcha minera, una nueva movilización contra el machista Gallardón. La chispa puede prender la pradera, pero es necesario querer hacerlo. Y querer hacerlo bien. Nunca es buen momento para titubeos, ni tampoco para avanzar cien pasos por delante. Ni las trabajadoras deben confiar en tribunos, ni pueden seguir a kamikazes. Las lecciones a golpe de tuit son igual de destructivas que los canutazos desde el sillón parlamentario. Porque lo que menos necesitamos es condescendencia y paternalismo.
Quien ha sufrido la represión, quien se ha enfrentado a la tanqueta, al gas pimienta y a las pelotas de goma firmadas ha sido la clase trabajadora gaditana. Quienes la vamos a seguir sufriendo somos los sectores populares que nos partimos la cara para pelear por nuestros derechos. Quienes seguimos confiando en las huelgas, en las movilizaciones, en ponernos en la puerta de un desahucio y en construir espacios de debate en cada esquina del conflicto. Porque la represión va a ser siempre la respuesta natural del Estado, que protegerá los intereses para los que nació. La historia demuestra que será imposible que actúe de otra forma. Le va la vida en ello.
Los trenes no sólo pasan una vez, aunque haya algunos que nos gusten más que otros. El tren del metal gaditano puede ser el que ha abierto de nuevo la vía y ahora nos toca mantenerla. Quitar las malas hierbas que crecen. Desoxidar cada milímetro de la línea. Garantizar el suministro de energía. Y por supuesto confiar en que a nuestra estación de llegada sólo llegaremos subiéndonos al vagón del conflicto, de la organización y de la movilización popular.