Vuelven las series de nuestra infancia, los “reboots” arrasan en las plataformas web y los contenidos audiovisuales no son más que refritos de producciones de hace casi dos décadas, consumidas por una juventud que no llego a ver su estreno.
Bailamos canciones en TikTok de La Quinta Estación, hacemos memes con letras de La Oreja de Van Gogh, nos encanta el Canto del Loco (y nos fastidia que no vuelva). Escuchamos canciones que recuerdan al pasado, el folklore de C. Tangana, Flow 2000, vuelve el tiro bajo, disfrutamos con la nueva movida madrileña, la Veneno, la nueva de Almodóvar…
En definitiva, o nos hemos vuelto locos o estamos viviendo un “Regreso al Futuro”, pero ni nos hemos vuelto locos ni estamos de nuevo en el pasado, sino todo lo contrario, estamos en la etapa post-fordista del capitalismo tardío o como diría Mark Fisher: en el “realismo capitalista”.
En esta etapa del neoliberalismo nuestra cultura es excesivamente nostálgica y “todo lo que alguna vez fue” puede retocarse. La hegemonía dominante construye y destruye canciones, ficciones audiovisuales y, en definitiva, cultura a troche y moche.
Nuestra memoria ha sido dañada para que olvidemos aquellos sucesos del pasado que no interesan y el olvido se convierte en una estrategia de adaptación para que la maquinaria de la hegemonía dominante siga reproduciéndose. Es decir, nos quedamos con lo bueno, con lo que nos hizo reír y, sobre todo, premiamos lo inmediato y anulamos el largo plazo.
Nos intentamos refugiar en lo viejo y lo conocido porque todo lo nuevo que sabemos, el futuro que este sistema nos muestra, está lleno de monstruos, de oscuridad y paradójicamente de retroceso.
Como una enfermedad, la ideología dominante (conservadora) muta de los medios culturales y se introduce poco a poco en nuestra ideología que creíamos tener acorazada. Ahora nos encanta la familia nuclear, añoramos a nuestras abuelas, el trabajo artesano, lo vintage y nos refugiamos en pequeñas victorias obreras que se consiguieron hace decenas de años.
Y como no, adoramos la cultura nostálgica porque en el fondo, nos ciegan para evitar formar nuevos recuerdos sobre los que edificar nuestro futuro.
La burguesía, a través de su aparato comunicativo, nos bombardea con ficciones pasadas (reescribiendo los hechos) o futuros distópicos (negando la felicidad de nuestra clase en otro sistema que no sea el suyo) con el discreto objetivo de ir sembrando la semilla del “todo pasado fue mejor, mientras que el futuro es fugaz, impredecible y hostil”.
El capitalismo tardío nos obliga a ser nostálgicos, y no existe mayor agente desmovilizador que la nostalgia.
Las nieblas impiden avanzar a una juventud que, despojadas de toda opción de futuro, se refugia en un pasado idolatrado. Pero esto no es real.
No habrá un presente próspero mientras sigamos viviendo en la nostalgia de un pasado que nunca podremos edificar como futuro. Debemos construir ideas nuevas, hacer morir lo viejo y superar el modo de producción capitalista destruyendo el Estado Burgués (aunque algunos socialdemócratas en su afán “nostálgico” se empeñen por comer de las migajas de un Estado de Bienestar imposible de recuperar)
La humanidad verá fusionada sus intereses con los de la clase obrera cuando esta tire abajo los pilares que sostienen al Estado Burgués y edifique sobre sus escombros una nueva sociedad con una nueva cultura, donde la producción material y espiritual no esté en manos de un puñado de capitalistas, allá donde podamos crear nuevos recuerdos que nos hagan olvidar las miserias del capitalismo que dejamos atrás.
Eso sí, que nadie se asuste, en la nueva sociedad se podrá seguir cantando “El sueño de Morfeo”, pero siempre teniendo en cuenta “que nunca volverá.”