En las últimas semanas, a raíz de la sentencia del procés y la campaña electoral, hemos asistido a una obsesiva competición por ver quién es más español, quien defiende de forma más fanática la Constitución y quien se envuelve en más banderas rojigualdas. Incluso hemos asistido a manifestaciones «contra el nacionalismo» donde tocaban a dos rojigualdas por persona. Pero ¿a qué responde esto? ¿Porque se usa “lo español” como forma de negación de otras identidades nacionales y culturales? ¿Es acaso una nueva fórmula?
Lo triste es que no. El nacionalismo español no está construido sobre la afirmación positiva de la pluralidad de culturas e identidades nacionales que coexisten en el Estado, sino más bien sobre la afirmación de una sola cultura, lengua e identidad, que anula y niega a las demás. Es por esto que más que un simple gentilicio, lo español es en muchos casos una construcción política. Una construcción política que hunde sus raíces en lo más oscuro de los siglos XIX y XX, y que erige a lo español como la negación de la plurinacionalidad del Estado, como una centrifugadora de identidades nacionales que en vez de asentarse sobre la diversidad lo hace sobre la homogeneidad. Y todo ello, vinculando lo español al régimen vigente. Así durante la restauración borbónica, la dictadura de Primo de Rivera o la larga noche del franquismo, la apelación a lo español ha sido un elemento recurrente de defensa de la opresión nacional sobre Euskal Herria, Galiza y Catalunya y de soporte a la dictadura de las oligarquías españolas (latifundiaria y financiera).
Esa construcción política forma parte de la institucionalidad del Estado desde el siglo XIX a la Transición, salvando la breve excepción republicana.
Y es que la tradición política del republicanismo y el movimiento obrero en España ha sido siempre plurinacionalidad y reconocedora de la diversidad nacional. Así la oposición al Franquismo se caracterizaba por un consenso mayoritario y amplio en torno al derecho a la autodeterminación de los pueblos, que en la construcción del Régimen del 78 acabó siendo negado y reducido al autogobierno regional. Y es en ese momento donde, por primera vez en nuestra historia, la asimilación entre españolismo (o españolidad) y legalidad vigente, se recubre de un barniz democrático.
Se da un paralelismo con la situación actual cuando hablamos de españolismo como legalidad, tras una Sentencia que no solo condena a prisión a líderes del nacionalismo catalán, sino que también condena el ejercicio pacífico de la autodeterminación y lo criminaliza. Durante este proceso judicial, el discurso del odio ha ido en aumento dando cancha al refuerzo ideológico de esa idea de España que no admite diversidades. Así, tanto el procés como la gestión de la inmigración han servido de catalizador para que los sectores más reaccionarios se sumen a una catarsis colectiva populista donde ya no se nombra a Franco o a Dios para imponer una idea de español de bien, se nombra la Constitución como legitimación última para oprimir e imponer al enemigo de España. Y es en ese discurso de defensa de la sacrosanta Constitución, donde se evidencian las contradicciones del discurso «constitucionalista» colocando fuera de la legalidad vigente a quienes ejercemos derechos y libertades conquistados por la lucha popular contra el franquismo y durante la Transición y recogidos en la propia Constitución.
No podemos olvidar el impacto de todo lo anterior en la campaña electoral permanente a la que los partidos políticos hacen frente, más aún con la convocatoria de elecciones para el 10N. No queda un solo partido del régimen que no se sume al discurso dicotómico de España o Anti-España, invisibilizando cualquier otra problemática social que afecta a la clase trabajadora del país. Y es que quienes pretenden parapetarse en la coletilla del constitucionalismo defienden un modelo de estado autoritario, neoliberal y centralista en el que pretenden condenar a quienes verdaderamente defendemos la soberanía de los pueblos de España y la soberanía de la clase trabajadora, que no consiste en una sola lengua ni una sola bandera sino en la República plurinacional y el Socialismo.