El 15 de mayo de 2011 el Gobierno de Zapatero, con Alfredo Pérez Rubalcaba al mando de las porras, desalojaba la Puerta del Sol. Sería entonces, cuando al calor del impacto material de la crisis económica, un estallido recorrería España, surgiendo un movimiento que sin dirección y carente de un fuerte sostén organizativo, se movería en una desafección hacia los políticos.
Aún con sus luces y sus sombras, se incurrió en un error: el movimiento cuestionó a los gestores, pero no a los capataces. Y así, aunque fue el inicio del fin del bipartidismo, no permitió que se entendiera que los que realmente mandan no se presentan a las elecciones; que el poder no lo ejerce el Parlamento, sino las grandes empresas que financian a sus partidos políticos (a veces en sobres) y, por supuesto, a sus medios de comunicación.
Ahora el paripé parlamentario ha hecho que la juventud nos volvamos a hartar. Han sido otros dos meses en los que la juventud hemos vuelto a tener que aguantar la losa de la temporalidad, la pauperización y la siniestralidad laboral, la precariedad en las aulas, las violencias machistas, la falta de ocio digno y los alquileres por las nubes.
La juventud tenemos mucho que decir, por ejemplo, ante un modelo y Jefe del Estado que, por mandato constitucional y ya nada designación divina, sino franquista, tiene la competencia de elegir al candidato de investidura.
Tenemos por delante el colapso ecológico planetario que podrá servir de tapadera para una nueva oleada de recortes, mientras tanto están allanando el terreno tratando haciéndonos creer que las culpas y las soluciones se reducen y encuentran en nuestras acciones individuales más cotidianas.
El debate sobre combatir la desafección o canalizarla, es en definitiva el debate sobre si preferimos tejer las alianzas en una cámara que es un trampantojo que esconde a los que gobiernan este país, o si preferimos tejerlas en las calles con nuestra gente. Hay quien ya ha hablado de «irresponsabilidades» pero, quizá una irresponsabilidad mayor, sea seguir olvidando que la abstención en este país, sobre todo en los barrios obreros, es la papeleta favorita en cada jornada electoral. La abstención como desafección crónica de quién se siente huérfano y no encuentra vía de soluciones. Y es que no podemos encontrar soluciones en un Régimen que no nos ofrece más que condena y miseria, en un Estado que no puede representar, como representa, los intereses de la oligarquía y a la vez los nuestros.
La juventud, vayamos o no a votar, nos organizaremos. Nos organizaremos para mejorar nuestros derechos laborales, para conseguir una mayor calidad educativa, para echar a todas las casas de apuestas de nuestros barrios y para poder emanciparnos llegando a final de mes. Y nos organizaremos, esta vez sí, cuestionando también a los verdaderos poderes que quieren seguir quedándose con la pieza grande del pastel. Porque pocas consignas son tan ciertas como la que clama «El poder está en la calle y no en el Parlamento» .
Como siempre en la historia: en las manos de la juventud está cambiar la sociedad.
Guillermo Úcar
Secretario General de la Juventud Comunista