Se ve cuán bajo han caído esos sacerdotes de la burguesía, pues los obreros, y hasta los fabricantes y los comerciantes, han comprendido mi libro y se han orientado en él, y solo esos “escribas” (!) se quejan de que exijo demasiado a su cerebro…
Carta de Marx a Kugelmann, 11 de julio de 1868
La lectura de El capital en España es absolutamente marginal. Se reduce a muy limitadas individualidades académicas, con militancia diversa o sin ella, y a contadas organizaciones. Lo cierto es que ni siquiera el mundo académico —en apariencia con tiempo disponible para leer e investigar, pero en realidad limitado por sus urgencias e imbuido de hegemonía ideológica burguesa—, puede permitirse el análisis exhaustivo de una publicación que no ofrece réditos, sino todo lo contrario, en la carrera académica. En su lugar, es algo más frecuente hacer, sí, ciertas lecturas marxistas más contemporáneas; pero desarticuladas del corpus coherente de Marx y Engels, e instrumentalizadas como apéndices de izquierdismos no marxistas. Debido a esto, la militancia comunista joven, parte de la cual pasa por la universidad, también sufre la derrota de la lucha de clases en la dimensión teórica, por ejemplo, cuando intenta plantear un enfoque marxista en sus Trabajos de Fin de Grado o de Máster, o en sus investigaciones de doctorado, sin encontrar apenas apoyo, e incluso cayendo en autocensura ante el contexto hostil. No hablemos ya de los libros de texto de secundaria… En resumen: la derrota es total, y las dinámicas insertas en la academia son parte del problema.
Si observamos a las organizaciones que tratan de articular el movimiento obrero, tampoco en general trabajan esta publicación, en buena medida por la debilidad teórica que no es más que una expresión de la debilidad política del comunismo. Esta es una historia que hay que revertir y que, desde la última crisis, parece haber empezado a revertirse (aunque en una dimensión muy limitada). El predominio de los análisis económicos socialdemócratas y el abandono del análisis marxista —eludiendo su históricamente demostrada capacidad científica pero también movilizadora, por su radical encuentro con la situación de la clase trabajadora— lo evidencian. Un abandono que no se soluciona utilizando un extremismo folklórico, sino con un radicalismo analítico que pueda emplear y traducir, cuando sea necesario, el análisis marxista a la hora de diagnosticar la realidad concreta (para lo cual su dominio debe ser aún más elevado). Cada paso que avanza la llamada Teoría Monetaria Moderna retrocede la posibilidad de expresar un análisis marxista sobre la economía política y, con ello, la capacidad de articular —siquiera teóricamente— una superación socialista del modo de producción capitalista. Y, sobra decirlo, al socialismo no vamos a llegar por casualidad.
Junto a estas realidades, en ciertos círculos convive el reconocimiento abstracto de que El capital es una publicación absolutamente indispensable y fundacional, ineludible para una crítica completa y rigurosa del modo de producción capitalista (por ejemplo, para desarrollar en mayor medida la crítica específicamente feminista o ecologista de la sociedad vigente, o para comprender el influjo de las formas laborales descentralizadas o de la robotización). Pero pasar de esta premisa de afinidad a encontrar el modo práctico de apropiarse de su contenido, supone un gran salto. El desamparo teórico es tal que no se encuentra el modo de abordar la montaña.
La dimensión teórica es una de las tres dimensiones de la lucha de clases. En todos los dirigentes comunistas podemos encontrar el énfasis en la formación, pues el marxismo surgió como la forma de comprender el mundo para su transformación: como socialismo científico. Leer y comprender El capital no es en realidad un gasto de tiempo, sino un ahorro enorme respecto al trabajo teórico que tuvo que hacer Marx para extraer estas conclusiones,y más aún, respecto a los errores prácticos que se pueden cometer si no se parte del diagnóstico de este libro.
Leer El capital es una tarea científica pero también política específica, con sus propias renuncias para el sujeto individual y determinadas aportaciones insustituibles para él y su organización. La claridad que aporta, y con ello la seguridad analítica y la convicción que forja, son también herramientas políticas que quedan disponibles para todas y cada una de las diversas luchas. Luchas, no solo contra los adversarios antagónicos, sino también respecto a los supuestamente próximos, cuyos criterios redistributivos y pequeñoburgueses es necesario confrontar. Es más, el propio carrillismo habría tenido muchas más dificultades de prosperar con una militancia formada en el marxismo; cuestión que en los años de la dictadura contó con enormes trabas.
A continuación, vamos a recolectar una serie de evidencias que muestren que El capital de Marx fue concebido como un libro para el movimiento obrero, y que como tal funcionó (¿hoy qué papel juega?). Un libro, por ello mismo, exhaustivo y en ciertos momentos difícil, pues tenía que estar listo para pasar las duras pruebas que la realidad imponía: forjar un análisis científico del modo de producción capitalista lo suficientemente exhaustivo como para arrinconar al pensamiento burgués y a los utopismos socialistas, logrando para el movimiento obrero una mayor claridad estratégica.
Queremos evidenciar esto, no para hacer mera arqueología marxista, sino para alentar la lectura de un texto tan absolutamente fundamental para comprender y transformar el mundo. Alentar esto, por un lado, y, por otro, cerrar el paso al rechazo del esfuerzo teórico, pues expresa una actitud antimarxista que nos aleja de nuestros objetivos.
Las circunstancias concretas que dificultan la lectura de El capital pueden salvarse con recursos diversos. Pero primero está la tarea de identificar si esta lectura es o no un objetivo político deseable. Una vez identificado el objetivo, el modo de salvar la distancia entre la situación actual y la situación necesaria, casi quedará evidenciado por sí mismo.
La Biblia de la clase obrera
Espero terminarlo al fin dentro de unos meses y asestar, en el plano teórico, un golpe a la burguesía del cual no se recuperará jamás.
Carta de Marx a Klings, 4 de octubre 1864
El 18 de marzo de 1872, Marx fechó la carta-prólogo a la edición francesa de El capital. En ella le decía a Maurice La Châtre: “Aplaudo su idea de publicar por entregas periódicas la traducción de Das Kapital. En esta forma la obra será más accesible a la clase obrera, consideración que para mí prevalece sobre cualquier otra”. Quien haya leído a Marx sabrá que no decía vacuamente qué era y qué no era prioritario. Es cierto que luego pasa a resaltar el reverso de la medalla: el método empleado en el análisis “hace que la lectura de los primeros capítulos resulte un poco ardua”. Es innegable que la primera sección del capital, unas 150 páginas, en varios momentos es dura de comprender. Sin embargo, también hay que decir que la lectura siguiente es mucho más asequible. De todos modos, además de libros y resúmenes (algunos cotejados por los propios Marx y Engels), hoy en día hay multitud de páginas web que explican apartados, resumen categorías o reproducen esquemas sobre ciertas nociones para comprenderlas mejor. Por otra parte, está la opción que también tuvo que ver con parte de la difusión del marxismo en sus orígenes, y que es mucho más potente a nivel formativo y político: la lectura común, enriquecida por la aclaración y la discusión recíproca. Así se dio también en el trabajo de Lenin y otros marxistas en los círculos de San Petersburgo.
En el prólogo a la edición inglesa de El Capital, en 1886, Engels comentaba que este libro se conocía en el continente como “la Biblia de la clase obrera”, cuyas conclusiones “se convierten, día a día y cada vez más, en los principios fundamentales” del movimiento obrero. Ese mismo año, Engels había publicado Ludwing Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana. Este libro se cerraba con el siguiente esbozo del panorama “académico”:
En el campo de las ciencias históricas, incluyendo la filosofía, con la filosofía clásica ha desaparecido de raíz aquel antiguo espíritu teórico indomable, viniendo a ocupar su puesto un vacuo eclecticismo y una angustiosa preocupación por la carrera y los ingresos, rayana en el más vulgar arribismo. Los representantes oficiales de esta ciencia se han convertido en los ideólogos descarados de la burguesía y del Estado existente; y esto, en un momento en que ambos son francamente hostiles a la clase obrera.
Sólo en clase obrera perdura sin decaer el sentido teórico alemán. Aquí, no hay nada que lo desarraigue; aquí, no hay margen para preocupaciones de arribismo, de lucro, de protección dispensada de lo alto; por el contrario, cuanto más audaces e intrépidos son los avances de la ciencia, mejor se armonizan con los intereses y las aspiraciones de los obreros. La nueva tendencia, que ha descubierto en la historia de la evolución del trabajo la clave para comprender toda la historia de la sociedad, se dirigió preferentemente, desde el primer momento, a la clase obrera y encontró en ella la acogida que ni buscaba ni esperaba en la ciencia oficial. El movimiento obrero de Alemania es el heredero de la filosofía clásica alemana.
“El movimiento obrero de Alemania es el heredero de la filosofía clásica alemana”, dejó registrado Engels como última frase de aquel libro suyo. Hacía 41 años que Marx había anotado marginalmente, mientras leía a Feuerbach, la famosa onceaba tesis: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. ¿Era una voluntad antiteórica la que había movido a Marx a escribir esta frase, y, por tanto, se oponía frontalmente a la conclusión a la que llegaba Engels cuatro décadas después? Al contrario. Era la firme convicción de la necesidad de conocer el mundo para poder transformarlo lo que Marx echaba en cara a la filosofía inactiva. Marx escribió unas seis mil páginas durante más de tres décadas sobre qué era el modo de producción capitalista, y consideró prioritario que las 1.000 más avanzadas que pudo depurar se publicasen en Francia de manera más accesible a la clase trabajadora, por fascículos. Marx produjo un ejemplo concreto de la cita de Engels: “El movimiento obrero de Alemania es el heredero de la filosofía clásica alemana”. El capital era para el movimiento obrero. En 1868, Engels comenzaba así un artículo para difundirlo: “desde que hay en el mundo capitalistas y obreros, no se ha publicado un solo libro que tenga para los obreros la importancia de este”. A ellos se les entregaba, como se entrega un arma, “el más terrible misil que jamás se haya lanzado hasta ahora a la cabeza de los burgueses” (carta de Marx a Becker, 17 de abril de 1867). Solo así podía aspirarse de manera realista a lo que se proponía el Manifiesto Inaugural de la Primera Internacional en 1864: “la clase obrera posee un elemento de triunfo: el número. Pero el número no pesa en la balanza si no está unido por la asociación y guiado por el saber”. Número, asociación y saber.
Volvamos a la metáfora bélica. En 1844, en la Introducción para la Crítica de a filosofía del derecho de Hegel, Marx ya evidenciaba la relación indispensable entre teoría y práctica: “El arma de la crítica no puede soportar evidentemente la crítica de las armas; la fuerza material debe ser superada por la fuerza material; pero también la teoría llega a ser fuerza material apenas se enseñorea de las masas…”. Es decir, el poder puede aniquilar con bayonetas a la crítica que señala los problemas materiales, y a las bayonetas solo se las enfrenta con bayonetas; pero si las masas se mueven según las evidencias de la teoría crítica, entonces estas evidencias se convierten en fuerza material, no solo ideal.
La cita continuaba: “La teoría es capaz de adueñarse de las masas apenas se muestra ad hominem, y se muestra ad hominem apenas se convierte en radical. Ser radical significa atacar las cuestiones en la raíz”. Solo así se clarifica la explotación y la praxis a emprender. A ello se dedicó Marx toda su vida y especialmente en El capital: a ir a la raíz, a lo fundamental pero oculto, a lo que no es evidente, a lo que la vida no nos muestra de manera diáfana, aunque está detrás, articulándola estructuralmente. Ese análisis es complejo de manera inevitable, por más popular que sea el fin, y por más ejemplos que se pongan para lograr un carácter más didáctico. Por eso Marx decía también en el prólogo a la edición francesa: “En la ciencia no hay caminos reales, y solo tendrán esperanzas de acceder a sus cumbres luminosas aquellos que no teman fatigarse al escalar por senderos escarpados”. A estas palabras de Marx cabe añadir que, colectivamente, el camino es menos fatigoso.
20 años después de la publicación de El capital, Engels, en su prefación a la segunda edición de la Contribución al problema de la vivienda, hacía balance del “alimento intelectual” del movimiento obrero internacional. En este aspecto veía “progresos considerables realizados […] en el curso de los catorce últimos años”. Las ideas proudhianas ya solo tenían partidarios en Francia entre los burgueses radicales y los pequeñoburgueses. “En vez de las obras olvidadas de Proudhon, se encuentran hoy en manos de los obreros de los países latinos El capital, el Manifiesto Comunista y una serie de otros escritos de la escuela de Marx”. Gracias a ello, los proudhianos “son combatidos del modo más violento por los obreros socialistas”, y las concepciones anarquistas perdían terreno.
Volteemos ahora a ver cuál es “alimento intelectual” del movimiento obrero contemporáneo. La ingente cantidad de trabajo analítico marxista, empezando por El Capital, está inmóvil en algunas bibliotecas u online. En su lugar, la hegemonía burguesa en sus diferentes formas (desde posmoderna de izquierdas, keynesiana, hasta liberal y reaccionaria) alimenta ideológicamente, por televisión, radio, periódicos, revistas, libros e internet, a los individuos de la clase obrera en la misma medida en que los desnutre como movimiento y como clase para sí.
Conclusión
Toda la fuerza del movimiento obrero moderno descansa sobre el conocimiento científico.
Rosa Luxemburgo. Introducción a Reforma o revolución
El capital es un libro menos difícil de lo que se presupone y cuya dificultad puede ser reducida con herramientas de apoyo y discusión colectiva. Por otro lado, la visión global que ofrece es insustituible. Una de las circunstancias que impulsan al pensamiento posmoderno es que, gracias a la precariedad vital, se sustituye el análisis exhaustivo por un picoteo de autores supuestamente relevantes, textos cortos y capítulos salteados, imposibilitando la articulación firme y transformadora de un todo. El capital es la herramienta teórica del movimiento obrero que mejor nos arma contra esto. Y para difundir y asentar sus nociones, es necesario dominarla.