Cuarenta y dos años después, las calles se vacían. Desde el fin de la dictadura franquista, el Primero de Mayo se ha convertido en una fecha marcada en rojo en el calendario de la clase trabajadora. Ininterrumpidamente desde 1978 los trabajadores y trabajadoras del estado han llenado las calles el primer día de mayo para reivindicarse como pilar del mundo y la vida. Este 1 de Mayo de 2020 pasará a la historia como el primero sin calle de los últimos cuarenta y dos años, aunque el conflicto capital-trabajo continúa en tensión constante.
Para comprender el origen del Primero de Mayo necesitamos remontarnos hasta 1886, cuando en Chicago (EEUU) las masas de trabajadores exigían mejoras laborales entre las que destacaba la instauración de la jornada de ocho horas. Cerca de 200.000 acudieron a la huelga, que fue reprimida brutalmente y se extendió a los días 2 y 3 de mayo. Al cuarto día, durante una manifestación, se produjo la Revuelta de Haymarket, que acabó con la detención de ocho líderes del movimiento obrero. Cinco de ellos fueron condenados a muerte y dos a cadena perpetua. Pasaron a la historia como los Mártires de Chicago. Tres años más tarde, en 1889, la Segunda Internacional estableció el Primero de Mayo como jornada de reivindicación de la lucha obrera en todo el mundo.
Así pues, el Primero de Mayo llegó a España en 1890. Aquel 1 de mayo estaba marcado por la debilidad de las organizaciones obreras y por la división entre socialistas y anarquistas; además de por una alarma social alentada por la prensa conservadora los días anteriores. La burguesía temía que llegase la revolución, e incluso hicieron acopio de víveres y se encerraron en sus casas durante la jornada. En Madrid, los socialistas encabezados por Pablo Iglesias pospusieron sus manifestaciones hasta el día 4. Treinta mil trabajadores desfilaron por la capital, mientras otros tantos lo hicieron por el resto de la geografía peninsular. En las provincias vascas la lucha desembocó en despidos de líderes sindicalistas, lo que llevó a una huelga general entre los días 14 y 19 de mayo. Barcelona fue declarada en estado de sitio y ese Primero de Mayo se convirtió también en una huelga que duró hasta el 12. El primer 1 de Mayo estatal fue un rotundo éxito de movilización, pese a que sus reivindicaciones dieron pocos resultados concretos al corto plazo.
Una reivindicación clandestina
En 1891 el gobierno conservador de Cánovas del Castillo prohibió toda manifestación callejera, lo que no evitó la reivindicación, aunque en menor medida que el año anterior. La prohibición se mantuvo durante los años siguientes, por lo que el Primero de Mayo pasó a ser una jornada de lucha clandestina, reducida a mítines y actos en locales cerrados. Las calles se vaciaron.
En 1903, cuando ya internacionalmente se había aceptado esta jornada como una de paro laboral, los trabajadores desafiaron la prohibición y volvieron a ocupar las calles. Al año siguiente, el gobierno cedió y permitió las manifestaciones. Una libertad que duró hasta el inicio de la dictadura de Primo de Rivera en septiembre de 1923. Volvió la represión, volvió la clandestinidad, pero el paro siguió siendo la tónica, pese a la coacción del régimen.
La II República y la guerra
Todo cambió durante la Segunda República, cuando el 1 de Mayo volvió a ser masivo. Sin embargo, en 1934, la entrada en el gobierno de las fuerzas conservadoras trajo consigo la prohibición de las manifestaciones. En 1936, ya con el Frente Popular triunfante, volvieron los trabajadores a las calles en un estado de euforia que vemos reflejado en la liberación de los camaradas presos reprimidos por las revueltas de octubre de 1934 antes incluso de que se decretase su amnistía. En la cabecera de la manifestación multitudinaria en Madrid se pudo ver a los representantes del Comité de Unificación Juvenil, ya que las Juventudes Socialistas (FJSE) y Comunistas (UJCE) vivían su proceso de unificación en la Juventud Socialista Unificada (JSU).
Un año más tarde, ya con la guerra de España en marcha, el 1 de Mayo fue prohibido en los territorios ocupados por los fascistas. En las provincias republicanas los actos se redujeron a mítines y eventos en locales cerrados. En abril de 1939 la derrota en la guerra provocó el entierro del Primero de Mayo durante las siguientes cuatro décadas casi completas. La dictadura franquista se apropió del Día del Trabajo y estableció el 18 de julio -efeméride del golpe de estado fascista de 1936- como la Fiesta de la Exaltación del Trabajo.
Vuelve el Primero de Mayo
Con el nacimiento de las Comisiones Obreras a mediados de los 60 empezó a recuperarse paulatinamente el Primero de Mayo. El Partido Comunista, en evidente clandestinidad, llamaba a la movilización con octavillas. Una movilización muy diferente a la actual, reducida a la presencia de personas andando en fila india por la acera. Así hasta, que tras el fin de la dictadura en 1975, los trabajadores volvieron a las calles desafiando a las autoridades de manera masiva. La manifestación continuaba prohibida.
En 1977, aún con la prohibición ratificada por el gobierno de Adolfo Suárez y tras la legalización del PCE y las organizaciones sindicales, se repitieron los enfrentamientos entre las fuerzas represivas y los trabajadores, ansiosos de recuperar su célebre jornada de reivindicación. Algo que llegaría en 1978. Centenares de miles de obreros se echaron a las calles.
Al año siguiente, en 1979, con el Primero de Mayo ya asentado, la extrema derecha llenó de sangre las movilizaciones. El 29 de abril un grupo fascista asesinó en Madrid a Andrés García, militante de la Juventud Comunista, de 18 años. En la jornada del 1 de Mayo la extrema derecha asesinó a otros dos jóvenes. Los testimonios que nos llegan de aquellos años evidencian el riesgo que corrían los militantes y sindicalistas al acudir a alguna movilización por la desatada violencia fascista. El Primero de Mayo no escaparía a esta lacra, y tras la movilización de 1980 en Madrid hubo que lamentar otro asesinato. No obstante, el terrorismo fascista nunca pudo doblegar a la lucha obrera.
El golpe de estado de Tejero en 1981 no atemorizó a nuestra clase, que volvió a salir en masa al llegar mayo. Eran años de movilizaciones unitarias entre UGT y CCOO, que se rompieron en 1983. Durante los siguientes seis años cada central sindical convocó actos propios, dada la claudicación de la UGT al gobierno del PSOE de Felipe González, que llegó al poder en diciembre de 1982.
La división en la convocatoria unitaria estatal se mantuvo hasta 1989. Meses antes, ambas centrales sindicales se volvieron a unir en la gran huelga general del 14 de diciembre de 1988, todo un éxito. Este Primero de Mayo volvieron las manifestaciones masivas organizadas de forma unitaria, a las que se sumó CGT. Las movilizaciones continuaron triunfales hasta el comienzo del nuevo siglo.
La campaña de descrédito antisindical, los errores propios de las organizaciones, el reflujo de la conciencia de clase o la hegemonía de las ideas neoliberales han hecho que desde comienzos del siglo XXI vivamos una pérdida de afluencia y significado del Primero de Mayo. Una jornada histórica que en el estado español se ha llenado de represión, sangre o muerte, pero también de lucha, orgullo de clase y miedo burgués. Una jornada que este mayo volverá, al menos de puertas para afuera, a la clandestinidad.