No somos libres. La clase obrera no ha sido libre nunca o, por lo menos, no todo lo libres que podemos creer. Si hacemos un ejercicio de introspección nos damos cuenta de que nuestra libertad comienza a constreñirse hasta un punto en el que empieza ahogarnos. Quien para tomar una decisión transcendental tiene que mirar su cartera o cuenta bancaria y esa cifra determina más su posición que lo que quiere o debe hacer, nos damos cuenta de que no somos libres.
La clase sitúa un muro en el que nos chocamos a la hora de tomar muchas decisiones y nos hace anteponer la mayoría de veces el «debo» al «quiero». Tal vez no seamos muy conscientes de que a la clase trabajadora se le niega una multitud de cosas porque acostumbramos a pensar que el concepto de «libertad» viene marcado por la legalidad y no por la economía pero, ¿una joven trabajadora que trabaja en un call center por 900 euros y paga casi 400 euros de renta, es libre para no soportar más la explotación y levantarse de su puesto de trabajo? ¿Es libre el rider de no aceptar un envío una lluviosa noche de invierno? ¿Tiene un joven la libertad de no emigrar a Londres, Berlín o Dublín si lleva un año sin encontrar trabajo? Cuando nuestra libertad solo se puede definir por el dinero que tenemos, no es un derecho sino un privilegio, aunque no haya ningún papel o ley en el que quede reflejado como tal.
Luisa Carnés se dio cuenta de esto, de que las mujeres trabajadoras de la España de la Segunda República eran, en una abrumadora mayoría, de una tradición histórica que había relegado a su género y a su clase a una suerte de destino grabado en piedra en el que se tenía que «pasar por el aro» para ganar esa carrera de fondo contra la pobreza.
En «Tea Rooms: Mujeres obreras» Carnés nos demuestra que el rostro de la precariedad pretérita (y actual) es un rostro femenino. A través de las biografía de una serie de trabajadoras de una pequeña cafetería ubicada en el Madrid del 32-33 como las mujeres obreras se han tenido que inventar todo lo inventable para llegar a esa libertad que en un principio nos parece un derecho consuetudinario que se nos asigna nada más nacer: sustraer al patrón una peseta diaria, jornadas maratonianas, renunciar al ocio en detrimento del trabajo ya que uno supone un gasto de dinero y el otro una ganancia del mismo, ser «chica de compañía» hasta que el hombre te sustituya por una nueva chica, más joven, alta y guapa, un «producto» renovado…
La libertad de la clase obrera, como ya hemos dicho, se topa con un muro invisible que no nos deja pasar hacia el otro lado, pero a las chicas de «Tea Rooms» les permite ver lo que hay al otro lado. Ese «otro lado» es la clientela de su cafetería. La clientela, mayoritariamente hombres, cuenta en su rutina con vacaciones, viajes, ocio relativamente caro, han tenido la oportunidad de acceder a la cultura y la educación… mientras tanto, las mujeres que están por dentro en la barra de la cafetería comparten el mismo destino universal de nuestra clase, ese hilo rojo que conecta a la clase obrera desde hace siglos.
Carnés nos enseña también que el trabajo de la mujer obrera no termina cuando cierra la cafetería o cuando se termina de lavar los trapos sucios de los señoritos cuyos modales para con el servicio no son una muestra de respeto sino una manera de diferenciarse; cuando las mujeres de Luisa Carnés vuelven a casa, toca ponerse de nuevo el mandil y hacer la comida, las tareas del hogar… soportan, en su gran mayoría, un peso sobre sus hombres que por edad no les corresponde. Estas cargas laborales dobles, además, cargan a nuestras protagonistas de un sopor rutinario que, en la mayor parte de los casos, aplaca su voluntad, su espíritu, y que llega todo al pensamiento de que ese es su destino como la forma más fácil para no desfallecer y aguantar. La vida de las trabajadoras de esta cafetería son rutinarias, tan rutinarias como el desfile de los clientes habituales que pasan los mismos días y a las mismas horas por la cafetería para pedir siempre lo mismo. Esta rutina no es sino un reflejo y una demostración de su falta de libertad, que no aparece en ninguna ley pero que, como hemos dicho, si aparece en su cuenta bancaria. No pueden hacer nada diferente a trabajar porque no tienen el dinero suficiente como para hacer otra cosa en la vida que no sea trabajar.
Luisa Carnés le da en su obra la voz a toda una generación de mujeres obreras que se habían incorporado al mundo laboral después de la Primera Guerra Mundial y que a la vez habían mantenido sus trabajos dentro del hogar siguiendo la línea histórica de la división sexual del trabajo, que fía los trabajos de cuidados y reproductivos a la mujer en su totalidad.
Luisa Carnés, hija de barbero y sastra, representa el prototipo de la mujer obrera que se dio en la España de entreguerras. Abandonó la escuela a los once años para comenzar a trabajar y a pesar de su falta de formación reglada, su curiosidad le permitió convertirse en una escritora referente de la época y miembro de «Las Sinsombrero» un nutrido grupo de mujeres escritoras que fueron desterradas durante largo tiempo por la historia a la vez que esta misma historia encumbraba a los hombres de la generación del 27. Algunas de estas mujeres que formaron el grupo de Las Sinsombrero fueron Rosa Chacel y María Zambrano.
El compromiso intelectual de «Las Sinsombrero» las llevó a participar activamente en política adhiriéndose a la causa republicana y comunista. Luisa Carnés, por ejemplo, fue militante del PCE y colaboró en diversas obras junto a Rafael Alberti para demostrar una vez más que la producción intelectual y la lucha militante en la calle y en las organizaciones comunistas ha de ser todo uno y que no puede darse un ámbito sin el otro.
Tea Rooms es un alegato a la emancipación de la mujer trabajadora y de la clase obrera en general. Un manifiesto enmascarado en una obra narrativa en la que se nos muestra la crudeza de la lucha de clases, siempre invisible, siempre latente, que sale a relucir cada poco tiempo en cada ámbito de nuestra sociedad. Tea Rooms y Luisa Carnés nos demuestran que solo el compromiso intelectual y militante nos puede guiar a la consecución de la auténtica libertad.