El fascismo se ha alimentado históricamente de las épocas de crisis social, política y económica. En esos contextos es donde ha tratado de hegemonizar el descontento popular, mediante discursos que apelan a las emociones de las clases populares que habían depositado sus esperanzas en parlamentarios burgueses, de apariencia democrática que una y otra vez actuaban al dictado del capital. Esta crisis sanitaria que está llevando a una nueva e incierta crisis económica, está siendo el escenario que la extrema derecha aprovecha para cultivar un discurso de odio. Este discurso está basado generar un enemigo interno y cuestionar continuamente los mecanismos científicos para frenar el virus. Estas técnicas de la extrema derecha en el contexto pandémico no distan de las desarrolladas a lo largo del siglo XX.
El señalamiento al virus chino y las teorías de la conspiración son el prototipo de un discurso que no cuestiona lo más mínimo los intereses de clase, pero aparenta ser contrario al orden establecido.
El interés de la burguesía en destruir a las clases populares introduciendo en el pensamiento colectivo un enemigo interno ha sido históricamente efectivo para sus intereses. Un ejemplo clásico es el poder de influencia que tuvo el libro del magnate Henry Ford El Judío Internacional de 1920 en el nazismo alemán. Los diferentes fascismos del periodo de entreguerras del siglo XX basaron buena parte de sus discursos sobre estas bases, acusando a comunistas, masones o judías de trabajar en alianza contra el «interés de la nación». El objetivo es y ha sido idéntico: extender el miedo y desviar la conciencia de la opresión de clase, omitiéndola y sustituyéndola por una disputa étnica o nacional. Se han tratado de caracterizar esta serie de enemigos como virus de la nación, introducidos por potencias extranjeras que pretendían alterar radicalmente el orden establecido y a los que hay que eliminar.
Hoy en día, la extrema derecha europea ha adaptado ese discurso al nuevo contexto de la globalización capitalista, dirigiendo el odio hacia el feminismo, las personas migrantes y refugiadas, el marxismo, el islam o la comunidad LGTB. Les acusa de ser las causantes de todos los problemas que sufren nuestras sociedades y trata de desplazar simultáneamente de la arena política cualquier discurso de clase que pueda alterar el orden de clase. ¿Qué mejor momento para explotar los miedos que una pandemia mundial?
Viktor Orban, primer ministro de Hungría, llamó en agosto de 2020 a las inmigrantes «bombas biológicas», apelando a la población húngara a la autodefensa contra la amenaza biológica que afirmaba que representan. Si Donald Trump culpó a la población china de introducir el virus en su país, Santiago Abascal culpó al feminismo que se manifestó el 8M -«Gritar ‘viva el 8M’ es como gritar ‘viva la enfermedad y viva la muerte’» llegó a decir en la tribuna del congreso a comienzos de junio-. El virus no ha sido más que una excusa para atacar al adversario político y de clase, su momento perfecto para fortalecerse ante una socialdemocracia maniatada por el capital, un clima social de profundo miedo e incertidumbre y una crisis económica que azota con fuerza a las clases populares. Como ejemplo condensado, en los discursos de Vox en la moción de censura estos días podemos ver todos los elementos reaccionarios, autoritarios y anticientícos que agitan las distintas expresiones de la ultraderecha a nivel europeo y planetario.
El idealismo (en términos filosóficos) que caracteriza a sectores del neoliberalismo y a diferentes expresiones ultraderechistas como concepciones antimaterialistas de la realidad, se ha nutrido de teorías conspiracionistas que se han negado a aceptar distintos consensos sustentados en evidencias científicas. Buscan ocupar así un espacio estéticamente contestatario. Si en su momento importantes líderes del Partido Nazi defendían la teoría de que la Tierra es hueca, el pasado 1 de agosto 17.000 personas se manifestaron en Berlín negando la existencia del Covid-19 y la dialéctica anti-vacunas, y unos cuantos cientos lo hicieron en esas fechas también en nuestro país. Y es que, entre el libelo antisemita Los Protocolos de los Sabios de Sión de 1902 (donde se detallaba un complot judío mundial para dominar el mundo) y los vídeos virales (o víricos) en Twitter de Miguel Bosé, existen más diferencias tecnológicas que políticas. En el fondo se sustenta en un nuevo pensamiento mágico que trata de minar todo principio de jerarquía entre las opiniones a fin de no poder distinguir entre lo verdadero y lo falso, generando una equiparación entre la ciencia y el bulo. Es el monstruo que creció en los años 20 y 30 del siglo XX como ideología elevada a la categoría de religión política (con sus propios ritos, mitos y liturgias) y que hoy parece extenderse de nuevo por todo el planeta, con nuevos medios y apariencias.
Las fake news son la evolución histórica de la cita atribuida a Goebbels «una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad».
Durante gran parte del siglo XX, la extrema derecha usó la prensa escrita, la literatura, la radio o el cine como principal medio de difusión de su pensamiento político. De hecho, el régimen fascista de Italia fue el primero del mundo en usar el cine como medio de propaganda política a través de la creación del Istituto Luce Cinecittà, al ver en esta herramienta un excelente mecanismo para la creación de una comunidad emocional -en palabras del historiador Philippe Burrin-. Hoy día, es evidente la transmutación de la comunicación de masas hacia internet y el mundo digital, donde la ultraderecha usa las redes sociales para introducir discursos reaccionarios y de odio entre las clases trabajadoras.
Realmente, las técnicas que usa la extrema derecha hoy no distan de las que han venido usando desde hace 100 años. Así, podemos recordar una de las fake news más importantes de la historia: el incendio del Reichstag alemán de 1933, realizado por miembros del Partido Nazi, que agitaron una falsa acusación contra un joven comunista holandés, Marinus van der Lubbe. Este hecho es un ejemplo del poder de influencia que han tenido las noticias falsas, que legitimaron en aquel momento una represión despiadada contra el Partido Comunista Alemán y consolidaron al nacionalsocialismo en el poder. La große Lüge o Gran Mentira introducida por Adolf Hitler en 1925, fue la principal arma propagandística del nazismo, ya que, como afirmó el ministro de propaganda Joseph Goebbels: «una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad».
Este es el mantra que domina nuestra sociedad. Hoy, gracias a internet, la extrema derecha internacional sabe aprovechar la nueva era en la que prima la velocidad frente a lo demás: a la hora de realizar una compra o de alimentarnos anteponemos la facilidad y la rapidez. Ocurre lo mismo con la información. Si tenemos una duda, sacamos el móvil, realizamos una búsqueda y en 10 segundos hallamos una respuesta. No nos detenemos en contrastarla, sucediendo esto por el atropellado ritmo que ha impuesto el capitalismo a nuestra sociedad. El posicionamiento en la web y las redes sociales determinan en gran medida la información que recibimos.
En este sentido, las redes de la nueva ola reaccionaria internacional producen las 24 horas del día informaciones falsas. Durante el confinamiento millones de grupos de Whatsapp se llenaron de fotos manipuladas, mensajes inventados y viñetas de odio. Aprovecharon los momentos de debilidad física, mental y emocional de la clase obrera para atacar a la mujer trabajadora y parada, a las refugiadas, a las feministas. Decía el historiador Philippe Burrin que el fascismo trata de construir una comunidad emocional, y es que también estamos viviendo una crisis emocional derivada de la explotación y la pandemia, que fortalece al fascismo.
No es posible, físicamente hablando, poder contradecir cada una de sus mentiras. Y, aunque lo hagamos, una parte logra quedarse en el inconsciente colectivo o ser el centro del debate, logra calar en nuestra sociedad. Consiguen el objetivo de contagiar nuestras las mentes, porque ellos son otro verdadero virus. Pero tenemos el antídoto de la organización, la solidaridad y la lucha. Porque la única vacuna efectiva contra el fascismo es un pueblo organizado y solidario.
Jon B.