La miniserie Antidisturbios (2020), dirigida por Isabel Peña y Rodrigo Sorogoyen, ha generado un intenso debate social en las últimas semanas por la imagen que muestra al gran público el papel de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, en concreto el de la Unidad de Intervención Policial (UIP) de la Policía Nacional. Una trama que rompe con el manido relato propagandístico habitual de la policía en nuestro país plagado de blanqueamientos y heroicidades, profundizando en las relaciones de poder en su seno y en sus lazos con ciertas estructuras del capitalismo español. Una historia de violencia insertada en las instituciones, en las que los discursos de odio campan a sus anchas y son amparados y protegidos.
Inspirada en la muerte de un trabajador ambulante durante una carga policial en el barrio madrileño de Lavapiés en 2018, la serie comienza con la ejecución de un desahucio en dicho barrio. Son seis los agentes que se dirigen hacia allí (Osorio -quien dirige-, López, Parra, Úbeda, Bermejo y Murillo). En general hay una buena coordinación, una buena sintonía a la hora de llevar a cabo lo que el Juzgado les ha solicitado. Sin embargo, una masiva afluencia de personas en defensa el derecho a la vivienda de un matrimonio de 50 años con dos hijos hace que un solo furgón de la Policía ‘’no sea suficiente’’ para desahuciar a una familia. Pese a las peticiones de refuerzos, finalmente el desahucio se ejecuta por la fuerza.
Para cualquiera que haya estado presente en un desahucio es sencillo empatizar con las primeras escenas, ya que la desproporcionalidad con la que se actúa permanentemente en estas situaciones como medio disuasorio y represivo se representa fielmente. Un grupo de jóvenes migrantes vecinos de la familia también acuden a dar apoyo. Entre los seis agentes se vacía el piso diferenciando entre a quienes pretenden detener (una veintena) y a quienes sacan directamente a la calle. Finalmente, un enfrentamiento entre activistas y agentes de policía (entre ellos Murillo, con un absoluto aire de prepotencia) tiene como desenlace la caída al vacío de uno de los jóvenes migrantes, el cual fallece. Este hecho da pie una investigación que hace que se vean no sólo algunas partes de las cloacas del Estado y la implantación del racismo a casi todos los niveles, sino también la situación por la que atraviesa cada personaje de la serie.
Las pinceladas críticas de los creadores son habituales a lo largo de la trama, siendo evidente que el corporativismo policial es una de las claves principales para entender la actitud de los protagonistas, enfrentados a las investigaciones internas de una parte del cuerpo interesada en el cumplimiento de la justicia y combatir los desmanes de sus compañeros. La miniserie profundiza en las relaciones de poder de los mandos policiales con otras estructuras paralelas que comienzan a vislumbrar algunas costuras del Régimen del 78, o lo que es lo mismo, la concreción del capitalismo en nuestro país durante los últimos 40 años. El racismo, la homofobia y el machismo son partes importantes de la construcción de unos personajes que retratan a un cuerpo policial heredero del franquismo, aunque su simbología aparezca fugazmente en pantalla. La conexión de los jerarcas de la UIP con las llamadas “cloacas del Estado” personificadas en el papel de Revilla, abren la historia a distintos ejes que articulan el capitalismo patrio: la policía corrupta y sus relaciones con la justicia, la política y los especuladores inmobiliarios, amparados por unos medios de comunicación de masas. Un tándem reaccionario que opera en el desarrollo de la lucha de clases reprimiendo a vecinos y vecinas de origen popular sin ningún tipo de piedad y con fines claramente lucrativos. Esta red, que vela por el sostenimiento del statu quo vigente, se incrusta en las instituciones generando fracciones internas que finalmente no pueden disputar el poder y terminan siendo cooptadas por pura supervivencia, como sucede con la inspectora de asuntos internos, o como daños colaterales en forma de vigilante privado de seguridad. Que la ficción explore de forma profunda y sincera temas tabú en sobre el aparato represivo del Estado español incomoda, genera debate y ayuda a difundir una visión crítica alternativa.
El cortafuegos que evita la censura de la producción por parte de una empresa multinacional como Movistar recae en la tendencia a humanizar a los propios antidisturbios, con sus vidas diversas y hasta desestructuradas como elemento justificador de la necesidad de cumplir órdenes con disciplina militar como buenos funcionarios profesionales al servicio del orden.
Esta humanización se plasma de diferentes formas, pero principalmente enmarcada en cómo son sus vidas fuera de la labor policial. Las escenas cotidianas pasan por las relaciones matrimoniales de los agentes, las relaciones con sus hijas e hijos, alguna salida nocturna y, aunque de forma mucho más anecdótica, también el consumo de alcohol y otras drogas. Se plantea incluso el debilitamiento en la salud física y mental de los agentes investigando, ahuyentando así responsabilidad en la muerte del joven senegalés.
Aunque la serie transite por la fina línea entre denuncia y justificación laboral, la sensación final del espectador puede decantarse hacia un cuerpo de antidisturbios plagado de personajes tendentes a la violencia extrema sin ningún tipo de conciencia crítica, guardianes de un sistema injusto que apuntalan y del que en última instancia son cómplices.
JUPOL (antes JUSAPOL) denunció que la serie trasmitía una visión de ‘’violencia y drogadicción’’ de los agentes. Una descripción bastante simple de lo que suponen 6 capítulos de esta miniserie. Quizá lo que moleste es que se haya representado fielmente como son las intervenciones policiales durante los desahucios, que sepamos como se viven las cargas policiales y la defensa corporativa entre agentes o que podamos ver qué ocurre ‘’entre las bambalinas’’ de las comisarías mientras esperan órdenes. Quizá les moleste que no se haya hecho una serie televisiva de absoluto blanqueamiento del monopolio de violencia que tienen en sus manos a través del Estado.
Es cierto, como ocurre y ocurrirá en la mayoría de las series que se emitan en las grandes plataformas digitales, que no podemos hablar de un fenómeno televisivo con contenido netamente rupturista con el Régimen del 78. Sin embargo, la serie consigue trasmitir de manera continua una visión crítica con alguna parte de la superestructura del sistema en el que vivimos. La disposición de la justicia, de los medios de comunicación, el papel de la policía, las reuniones secretas dentro de las redes clientelares (e incluso dentro de las investigaciones policiales) todo queda a debate para que quien la vea pueda elegir entre considerarla una serie más de ficción o un verdadero reflejo de nuestra realidad. Nosotras, nosotros, optamos por más bien por lo segundo.