Desde inicios del curso académico, en la facultad de Trabajo Social de la Universidad Complutense de Madrid se ha implementado un sistema de docencia denominado “presencialidad ajustada”. Este sistema agrede directamente a las estudiantes y ha sido directamente contestado por la organización estudiantil.
El sistema de “presencialidad ajustada” no es más que un eufemismo del abandono por parte del equipo decanal de sus responsabilidades y de un complejo esfuerzo por destruir la socialización, la vida universitaria y la representación estudiantil. Los grupos se han dividido en tres; cada semana del mes se le asigna a un grupo (y la última semana se convierte en “libre”). Esa semana representa toda la educación impartida por una profesora que va a recibir cada estudiante al mes. Cada estudiante recibirá clase, por tanto, tan solo 12 días cada cuatrimestre. El resto de la formación correrá a cuenta de cada estudiante, mediante la saturación con PDFs que deberán trabajar individualmente en sus casas. La representación estudiantil se ve diluida al multiplicar en tres el número de delegadas totales, que no coinciden en la Facultad, haciendo imposible la organización estudiantil en torno a los conflictos inmediatos y convirtiendo la Delegación en un órgano disfuncional.
Se trata de un sistema que no es capaz de resolver ni uno solo de los conflictos estructurales de la docencia(al contrario, los agrava exponencialmente). Y, de paso, genera nuevos problemas, hasta ahora insospechados, en una universidad que se vanagloria de ser la universidad presencial más grande del Estado español. La ratio de alumnas por aula disminuye, pero queda intacta la ratio de alumnas por profesorado, que es obligado a repetir durante un mes la misma lección y a condensar cada asignatura cuatrimestral en cuatro semanas. Las estudiantes son forzadas a autoformarse y son desprovistas de espacios de socialización, autoorganización y servicios públicos (como cafetería o reprografía), mientras están obligadas a seguir pagando el total de los 1.300 euros de matrícula universitaria por cada curso.
La decana, Aurora Castillo, enarbola de manera desvergonzada un amasijo incoherente de excusas que tratan de esconder, en definitiva, que lo que se está haciendo es poner en grave peligro el futuro de las futuras trabajadoras sociales de la Universidad Complutense y, por tanto, pone en peligro también a la propia facultad al devaluar su docencia y capacidad formativa.
El desprecio por lo común demostrado por la irresponsable gestión de este equipo decanal no es un caso aislado. Se trata, simplemente, del ejemplo paradigmático de la fórmula neoliberal de resolución de los conflictos en el ámbito público: primacía por encima de todo de los intereses empresariales; redefinición del estudiantado como cliente; desactivación de los servicios primarios; y desinversión en recursos. La infiltración de este modelo en la universidad pública tiene como resultado el aumento de la segregación. Al abandonar a su suerte a las estudiantes, dependen únicamente de sus propios recursos, lo que acrecienta las diferencias de clase. Otra vía para implantar esta fórmula neoliberal es la paulatina desactivación de los órganos democráticos rectores de la universidad en favor del interés privado, y, a consecuencia de todo ello, la construcción de planes de estudio desarrollados por y para el interés del capital.
En respuesta al desamparo institucional, en la facultad se ha ido gestando un movimiento asambleario de dignidad estudiantil: “Trabajo Social se levanta”. Este se ha organizado para unificar el descontento generalizado en una sola voz de denuncia contra la precariedad educativa. La institución, por su parte, ha respondido con desprecio a todas las iniciativas desarrolladas por la autoorganización estudiantil. Bien le valdría al equipo decanal hacer memoria: al atrincherarse contra el movimiento estudiantil da la espalda al espíritu de #YoSoyTrabajoSocial / #TrabajoSocialSeQueda que permitió vencer, hace solo cuatro años, las amenazas de desaparición de la facultad planteadas por el Rectorado de la Universidad Complutense.
En esta pandemia, y ante el estado de nuestro sistema educativo, no cabe otra solución que la construcción de la educación popular como parte de una vida digna. En pos de superar las contradicciones propias del sistema capitalista, es necesario apostar por una universidad por y para la clase trabajadora: construida en torno a una educación de calidad, crítica, científica, materialista, creativa, popular y positiva para el planeta y la vida en sociedad; desmercantilizada y gestora de sus propios recursos a través de vías democráticas, con representación real del estudiantado. En definitiva, una educación universal y plenamente gratuita.