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Nieve, temperaturas sostenidas por debajo de cero grados y bloqueo de la red de transporte y distribución. Así fueron los primeros días de la tercera semana de enero en el que el centro y sur peninsular se vio azotado por el temporal Filomena. No vale la pena insistir más en esto, o se ha vivido o se ha visto por la televisión y redes sociales, nada escapa al agujero negro informativo que acapara la región de Madrid en España.
Durante estos días de intenso frío y termostatos a pleno rendimiento, tuvo lugar otro suceso igualmente sonado, que seguro que no te ha pasado desapercibido si te haces cargo de abrir facturas a finales de mes (o cada varios meses) o si te fijas en la resignación con la que se comenta el coste de la electricidad. Subió la luz. Mucho. Subió la luz precisamente durante el pico de consumo en los hogares, un consumo inevitable en el que se juntan las necesidades de calentar el hogar junto con las recomendaciones de auto confinamiento debido a la emergencia pandémica. Subió el precio de un bien de primera necesidad imprescindible para el desarrollo de una vida digna.
¿Se trata de un clásico aumenta de la demanda que arrastra los precios? No exactamente. Se trata de las consecuencias de la liberalización de lo que era un bien esencial. Sí, era en pasado, porque ahora solo se garantiza su suministro. La electricidad dejó de ser un servicio público hace años, en la liberalización del mercado eléctrico. Antes de la liberalización iniciada durante la década de los noventa, no solo en España, sino en todo el área Occidental (EEUU, los países europeos, Australia y Nueva Zelanda), la generación, distribución y comercialización de la electricidad era un monopolio controlado desde los estados. Las fuertes inversiones que debían hacerse, así como por cuestiones técnicas el elevado control que debe ejercerse sobre los procesos de transporte y distribución con el fin de equilibrar oferta y demanda de electricidad, hacían que el estratégico sector eléctrico estuviese intervenido.
Sin embargo, coincidiendo con la disolución de la Unión Soviética, y tras los “buenos” resultados de la liberalización en el campo de experimentación del Chile pinochetista, se comenzó a abrir este mercado. ¿Pero cómo, si la construcción de grandes centrales requiere de fuertes inversiones y el transporte y distribución de la electricidad es un monopolio natural dada su complejidad? Sencillamente, partiendo en pedazos el anterior monopolio eléctrico y asegurando unas reglas de juego en el que en esencia se eliminan los riesgos de las inversiones realizadas con anterioridad a la liberalización (es decir, prácticamente todas). Es decir, se liberaliza la producción eléctrica, y se liberaliza su comercialización, pero el transporte y distribución siguen quedando bajo control exclusivo de Red Eléctrica, con participación mayoritaria del Estado.
Las empresas que se encarguen de estas dos partes deben ser diferentes. Es decir, aunque tú tengas contratada tu luz con Iberdrola y los electrones que “recibas” estén generados por una central térmica de Iberdrola, lo cierto es que ambas empresas deben estar separadas contablemente aunque pertenezcan al mismo grupo (trampas al solitario para darnos anti-oligopolistas). Por eso encontramos Iberdrola Comercializadora e Iberdrola Generación, por ejemplo. Estas empresas generadoras emiten un plan de generación a Red Eléctrica, que, junto con el plan de consumo de las comercializadoras, se valora y se ajusta.
Una vez que se tiene claro de qué fuentes de energía (renovables, nuclear, carbón, ciclos combinados o turbinas) se va a generar la electricidad en función del consumo previsto, se aprueba el plan y se ejecuta al día siguiente. La electricidad que entonces se genera sale a subasta en un sistema marginalista. ¿Esto qué significa? Que si salen, pongamos, cien unidades de electricidad, y veinte de ellas cuestan 5 €, cuarenta 7 €, treinta 7.5 € y las diez últimas 15 €, todas las unidades de energía salen a 15 €. Es decir, que en vez de pagar un total de 755 € por esas cien unidades, que es el precio que ha costado generarlas, estaríamos pagando 1500 € en total. Básicamente, así funciona nuestro sistema eléctrico. Entran en subastas de menor a mayor coste y se pagan todas al precio de la última. ¿De qué dependen los precios de la electricidad generada por cada fuente de energía (recordemos, renovables, nucleares, carbón, ciclo combinado y turbinas)?
Depende de los costes de operación y mantenimiento, costes de combustibles y del impuesto de las emisiones de CO2. Estos costes del día a día tienen necesariamente que venir reflejados en el precio, y al ser algunos de ellos variables (combustible y emisiones), podrá haber variaciones en el precio, pero relativamente pequeñas. Además, estos costes diarios serán diferentes para cada tipo de fuente de energía. Por ejemplo, las renovables apenas tienen costes de este tipo (cero emisiones y cero combustibles). El combustible de las nucleares es relativamente barato y tampoco emiten CO2, con lo que son también baratas, pero el precio aumenta rápidamente con las centrales de carbón, ciclo combinado y turbinas (estas últimas funcionan también con gas pero por razones técnicas se utilizan para picos de consumo).
Por lo tanto, un día nublado, que llueve, y no hay viento, las renovables podrán participar poco en el mix, provocando que deban entrar en funcionamiento las centrales más caras y subiendo así los precios. Por el contrario, un día que haya poca demanda y las condiciones meteorológicas permiten el pleno rendimiento de las renovables, el precio será bajo porque entre el parque nuclear y renovable (las más baratas), podrá ser suficiente.
En todo caso, recordar que estos precios se refieren al coste de generar la electricidad en ese día. Es decir, no hemos hablado nada de inversiones aún. Con el esquema anterior, aquellos generadores que asientan su producción en renovables y nucleares ganan más que aquellos que se asientan sobre centrales térmicas de diferente tipo.
Ahora bien, ¿qué sucede con la inversión inicial de la planta que debe ser amortizada con el precio de la luz a lo largo de un determinado número de años (pongamos veinte)? Si dicha planta generadora (pongamos un parque de molinos de viento) se ha construido después de la liberalización del mercado, entonces con ese margen marginalista debería ser capaz de cubrir la inversión. Esta es la explicación del establecimiento del sistema marginalista: el pago de la electricidad por encima de su precio de coste debe servir para cubrir la inversión.
¿Pero qué pasa cuando la inversión se realizó antes de la liberalización y hay riesgo de que no se recupere dicha inversión por los elevados costes de ésta? No pasa nada, que para eso estamos entre amigos. Yo, el Estado, te garantizo que no vas a perder dinero pagándote la inversión poco a poco a lo largo de los años, sin restar ni un céntimo de las ganancias que puedas obtener a partir de los márgenes que acabamos de explicar. ¿Pero no estaba ese margen para cubrir esa inversión a lo largo de los años? Sí, pero no pasa nada, que estamos entre amigos. Te pagamos entre todos la inversión dos veces, y listo. Este es el caso de las hidroeléctricas y de las nucleares, fundamentalmente.
¿Y qué sucede con las pobres centrales de ciclo combinado, que son las que peor paradas han salido de esto? Porque hay que recodarlo, son plantas muy nuevas que se construyeron antes de la crisis del 2008. La inversión aún no se ha recuperado y muchas de ellas no entran en funcionamiento todo lo que deberían hacerlo para recuperar la inversión porque no se necesitan. Aunque es correcto tener un sistema de generación sobredimensionado porque nunca, y menos solo con las renovables, vas a poder generar cuando tú lo necesites toda la energía necesaria, lo cierto es que en España está realmente fuera de lugar.
Volvamos a las centrales de ciclo combinado, ¿qué les sucede? Algunas es cierto que han, o van a tener que, cerrar o hibernar a la espera de tiempos mejores. Pero aquellas que por razones estratégicas deban seguir “a la espera” de ser necesitadas en cualquier momento, recibirán un paga del Estado para que así sigan. Una paga que no solamente cubre costes, sino que garantiza un beneficio. Porque recordemos, ahora son plantas privadas, no plantas públicas que están ahí estratégicamente para todas y todos. Como estamos entre amigos, pagamos un poco más entre todos y así te llevas una pequeña propina como dueño de una central térmica. Y son estos extras al margen del sistema marginalistas de subastas los que se conocen como “beneficios caídos del cielo”. Una forma cínica de decir “beneficios caídos de nuestros bolsillos”.
Esto es en esencia como funciona nuestro mercado eléctrico. Y es por eso por lo que cuando aumenta el consumo en los hogares aumenta el precio, porque pagamos todo al coste de la producción más cara junto con todos los beneficios del cielo. Y si a eso le juntamos que cuando hace mal tiempo las renovables no entran en juego o que las propias eléctricas pueden “especular” diciendo qué plantas planean utilizar al día siguiente que esperan un pico en el consumo (por ejemplo, dejando sin funcionar las hidroeléctricas), entonces más plantas caras entran en el juego de la generación y el margen de beneficios es mayor.
Esto se da así en toda Europa, porque es una directiva Europea. ¿Serviría de algo la creación de una empresa pública que tratase de romper la baraja mediante del oligopolio compitiendo directamente con él? No, de nada. Francia tiene el mismo sistema que el nuestro solo que básicamente con dos empresas participadas mayoritariamente por parte del estado francés.
Se necesita una nacionalización de todas las partes que permitan tres cosas fundamentales: 1) el establecimiento de la electricidad como un servicio público para asegurar una vida digna; 2) el control de precios para garantizar el consumo de este bien de primera necesidad; 3) y la planificación, ejecución y reordenación del sistema eléctrico en su conjunto para avanzar en la imperativa transición energética. Sin un control total de este sector estratégico nos veremos abocados a una anarquía de mercado con luces demasiado cortas como para afrontar las necesidades sociales y ambientales de la década que acabamos de empezar. La Unión Europea es, junto con el propio Estado español, el gran lastre que impide esta intervención.
El título estaba mal, no era un amor de dos. Faltaba la Unión Europea.
Carlos M.