A lo largo de la historia se han producido diversas revueltas campesinas. Cada una con un desarrollo diferente a la otra e incluso con objetivos distintos. Pero lo que es recurrente en la gran mayoría de ellas es una denuncia de las malas condiciones que sufrían campesinos y jornaleros. Para entender en qué consistió la Sublevación de Loja es necesario hacer una pequeña contextualización, que irá desde lo general a lo concreto.
El siglo XIX fue un periodo de gran convulsión en diferentes aspectos como el bélico, social, económico y político. Es a raíz de la Guerra de Independencia cuando nos encontramos con un cierto avance en algunos aspectos más allá del nacional y es que es un primer germen de una profunda transformación social.
En España se comienzan a dar los pasos los primeros pasos para acabar con el Antiguo Régimen, con medidas que están ideadas por la burguesía para la imposición del capitalismo. Ante un Antiguo Régimen incapaz de plantear la resistencia frente a la invasión, la burguesía es quien toma las riendas e impone sus reglas del juego como se pudo ver en las Cortes de Cádiz y la legislación que realizan, aunque todo esto se ve frenado por la Restauración Borbónica.
España atravesaba una gran crisis económica, agudizada por la guerra y por la progresiva pérdida de las colonias en América. Con esta pérdida de la gran mayoría de las colonias, la corona pierde la mayoría de sus fuentes de extracción de recursos. Para atajar este problema, una de las medidas que se plantea para poder sanear la gran deuda que existía fue la desamortización de una gran cantidad de bienes. Todo esto se maquilló bajo la posibilidad de una mejor redistribución de la tierra, que en muchos casos estaban en manos de la Iglesia, pero que iba a afecta en gran medida a los bienes comunales. Pero lo que realmente se esconde tras esta medida es la promoción de la propiedad privada, siendo esta la base del sistema capitalista.
La realidad que vivía el campesinado era de extrema miseria, pues apenas conseguían subsistir y en la gran mayoría de casos son incapaces de hacer frente a la nueva manera de pagar impuestos, ya que pasó a solo poder pagarse mediante dinero. Además, se le suma que con las desamortizaciones de los bienes comunales, van a perder una parte muy importante de su sustento. La mayoría de campesinos y ganaderos subsistían gracias a la explotación de los recursos que los terrenos comunales proporcionaban -pastos, leña, etc…-.
La represión por parte de las instituciones gubernamentales era el pan de cada día, pues en España ni siquiera existía la libertad de prensa, y a menudo las publicaciones de algunos periódicos que no tenían una línea conservadora eran censuradas. Además, llegado el caso de poder generar una gran oposición se encarcelaba o asesinaba a cualquier persona sin necesidad de justificación.
Todas estas circunstancias, unidas a que el jornal que se ganaba en el campo no era suficiente para cubrir las necesidades más básicas, acabaron provocando varias revueltas encabezadas por campesinos y jornaleros.
Como objeto de este artículo nos centraremos concretamente en una: La sublevación de Loja de 1861 o Revolución del pan y el queso.
Para ponernos en contexto la sublevación recibe el nombre de la población principal que se ocupó, la cual, es la ciudad natal del general Ramón María Narváez. Como líder del Partido Moderado y presidente del Consejo de Ministros fue el principal defensor de Isabel II ante cualquier intento de progreso o revolución. Desde esta posición Narváez acumuló riqueza y tierras, sobre todo en Loja, lo que le convirtió en uno de los principales caciques del pueblo. Además de enriquecerse, jamás titubeó a la hora de utilizar las instituciones para reprimir cualquier tipo de disidencia, si bien, esto no era algo exclusivo en esta población sino que se producía por toda España, como hemos dicho anteriormente.
Durante las desamortizaciones se privatiza una gran parte de la sierra de Loja, que era una de la más importante fuente de recursos para campesinos y jornaleros. La mayor parte de estas tierras acabarán cayendo bajo el dominio de Narváez, no en su persona directamente, sino a través de su entorno. A lo que se une la represión que ejercía de manera constante contra cualquiera que planteara el más mínimo cuestionamiento, llegando incluso a intentar impugnar las votaciones en las que los resultados no le eran favorables.
Las condiciones de miseria agravadas por la desamortización y la animadversión que existía contra Narváez -provocada en gran medida por su comportamiento y porque representaba los intereses de la corona-, llevó a campesinos y jornaleros a organizarse de manera clandestina. Crearon la Sociedad Secreta, que no solo operaba en aquella zona sino que se extendía a otros territorios. Fue un grupo que a nivel ideológico era muy heterogéneo, pero la mayoría veían en la monarquía la culpable de sus males, por lo que su tendencia general era muy favorable a la creación de una república.
Este grupo se regía por tres comisiones diferentes: armamento, economía y disciplina. Una de sus normas más esenciales era la de no traición, para la que existían algunos castigos muy severos, como por ejemplo el destierro. Pero hay que decir que este tipo de castigos nunca se tuvieron que llegar a usar en Loja. Con el paso del tiempo e ir sumando cada vez más personas a la causa, se hizo necesaria una división interna en grupos reducidos e independientes, compuestos por unas 25 personas. Así, en el caso de que se descubriera a uno de estos grupos, no se ponía en peligro a la totalidad de la organización. Ya que la comunicación y organización entre los diferentes grupos se realizaba por medio de una asamblea de delegados de cada grupo.
Lo interesante de estos, es que se convirtieron en cierta medida en grupos de autogestión en los que algunos casos las relaciones de solidaridad salvaban las carencias del Estado. Además, con el propósito de armarse -ya que de manera individual era imposible-, se dotaron de un tesorero por cada colectivo y este se encargaba de gestionar el dinero del grupo para conseguir armas. Tuvieron la genial idea de que ya que individualmente no podían afrontar la compra de armas, se haría de manera colectiva mediante rifas. Así en primer lugar, se compró un arma y se rifó entre los componentes de la Sociedad que por una pequeña cantidad optaban a conseguirla. Para después, con el dinero obtenido se compraba una nueva arma y se volvía a rifar, proceso que se repitió innumerables veces hasta tener a gran parte del campesinado armado.
Una figura que ha destacado la historia entre los componentes de la Sociedad Secreta es la del líder que se eligió para encabezar la sublevación, Rafael Pérez del Álamo. Era un simple albéitar –una especie de veterinario centrado en el ganado-, pero que tenía muy claro la necesidad de luchar por una república como único camino hacia la tan ansiada democracia.
Lo que acabó precipitando el estallido de la sublevación fue un folleto, que estaba muy lejos de ser revolucionario, pero que supuso la detención de varias personas –entre las que estaba Rafael-. Tras la aclaración sobre el contenido del folleto y apoyo por parte de la prensa al no ser peligroso su contenido, fueron puestos en libertad. Esto despertó muchas sospechas y comenzó una investigación encargada por el gobierno que llevó a una serie de registros en busca de armas por diferentes casas.
Los integrantes de la Sociedad Secreta comenzaron a estar cada vez más cercados lo que generó un gran nerviosismo que desembocó en una primera asamblea de diferentes delegaciones en Granada. Pese a la insistencia de una parte importante de la asamblea por dar inicio al levantamiento, la asamblea decidió que no era el momento. Tal decisión creo una gran disconformidad en las filas de la Sociedad, que la entendían como una falta de valentía o sumisión. Y tras una nueva reunión en Loja se acuerda que el momento para levantarse en armas había llegado y quién debía dirigirlo era Rafael Pérez del Álamo.
Pero todo se precipitó debido a la detención de Rafael tras un enfrentamiento en días anteriores en Mollina, pero la reacción en masa de la población consiguió su liberación. Aunque el tres días más tarde, el 27 de junio de 1861, la Guardia Civil fue a casa de Pérez del Álamo para volver a detenerlo. Este aprovechó un descuido durante el registro de su casa para escapar y fue al punto que se había acordado para el inicio de la sublevación.
Desde este momento empezaron a llegar personas desde las diferentes poblaciones cercanas y en muy poco tiempo se llegó a congregar más de un millar de personas. Se decide marchar sobre la población cordobesa de Iznájar, que es tomada tras una pequeña escaramuza con la Guardia Civil que acabó huyendo.
Un aspecto importante a tener en cuenta del levantamiento es que se consideró a sí mismo como una revolución, pues entendían que el fin último iba más allá de la subida de los jornales o un mejor reparto de la tierra. En última instancia lo que se buscaba era acabar con un sistema político y social que no permitía llevar una vida digna a la mayoría de la población. Aunque siempre se hizo desde el respeto sobre todo a las personas de las poblaciones que se ocuparon, como quedó patente en la proclama que lanzó Pérez del Álamo en nombre del Centro revolucionario el 28 de Junio de 1861 en Iznájar:
“Ciudadanos: Todo el que sienta el sagrado amor a la libertad de su patria, empuñe un arma y únase a sus compañeros: el que no lo hiciere será un cobarde o un mal español.
Tened presente que nuestra misión es defender los derechos del hombre, tales como los preconiza la prensa democrática, respetando la propiedad, el hogar doméstico y todas las opiniones.”
Abandonan Iznájar y ponen rumbo a Loja teniendo un pequeño enfrentamiento con fuerzas del gobierno, del que salen victoriosas las fuerzas rebeldes y se posicionaron cerca de Loja. En este punto ya con varios miles de integrantes más intentan negociar su ocupación pacífica del pueblo, pero el gobierno local se niega y solo es cuando marchan sobre el pueblo cuando deciden abandonar el pueblo. Con la toma pacífica de Loja se produce una llegada masiva de gente proveniente desde Granada o incluso provincias como Málaga o Jaén.
Con los rebeldes haciéndose cada vez más fuerte en Loja, la corona y Narváez deciden mandar al ejército para sofocar este foco revolucionario. Una vez llega el ejército se producen una serie de diferentes enfrentamientos, en los cuales, siempre fueron repelidos. Ante tal situación deciden atacar sin miramiento a toda la población, colocando toda su artillería apuntando a ella y controlando las carreteras de salida.
Ante las peticiones de la gente del pueblo Pérez del Álamo opta por abandonar el pueblo y no rendirse, pero consigue hacerlo sin que el ejército se dé cuenta hasta que ya es demasiado tarde. En los días sucesivos el ejército rebelde fue perdiendo más fuerza, pero aun así deciden marchar hacia Granada en un último intento de extender la sublevación. Cuando se encontraban de camino a la capital son interceptados por las fuerzas gubernamentales y tras una última batalla son derrotados, produciendo numerosas bajas y la dispersión de los rebeldes.
Los siguientes meses se produce una gran persecución de cualquier sospechoso de apoyar la sublevación, acabando con una gran cantidad de encarcelaciones y ejecuciones. Así se acabó con un levantamiento popular que luchó por una mayor justicia social, que les permitiera llevar una vida digna. Pero esa lucha continuo a lo largo de ese siglo y el siguiente, en el que campesinos y jornaleros tienen aún a día de hoy unas condiciones laborales indignas y de miseria.
Daniel M.
Bibliografía para ampliar
- Pérez del Álamo, R. (1982). Apuntes sobre dos revoluciones andaluzas. Aljibe.
- de Arenas, M. N., & de Lara, M. T. (1970). Historia del movimiento obrero español (Vol. 11). Editorial Nova Terra.