La redada contra la explotación laboral que se llevó a cabo en Plaza Elíptica hace unos días no pilla por sorpresa, la situación no es nueva, y es que ya son más de 10 años los que este emplazamiento del centro de Madrid funciona como un centro de explotación de la clase trabajadora migrante sin papeles. Todas las mañanas, antes incluso de que amanezca, haga el tiempo que haga, son muchos los trabajadores que se agolpan en este enclave de la ciudad para poder ganarse el pan, horas y horas de espera hasta que llega un posible trabajo que produzca algo de ingresos para ese día. El trabajo llega en coche o furgoneta, se ofrece cualquier faena, sin ningún tipo de requisito y como si de una puja se tratase, aquel que menos cobre, será el elegido para ir al tajo, sin tener en cuenta las condiciones y sin garantías.
Esta realidad es más que conocida, no deja indiferente a nadie, muchos medios se han hecho eco de ello, pero ahí sigue, la escena no ha cambiado nada en una década. La policía y la administración es conocedora de esto, pero no importa si afecta a las capas obreras más indefensas. La connivencia policial y de la administración, como elemento necesario para el buen funcionamiento del sistema capitalista, no se va a inmutar por solucionar esta situación. Ni siquiera la actuación policial que se ha llevado a cabo estos días ha cambiado nada la situación de explotación que se vive día tras día, mientras haya explotadores habrá explotados. Los empresarios sin escrúpulos se aprovechan de la situación que vive la población trabajadora migrante, sobre todo si están en condiciones de irregularidad, para que el chantaje y el miedo sea más efectivo.
Detrás de todo esto se encuentra de forma evidente la dominación de una clase sobre otra, empresarios, que con la máxima de aumentar su beneficio, usan una mano de obra barata en condiciones de explotación, extrayendo la plusvalía de los trabajadores, en muchos casos incluso engañando a estas personas que no llegan a cobrar nada. Se puede ver en ese aspecto la alienación más absoluta en todos sus sentidos: del producto, del proceso, respecto a los demás obreros y respecto de sí mismos; no ve ninguna proyección ni estabilidad en el trabajo que realiza, es usado como una máquina para el momento en el que haga falta (como un producto de usar y tirar) y, además, en rivalidad con el resto de obreros, teniendo que pelear con el resto de compañeros por el trabajo precario que les ofrecen.
Las condiciones son pésimas, en situación, evidentemente, de toda ilegalidad y con una gran cantidad de riesgos: riesgos laborales y ninguna seguridad en caso de accidente laboral, ningún tipo de estabilidad que permita formar un proyecto vital, riesgos represivos y posibles problemas policiales o con la administración, y riesgos vitales, subiendo a furgonetas sin saber a dónde van ni a qué hora volverán. Son varios los casos en los que personas en situación irregular han sido abandonadas tras haber sufrido algún accidente, el patrono se deshace de una persona de la forma más vil para no asumir ninguna responsabilidad.
La pandemia no ha quedado al margen de esta problemática y ha recrudecido aún más la situación, aumentando la inestabilidad y la desesperanza por conseguir un tajo, los tiempos de espera son mayores hasta que para un coche, la gente no quiere que entre gente en su casa por lo que las chapuzas se paraliza; a esto se suma la represión, no pueden agolparse y se les ordena dispersarse e incluso echarlos.