Las mujeres organizadas que salimos a la calle el 8 de marzo, tenemos claro que esa gran jornada de movilización solo era un paso en el camino, que esa fuerza que demostramos hay que seguir cultivándola, enriqueciéndonos y creciendo, y también tenemos que canalizarla en cada una de las propuestas y los objetivos que nos marcábamos.
Todos estos objetivos se pueden resumir en la idea de la defensa de una vida digna para todas las mujeres y todas las personas que, en nuestra diversidad, necesitamos vidas que merezcan la pena ser vividas.
Más en lo concreto, uno de los ejes en torno a los que nos organizamos, era el eje de la educación. El sistema educativo es uno de los primeros y principales espacios de socialización para las niñas y las jóvenes, y en él se reproduce el sistema capitalista y patriarcal. Dentro de las aulas se ejercen violencias machistas, racistas, clasistas y LGTBIfobas. Es también en los centros educativos donde comenzamos a formar nuestra identidad sexual influidas por la imposición de los roles de género y del amor romántico heterosexual como único modelo válido de relación. Por ello, los espacios educativos actuales están todavía lejos de ser un lugar en el que podamos desarrollarnos de manera libre y equitativa.
Esta socialización, en la que la escuela juega un rol fundamental, fomenta la división sexual del trabajo y se traduce en la elección de los itinerarios de estudio. Así, en la universidad, las carreras o formaciones relacionadas con los cuidados están marcadamente feminizadas, mientras que las más técnicas apenas cuentan con representación femenina. La historia que estudiamos en las aulas es, en realidad, el pasado de los hombres contado por hombres, que además son en general occidentales y con riqueza. Nuestras voces, las voces de miles de mujeres son silenciadas en libros de texto y manuales y nuestras aportaciones son sistemáticamente negadas, siendo aún más el silenciamiento de las mujeres racializadas. Además de estas cuestiones donde explícitamente se nos aparta en la educación, políticas que traen consigo la profundización en un modelo de escuela como lugar de aprendizaje de contenidos sistematizados y acríticos, como lugar de formación de personas normativizadas y con habilidades para un puesto de trabajo, y no un lugar de estudio y avance del pensamiento y de las libertades van también en contra de un planteamiento feminista de la pedagogía y de la educación.
Por supuesto, escuelas que segregan y diferencian la formación por géneros o que adoctrinan en una religión, no deberían estar financiadas públicamente, ni si quiera deben mantenerse actualmente, y por supuesto están fuera de un pensamiento feminista de la educación. Pero además, si pensamos escuelas que funcionan para educar en valores de convivencia, de diferencia, de respeto y de feminismo, tienen que estar alejadas de las dinámicas de mercado, tienen que recibir financiación pública y suficiente.
Todos estos objetivos se pueden resumir en la idea de la defensa de una vida digna para todas las mujeres y todas las personas que, en nuestra diversidad, necesitamos vidas que merezcan la pena ser vividas.
Un planteamiento feminista de los horarios y de las normativas de permanencia, en la educación superior, es que podamos estudiar a nuestro ritmo y combinar el aprendizaje y el estudio con las tareas de cuidados, de autocuidados o con el trabajo que tengamos. Pero también en la FP o en las prácticas, que tienen que estar remuneradas: ese tiempo de esfuerzo y trabajo que estamos dedicando a una empresa, aunque nos esté formando más para luego serles más útiles, tiene que ser remunerado y tiene que tener unos horarios flexibles, pudiendo tener tiempo parcial como pasa con las matrículas. Un planteamiento feminista de los lugares de ocio o de descanso dentro de las escuelas es repartir los espacios y no permitir que los chicos ocupen una mayoría del espacio disponible para todas las personas y que los patrones de juego y deporte sean igualitarios y no sexistas.
Un planteamiento feminista de la educación y de la creación del conocimiento es en definitiva un planteamiento anticapitalista y de ruptura radical. Es la aspiración de una educación que nos convierta en sujetos y no en objetos a disposición de los mercados capitalistas y del patriarcado. Gracias al movimiento feminista y en concreto, al movimiento estudiantil feminista, la comunidad educativa recupera realmente un discurso y unas reivindicaciones que no se quedan en lo meramente defensivo.
Así lo vimos el 8 de mayo; una fecha en la que la comunidad educativa se dio cita reclamando la necesidad de defender, ahora (recogiendo el testigo de los demás movimientos sociales y especialmente el movimiento feminista y el de pensionistas) la escuela pública. En estas movilizaciones, encontramos avances cualitativos importantes que esperamos que marquen las dinámicas y el ritmo de las futuras movilizaciones que tienen que venir para el curso que viene, dada la insoportable situación en cuanto a financiación y en cuanto a la indefinida política educativa que se vive en las instituciones educativas.
Este avance cualitativo tiene que ver, por una parte, con la introducción de estas nuevas reivindicaciones y de unos nuevos elementos discursivos del feminismo, cada vez con más vigor, realidad, comprensión y apoyo. Además, la dinámica de trabajo unitario y de apoyo mutuo en la convocatoria estatal y sobre todo en la materialización de la movilización en las distintas ciudades, nos parece una condición sine qua non, para poder volver a presenciar la potencia y la fuerza de la comunidad educativa organizada: tenemos que recuperar la esencia de la Marea Verde, es decir, ese movimiento unitario, representativo y potente que llenó las calles y presionó al régimen junto con tantos otros movimientos sociales que se desarrollaron tras el 15M; pero tenemos que hacerlo, sin repetir errores que lastraron la lucha en el pasado… tenemos que pasar a la ofensiva, buscando objetivos concretos, definidos e identificables, que nos lleven a victorias reales para el estudiantado.
La esencia de colaboración y de lucha unitaria y combativa, ha vuelto este año tintada de violeta, sacudiendo todos los espacios de participación y de activismo y no podemos sino alegrarnos, aprender y sumarnos a ella desde el resto de movimientos de resistencia y defensa de las condiciones de vida de la clase trabajadora.