Corría el año 2013, en una escuela de formación regional de la UJCE. Un militante de la organización, un hombre, le preguntaba a la Secretaria General, una mujer, tras una charla de feminismo por qué era incorrecto, según los principios de la organización, realizar chistes machistas. La respuesta argumentada y firme fue clara: “Porque cuando se realiza un chiste machista, los hombres normalmente se ríen, construyen sobre el humor consensos no razonados ni explícitos; por el otro lado, las mujeres nos sentimos incómodas y ridiculizadas, marginándonos y coartándonos en la conversación y en el espacio público.”
Difícilmente en 2018 se podría repetir la misma situación en ambientes militantes, el humor machista es rápidamente identificado como una agresión y esto mantiene directamente bloqueados este tipo de chistes. ¿Qué ha cambiado? La correlación de fuerzas. El debilitamiento de algunos resortes ideológicos del patriarcado, pese a que los materiales estén intactos, hace que las mujeres tomen el espacio público y se enfrenten a lo que está permitido hacer socialmente.
El humor sí tiene límites, y los marca la correlación de fuerzas existente en la sociedad. Esto no es diferente, de hecho, es exactamente igual, a cómo funcionan el resto de las contradicciones. Por ejemplo, en la legalidad laboral. Por un lado, está la realidad material, en la que vale mucho más un comité o asamblea bien organizados, y por el otro la ley interpretada por los jueces. La ley parece neutral pero igual que el “sentido común”, con el que funciona el humor, no lo es. La interpretación siempre se decanta del lado del más fuerte.
El humor establece consensos muy rápida y peligrosamente, y por ello es muy poderoso. Quién se va a arremeter contra un chascarrillo por muy políticamente incorrecto que sea este, si se está en un ambiente de plena confianza, donde todo el mundo se conoce y se sabe la opinión política de cada persona. Quién va a detener, en un espacio de socialización cómodo, el momento de las risas y de las chanzas. Es difícil no bajar la guardia en esas situaciones, nadie quiere convertirse en el “aguafiestas” o “la loca pesada”. Es difícil combatir la despreocupación política total. El “pasotismo” asentado en casi todos los lugares, con su hegemonía arraigada a modelos de ocio muy concretos, alienantes, limita la discusión y el debate. Esta discusión y debate, políticos, en una sociedad consciente y desarrollada democráticamente deberían ser igual de divertidos y más apasionantes que el contexto de indiferencia continuo al que se nos invita.
Está claro que el humor tiene límites, y los tiene porque el humor de facto es una cuestión política. Como tal, deberíamos luchar para que estos límites sean los nuestros. Pero esto sólo se logrará con la necesaria ofensiva ideológica general que debemos realizar. No caigamos en afirmaciones que no son ciertas. No defendamos posicionamientos a favor de la libertad de bromear con cualquier cuestión, porque esto es falso; ¿se permitiría en una España (no socialista, sino simplemente democrática) bromear sobre los asesinatos franquistas?, ¿es tolerable bromear sobre cualquier tipo de violencia machista?, ¿Y sobre un desahucio?, ¿y sobre un accidente laboral que causará la muerte al trabajador? No nos tiremos piedras sobre nuestro propio tejado y caigamos en consensos que son falacias; el humor sí tiene límites.