Los ejemplos de esto último son múltiples y familiares en las últimas décadas: invasión francesa de Mali para asegurar sus suministros de uranio, la destrucción de Libia y Siria por el gas y el petróleo, invasión de Irak por las reservas de crudo, guerra en Chechenia por el control de los oleoductos que conectan con los yacimientos del Mar Caspio o los bloqueos del canal de Suez y los conflictos bélicos asociados al mismo (Guerra del Sinaí y la Guerra de los Seis Días). Tampoco es necesario recurrir a conflictos bélicos abiertos: la desestabilización y bloqueo económicos son recurrentes, como sucede actualmente con Venezuela e Irán, ambos importantes productores de crudo fuera del área de influencia de los EEUU. Así mismo, tanto el control como la extracción de recursos energéticos en el propio territorio son clave para las potencias capitalistas, incluso como piedra de toque para moldear la estructura interna del país. Así hizo Margaret Tatcher reventando la huelga minera en los ochenta trayendo carbón desde el régimen racista sudafricano. El excedente energético ha permitido además crear la sociedad de consumo y globalizada que conocemos hoy en día en los centros capitalistas y, por supuesto, constituye la base material de la mal llamada “clase media”. Al fin y al cabo esta se puede analizar como un estrato de la clase trabajadora que tiene acceso a elevados gastos energéticos en forma de bienes de consumo y servicio (al fin y al cabo todos estos se sustentan en la energía), quedando completamente fulminada su conciencia de clase por, entre otros motivos, este consumismo express.
Pero la disponibilidad de fuentes de energía y el agotamiento de las no renovables es también clave para entender políticas que parecen inventadas y sin rumbo por parte de los gobernantes, especialmente los europeos, con tendencia a exagerar el postureo sobre las raíces reales de los problemas. Un ejemplo de ésto es la reciente cabezonería por el uso del diésel en los coches. Evidentemente, es cierto que estos automóviles contaminan. Eso si, no más que un coche de gasolina y menos que los coches antiguos que usaban diésel (https://www.elconfidencial.com/motor/2018-08-08/gasolina-contamina-mas-diesel_1601676/). Por lo tanto, si antes daba igual esta contaminación y actualmente es falso que contaminen más, ¿por qué entonces esta obsesión a corto plazo con el diésel dando a la gasolina un mayor margen (hasta 2050)? Otros ejemplos de políticas energéticas que parecen casos aislados sin conexión con el resto son el intento de prorrogar los permisos de las centrales nucleares hasta los 60 años (https://www.publico.es/sociedad/centrales-nucleares-gobierno-cambia-normativa.html) o el cierre de las centrales térmicas de carbón de Andorra (Teruel) y de Cubillos del Sil (León) a partir de enero del 2019 (https://www.elconfidencial.com/empresas/2018-11-15/endesa-cierre-inmediato-centrales-carbon_1648426/) dado que no son rentables si se deben acometer las inversiones necesarias para ajustarlas a la normativa europea.
¿Qué está pasando en los últimos años con la gestión de la energía en España y en general en Europa? ¿Se trata verdaderamente de una serie de políticas inconexas o bien estamos ante un reacomodo frente a un nuevo escenario? La suerte, y la desgracia, es que la segunda parte de la pregunta es la respuesta. Suerte porque el proceso que fuerza estas tímidas (por ahora) políticas destroza completamente el marco de poderío de las élites capitalistas y abre la puerta a procesos revolucionarios (y ojo, también de reacción). Desgracia porque toca a su fin la etapa de oro capitalista con su techo material, y lo va a hacer sin ningún tipo de control, sumido en la más absoluta barbarie.
Como hemos tratado en otras ocasiones en la revista Agitación (http://www.agitacion.org/2018/06/21/cambio-de-foco-de-la-contradiccion-capital-trabajo-a-la-contradiccion-capital-medio-i-el-contexto/) y también en nuestro Manual de Recursos Energéticos (http://archivo.juventudes.org/files/An%C3%A1lisis%20hacia%20la%20soberan%C3%ADa%20energ%C3%A9tica%20UJCE.pdf), la energía es la base de las sociedades industriales y en concreto el petróleo es la clave de cúpula. ¿Esto es porque es lo que más se consume? Si, en torno a un 33% del total seguido del carbón con un 29% y el gas con un 24%. Pero la clave no es en la cantidad, que no se distancia en gran medida de las anteriores, sino en para qué se utiliza. Todas las actividades de extractivas (esto es, de obtención de otros recursos) como de transporte de estas mercancías se realizan mediante maquinaria que hace uso del petróleo en sus diferentes formas. Por lo tanto, si mañana retirásemos ese tercio del total de la energía mundial en forma de petróleo, el mundo se pararía a los pocos días.
No existe capitalismo verde, existe un capitalismo post-petróleo que lo tratarán de vender como verde
Si nos movemos de las políticas de transporte a las políticas de producción y distribución de energía a nivel estatal, los titubeos comienzan a cobrar sentido si se analizan de nuevo en clave de agotamiento de recursos. Como pequeño inciso que dibuje el marco de trabajo, tanto las centrales térmicas (carbón, gas, petróleo) como la energía nuclear (uranio) dependen de recursos finitos cuyos picos de producción se estiman se alcancen en las próximas décadas (gas, uranio), años (carbón) o que ya se han sobrepasado (petróleo). Estas estimaciones dependen de las fuentes, pero es especialmente llamativo como en los informes anuales, en concreto del 2018, de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) ya se reconocen problemas en torno al petróleo y futuros problemas en el carbón (http://crashoil.blogspot.com/2018/11/world-energy-outlook-2018-alguien-grito.html). El gas por ahora se libra y del uranio ni siquiera hablan (por marginal y porque ya se ha advertido que no hay para convertir la energía nuclear en salvadora). Las energías renovables, por el contrario, siguen siendo marginales puesto que solo pueden ser utilizadas para producción de electricidad (no toda la energía que se consume es eléctrica, solo en torno al 30% del total) y existen problemas de intermitencia en la producción y de almacenamiento.
En el marco español nos encontramos con el intento de prolongar la vida útil de las centrales en 20 años hasta alcanzar los 60, lo que tiene su justificación evidente en que dichas centrales ya están amortizadas y reportan gran cantidad de beneficios al oligopolio eléctrico español (por supuesto, descontando de los gastos la gestión a largo plazo de los residuos radiactivos de larga duración o los riesgos asociados a dicha energía). Pero además está ligado a que ese 20% de la energía eléctrica que generan es difícilmente sustituible por fuentes de energía renovables. El problema de éstas últimas es la intermitencia de su producción, puesto que dependen del viento, sol, lluvia, etc y las dificultades en los sistemas de almacenamiento de dicha energía (por ejemplo, alto coste de las baterías). Al contrario, las centrales nucleares mantienen una producción constante, imprescindible para el correcto funcionamiento de la red eléctrica. Y solamente las centrales térmicas (carbón) y de ciclo combinado (gas) pueden garantizar esta producción constante. De hecho, la tan cacareada revolución renovable alemana, la Energiewende, es más bien una conversión de la energía nuclear al carbón (https://www.ecologistasenaccion.org/SPIP/article33726.html?p=2018). Es cierto que en Alemania la potencia renovable instalada ha aumentado un 1000%, pero es realmente el carbón nacional el que está soportando la sustitución de la energía nuclear (en términos porcentuales parece al contrario, pero eso depende del punto inicial de partida, donde la renovable era completamente marginal; en valores absolutos se genera más energía nueva como carbón que como renovables, y solo estamos hablando de la producción eléctrica).
Queda claro entonces que sin una modificación del consumo (tanto doméstico como industrial) no puede prescindirse de las centrales de producción eléctrica nucleares o térmicas y de ciclo combinado. En España se está apostando por cerrar las térmicas de carbón y comenzar a producir en las de ciclo combinado (con gas, construidas y operativas pero sin producción actual) y las nucleares, mientras que en Alemania se están moviendo hacia el carbón cerrando las nucleares y en Francia ha decidido directamente invadir Mali para asegurar el suministro de uranio de sus centrales (su producción eléctrica depende de un 80% de ésta fuente). El motivo de estos cambios hay que buscarlos en dos factores: cuál es el agotamiento global y la capacidad de suministro a nivel internacional de los recursos que son utilizados en las centrales de cada país y con qué reservas sin explotar cuenta cada estado para hacer frente a la cola descendente de la extracción de recursos. Alemania cuenta con importantes reservas de lignito (un carbón de baja calidad y altamente contaminante) que están siendo explotadas por medio de minas a cielo abierto, que comen cada vez mayor terreno a bosques, campos de cultivos y pueblos enteros. España, por el contrario, no tiene grandes reservas de carbón, y de hecho su extracción es bastante más difcultosa y cara que en el caso alemán, donde las minas son a cielo abierto. Por el contrario, España sí cuenta con reservas de uranio, principalmente en la provincia de Salamanca, con proyectos actuales para su explotación que se están encontrando con una amplia resistencia local (https://www.eleconomista.es/materias-primas/noticias/9251880/07/18/El-uranio-de-Salamanca-puede-devolver-a-Espana-su-historica-tradicion-minera.html). Además, nuestro acceso al gas es relativamente sencillo a través de los gasoductos que la conectan con Argelia (¿invadiremos Argelia en los próximos años como así sucedió con Mali?) Si nos separamos un poco del cuadro vemos como hay un cambio de tendencia claro: aun manteniéndose la dependencia energética de los grandes polos imperialistas respecto a los países extractivistas, se está comenzando una segunda fase se explotación de los recursos propios de cada país que no habían sido explotados previamente tanto por altos costes (tienen un peor rendimiento energético que los que se han venido consumiendo hasta el momento) como por el capital natural que se destruye en dicho proceso.
Llegados a este punto cabe preguntarse, si todo depende en última instancia del petróleo, ¿son realmente útiles estas transiciones energéticas? La respuesta es sí si lo que se pretende es ganar tiempo, un par de años quizás. La respuesta es no si lo que se pretende es hacer frente a un problema de agotamiento de recursos. El por qué no se hace lo segundo es porque simplemente el capitalismo, como estructura económica, no puede soportar una transición de verdad y ordenada que garantice una vida digna a amplias capas populares, porque necesariamente implica en términos globales, y especialmente referido para los polos imperialistas, decrecer. Significa una reestructuración del tejido productivo, del transporte (tanto de mercancías como de personas a nivel local) y de la producción de energía que acabaría con las dinámicas de acumulación de capital.
No existe capitalismo verde, existe un capitalismo post-petróleo que lo tratarán de vender como verde, explicando de forma absurda a través de términos como “demanda” o “regulación ambiental” el comienzo del declive. Van a tratar de alargar esta locura consumista en la que se sustenta su poder tanto explotando los propios territorios como excluyendo a grandes franjas de la población, ya hoy empobrecidas, de los recursos y formas de vida a los que estaban habituados. Esta gran exclusión es la que nos abre la puerta para transformarlo todo. Se avecinan tiempos duros, donde el nivel material va a ir cayendo (y a ritmo alto) y la sociedad se va a ir simplificando en términos de calidad y cantidad de servicios accesibles, un colapso del que se van a intentar salvar los grandes capitalistas arrastrando al resto a la barbarie. Pero nunca ningún pueblo se ha dejado avasallar, nunca ningún pueblo ha sido vencido antes de dar la batalla por mantener sus condiciones de vida previas a una situación que lo cambió todo. De nuestra inteligencia política para formular análisis que permitan predecir el verdadero rumbo y trasfondo de los acontecimientos, y de nuestro trabajo militante para aplicar las estrategias que salgan del análisis colectivo depende en qué se traduzca el colapso energético. Si en un fascismo que busque en el emigrante el chivo expiatorio para asegurar egoistamente los pocos recursos que queden disponibles o en una salida solidaria que garantice una vida material digna a toda la población del planeta mediante el uso local de los recursos renovables y la reconfiguración de los modos de vida que prescindan de lo materialmente innecesario. Lo segundo, que no quepa duda, solo se puede alcanzar mediante la planificación económica y el horizonte comunista.